Muchas
personas sintieron compasión y una justa indignación al conocer el maltrato que
sufren las jubiladas y jubilados por parte del Estado y de los Bancos. Una
reacción de empatía necesaria hacia quienes son los más vulnerables frente a la
pandemia. No se trató de un mero “descuido”. La ancianidad es una fase de la
vida despreciada y descuidada. Para el Estado, son seres improductivos. Y para
las familias, muchas veces, son seres desconocidos.
Podemos
empezar a elegir mejor el cuidado y el respeto hacia nuestras/os mayores.
Cuidándolos de manera especial en esta época, pero también aprendiendo a
pensarlos diversamente a la burguesía. Por ejemplo: reconocerlas como personas
íntegras, con un recorrido de vida hecho de elecciones –más o menos afines a
las nuestras– todo por conocer y compartir; pensar (y vivir) la vejez como una
meta, en la cual poder conquistarse una mayor sabiduría de sí y de los otros, y
no como una fase “pasiva” de la vida. En definitiva, reconocernos en ellos/as
como parte de una misma humanidad, hecha de diversas generaciones, en la cual
la ancianidad representa el presente y el futuro posible de todos
nosotros.
Ana G.