“Mejor que decir, es hacer…”: así empieza una frase conocida del General Perón. Es cierto, cuando el peronismo habla sobre sí mismo y su historia elige enumerar las cosas que “hizo” –no todas, sino a su conveniencia– ocultando en gran parte aquello que piensa, es decir, los fundamentos de su doctrina. Esta maniobra hizo posible que se ponderase como defensor de la justicia social, silenciando la influencia fascista y la complicidad con el nazismo; enumerar los derechos otorgados a los trabajadores encubriendo la conciliación de clases que defiende; abrazar el compromiso sacerdotal tercermundista, ocultando la relación intrínseca entre los sectores más reaccionarios de la curia eclesiástica y la Patria peronista. Así las cosas, peronista fue la criminal Triple A pero también muchas de sus víctimas, fue Menem pero también las Madres de Plaza de Mayo, son mujeres antiabortistas pero también las feministas. Es que el peronismo, por su carácter burgués, apela al ocultismo y a la hipocresía. Nunca pudo ni podrá decir toda la verdad sobre sí mismo.
Hoy, frente a la emersión femenina en
curso, se encuentra haciendo “malabares” para conciliar lo irreconciliable: la
libertad de las mujeres con el caudillo militar. Ahora encontramos a las
organizaciones de mujeres peronistas tratando de rastrear huellas de un
supuesto carácter feminista “intrínseco aunque contradictorio” en esta
corriente. Feminismo que, según ellas, radicaría en la figura de Eva Perón.
¿Por qué? Recurren a su ya probada receta. Eva habría sido la promotora de tres
medidas: el derecho al voto femenino, la conformación del primer partido
político de mujeres y la distribución masiva de máquinas de coser a las amas de
casa. Nuevamente, detrás de estas medidas “concretas”, ocultan sus propias
fuentes: ¿qué concepción tenía Eva Perón de las mujeres? ¿Qué programa tenía su
partido peronista femenino (PPF)? ¿Cuál era su visión del feminismo? Y
entonces, ¿qué objetivos perseguía esta política? Dejemos que responda con sus
propias palabras, a través de extractos del “Decálogo para la mujer Argentina”,
plataforma del Partido que Eva fundó, inspirada en las Falanges femeninas del
dictador español Franco (aunque esto también lo ocultan): “Serás buena esposa y
buena hija; mejor madre y maestra”; “Te interiorizarás concienzudamente de
todos los preceptos y conceptos fundamentales encerrados en la Doctrina
Nacional, convirtiéndote así en un agente más de esa profunda y cristiana
doctrina”; y además “Denunciarás a quien corresponda, cualquier transgresión a
las leyes de la Nación (…)”. Sobre el feminismo, en La Razón de mi vida afirma: “¿Caer
en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas (…) como ha ocurrido
con innumerables líderes feministas? Ni era soltera entrada en años, ni era tan
fea por otra parte como para ocupar un puesto así. (…) la inmensa mayoría de
las feministas del mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie
de mujer…”. En definitiva, tomando en cuenta estas ideas reaccionarias,
aquellas tres medidas estaban lejos de expresar una búsqueda feminista. Fueron,
verdaderamente, un instrumento para alcanzar dos objetivos. Uno, inmediato:
ganar las elecciones presidenciales del año ´51, y así lo hizo. El voto
femenino constituyó el 51,45% de sus electores. El otro objetivo, este sí “intrínseco”
al peronismo, fue cooptar e institucionalizar –y si no se puede, aplastar– la
participación femenina en la democracia de la “Patria Peronista”. Por
concepción, por programa y por las consecuencias concienciales y culturales que
forjó, el peronismo estuvo y está muy lejos de ser promotor de la libertad de
las mujeres contra el yugo patriarcal.
Muchas personas, incluso de manera
sensata, podrán decir que el peronismo cambió. Pero no puede hacerlo, porque
dinamitaría las bases de su propia doctrina. Basta recordar que durante los
doce años de gobierno kirchnerista –ocho años de Cristina Fernández– no hubo
ningún avance con respecto a derechos elementales de las mujeres, como por
ejemplo, el aborto legal. O basta detenerse a observar la caterva de patriarcas
que son las burocracias sindicales peronistas, siempre, desde Vandor a Moyano.
Dirán que ahora sí, porque existe el Ministerio de la Mujer, Género y
Diversidad, porque hay más funcionarias. Pero todo esto no es expresión de un
cambio, sino evidencia de su más rancia tradición: cooptar o reprimir las
expresiones de emersión o radicalización que provienen desde abajo; resignar
una parte antes que perderlo todo. Lo hizo Perón con los trabajadores a través
de los sindicatos únicos, lo hizo Eva con el Partido Peronista Femenino, lo
hicieron los Kirchner con amplios sectores de las organizaciones de Derechos
Humanos, con las asambleas populares del año 2001 y también con gran parte de
la juventud. ¿Por qué no lo intentaría hacer con la emersión de las mujeres, si
es un peligro latente para sus preceptos patriarcales? Así, el gobierno (y las
organizaciones feministas afines) querrá apropiarse del protagonismo de miles
de mujeres y de su búsqueda de libertad, querrá canalizar sus anhelos de una
vida mejor, más digna y segura para sí y para los demás a través de la
confianza y delegación en las instituciones.
Un atentado directo a la posibilidad de
construir un camino independiente, de protagonismo directo y solidario de las
mujeres y entre mujeres –y no solo– para empezar a experimentar la libertad que
estamos buscando, convencidas de que la libertad de las mujeres es también la
libertad de los hombres. Un camino que exige la ruptura definitiva con
concepciones profundamente patriarcales que, como el peronismo, hoy buscan
maquillarse para garantizar la continuidad de un cierto orden estatal y
familiar. Se trata de uno de los desafíos más importantes que estamos
atravesando y que signará los próximos años.
Ana Gilly
11/05/20