Mientras sentimos dolor y solidaridad con
quienes reaccionan en EE.UU. contra el asesinato racista de George Floyd, presenciamos
aquí la escandalosa represión sufrida y denunciada con mucha valentía por la comunidad
Qom en el Chaco. El ataque sucedió en la madrugada del domingo cuando policías,
al grito de “Indios infectados”, irrumpieron impunemente en una vivienda de la
comunidad, golpeando a jóvenes y niños, agrediendo sexualmente -entre seis
policías- a las mujeres y torturando luego
a los detenidos en la Comisaria,
incluyendo amenazas como “ya les tiramos alcohol, ¿quién prende el fuego?”
Ahora bien, se trata de hechos repudiables pero no aislados.
Hablan del peligro que representa el mayor margen de acción de las fuerzas de
seguridad bajo la cuarentena (del que fue víctima Luis Espinosa en Tucumán). Y
hablan también de una violencia patriarcal y racista contra las mujeres y los pueblos
originarios que viene desde muy lejos y que forman parte del ADN de todos los
Estados, desde su nacimiento. Por eso no
estamos frente a una “deuda de la democracia” y su mejoramiento. Necesitamos
reaccionar defendiendo la vida contra todo racismo y discriminación, pero eligiendo
como horizonte una convivencia humana alternativa a las sociedades opresivas
estatales, sintiéndonos parte de una humanidad común, donde la diversidad sea una
fuente de enriquecimiento recíproco.
Cristina G.