Ilusiones digitales


Durante estas semanas, muchos estamos utilizando alguna aplicación o plataforma de internet para hablar, comunicarnos y vernos con otros. Esta justa y comprensible exigencia debe ser acompañada por un ejercicio de conciencia. Por un lado, su uso –sobre todo si es excesivo– acarrea perjuicios cognitivos, como seguramente todos nos dimos más cuenta estos días entre nerviosismos pasajeros y dificultades en mantener la concentración. Pero fundamentalmente quizás intuyamos –en el curso de una comunicación, o justo después– que estos recursos no son suficientes para satisfacer nuestra búsqueda permanente de los demás y nuestras ganas de saber de nuestros seres queridos, no son tan facilitadores como nos los venden y, en ningún caso, estas tecnologías pueden reemplazar la relacionalidad directa. El insustituible encuentro humano, sin “caídas de la conexión” ni interferencias, permite una mayor comprensión, escucha y atención entre las personas. Ese encuentro que, en el caso de poder darse, por estos días debe cumplir con todas las condiciones de seguridad necesarias: un cuidado especial que podemos pensar como parte del respeto y el bien que auguramos y buscamos en las otras personas y en nuestras diversas relaciones.
Las empresas ligadas a los servicios de internet están engordando sus bolsillos, como Mercado Libre solo para hablar de este país (en realidad ya desde hace años las empresas más grandes del mundo pertenecen a ese rubro). Las herramientas que proveen son utilizadas por otros sectores de la burguesía para reabrir sus centros de comercialización, con independencia de lo que suceda con la expansión del virus y la curva de contagios. Es un simple dato que indica cuáles son los principales intereses que dichas herramientas digitales resguardan, que ciertamente no son los de las personas comunes.

I.R
16/05/20