Covid-19: Dilemas africanos


Como en el resto del mundo, la pandemia del coronavirus se está difundiendo por África. Según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de la Unión Africana, hasta el día de hoy (10 de abril) los decesos ascienden a 611 y los casos confirmados son 12.049, lo que desmiente dramáticamente a los irresponsables que sostienen una presunta inmunidad de los africanos y de los negros frente al Covid-19. El virus ya llegó a 52 países de un total de 54 afectando más duramente a Egipto, Argelia y Sudáfrica, este último caso nunca verdaderamente curado del Apartheid y anteriormente devastado por el Sida.
La pandemia avanza en África, hasta el momento más lentamente que en otros lugares pero de forma inexorable, suscitando enormes inquietudes si se tiene en cuenta la carencia de estructuras sanitarias, aunque no solamente. Todos los Estados han implementando medidas de contención y muchos decretaron una situación de emergencia y el estado de sitio (que para muchas poblaciones no es ninguna novedad) y son numerosos los casos de violencia cometidos por la policía y los ejércitos.
En cambio, son nuevos algunos de los lacerantes dilemas que, de improviso, se plantean en los cuatro rincones del continente para millones de personas, las más pobres. Sobre todo el hecho de saber que la eficacia de las medidas de confinamiento está seriamente condicionada desde el vamos, especialmente al interior de las megalópolis. Para los que viven en los barrios bajos de El Cairo, Lagos, Nairobi o Dakar las condiciones para un “distanciamiento social” efectivo son inimaginables y evitar las aglomeraciones es difícil incluso dentro de las casas. En segundo lugar, la conciencia de tener que elegir entre permanecer confinados para evitar el potencial riesgo de contagio o salir para evitar los efectos ciertos de que la pobreza extrema recaiga sobre sí mismos y sus seres queridos –niñas y niños en primer lugar– porque empezarían a faltar los magros recursos que todos los días, con mucho esfuerzo, se podían encontrar en los meandros de la economía informal. En este marco, el miedo y la desorientación crecen y encuentran espacio la desilusión y la desconfianza ante los Estados, presentes solo en un sentido represivo, mientras que la fe religiosa se presenta, hoy más que nunca, como el único y último refugio.
En este contexto se están activando asociaciones y agrupaciones, en particular femeninas, algunas ONG, voluntarios –médicos y enfermeros en primer lugar–, artistas, emigrantes, etc. para ayudar a los más pobres y por iniciativas de sensibilización. Son los sectores cuyo compromiso, en las últimas décadas, ha sido fundamental para enfrentar la “deriva” del continente y que, como vanguardias pero no en solitario, se encuentran aún más que en el pasado frente al desafío de conquistar una visión de conjunto, decisiva para sustraerse al hacer espasmódico, en parte impuesto por la situación de emergencia pero igualmente limitante. Se trata de ese “despertar las conciencias” del que habla Dario Renzi (*), algo posible y necesario para inventar una vida diversa, valorando las características comunitarias originarias todavía rastreables pero también reconstruyendo un tejido social lacerado por la lucha por la supervivencia –en la que algunos tienen las de ganar– por la que se propaga el individualismo, el egoísmo, las artimañas, la violencia y otras tantas cosas.

(*) En “Haciendo frente al virus: Razón sentimental versus razón de Estado”, publicado en este mismo blog.

Mamadou Ly
11-04-20