Después de las elecciones. Con el mal menor no se derrota al macrismo ni al egoísmo. Unámonos de manera independiente y desde abajo
El resultado
electoral del 48% frente al 40% a favor de Alberto Fernández –más ajustado de
lo que se esperaba– indica una fuerte polarización, a nivel político pero
también social. Desafortunadamente esta polarización no está planteada en torno
a los dilemas humanos de fondo que aquejan al país y al mundo: el racismo o la
hospitalidad solidaria, la furia patriarcal o la defensa de la libertad
femenina, la violencia social o la búsqueda de pacificación, o bien la unidad
frente a la represión de los Estados o frente a los avances de la extrema
derecha o el neo-fascismo. Es una división impuesta desde arriba, entre un
gobierno saliente, represivo y ajustador, insoportable a estas alturas, y una
vieja propuesta (la peronista) encabezada por personajes que fueron parte –o
estuvieron en primera línea– de un gobierno que, no sólo garantizó el
enriquecimiento corrupto de políticos, funcionarios y empresarios amigos, sino
que también cumplió la función, gracias a una bonanza económica pasajera, de
poner orden y sedar a la población luego de lo más parecido que hubo a una
revolución en este país: diciembre de 2001.
Aun
considerando que las elecciones siempre son un reflejo distorsionado de la
realidad, es una preocupante señal de creciente egoísmo social que haya un 40% de
la sociedad (los votantes de Macri) que manifiesta un total desinterés por los
padecimientos del otro 40% que vive en la pobreza y la indigencia. En este
sentido, los Fernández lograron canalizar los deseos de cambio, pero se trata
de esperanzas con pocas expectativas de vida. Justamente estamos atravesando un
momento en el continente en el que todos los proyectos políticos –desde los
liberales hasta los populistas, pasando por el chavismo y el neofascismo
bolsonarista o variantes intermedias– demuestran su crisis y decadencia,
manifestada en la imposibilidad de poner orden en la sociedad y de contener los
motivos de emersión humana, como la lucha por dignidad y libertad y el rechazo
a la injusticia y a la represión, pero también la búsqueda de las mujeres, de
los inmigrantes, de las comunidades y de otras subjetividades colectivas.
Las esperanzas de
cambio, que en este país hoy son depositadas nuevamente en el peronismo, se
combinan con un malestar y una fuerte resignación que lleva a la gente cada vez
más a la desesperación, la apatía y el relativismo moral. Un relativismo que
lleva a un olvido –o pone en segundo plano– la corrupción, los negocios
mafiosos de intendentes y afines, el despotismo de los gobernadores, la
reaparición de personajes como Felipe Solá o la promesa de firme regimentación
ante los sectores que se movilizan de forma independiente, algo que está en el
ADN del peronismo.
Aun así, sabemos que
las exigencias de fondo reemergerán y no encontrarán fácilmente canales en el
“mal menor” del próximo gobierno: la búsqueda de libertad de millones de
mujeres, la preocupación por el terricidio de muchísimos jóvenes, las
aspiraciones de justicia y libertad alimentadas por el horror que genera la
represión a nuestros hermanos en Chile, la necesidad de hospitalidad de los
miles de inmigrantes que llegan buscando una vida mejor. ¿Podrán estas
exigencias motivar un protagonismo real directo y no delegativo? Ya hemos visto
señales… por eso nosotros buscamos unirnos de manera independiente y solidaria,
sin caer en los mecanismos de la delegación. Queremos comprometernos por una
transformación verdadera, humana en primer lugar, por nuevos valores que vivan
entre la gente común más disponible, lo que es más realista y útil para
enfrentar la situación difícil en la que estamos. Por eso somos protagonistas
desde hace años de agregaciones solidarias e independientes. Porque queremos
contribuir al crecimiento de la consciencia, empezando por la de los propios
protagonistas, que es lo que más teme la decadente política democrática que
siempre vela por los intereses de las minorías.
29-10-19