A pocos días de la explosión
en el puerto de Beirut del 4 de agosto que provocó 200 víctimas, miles de
heridos y la destrucción o el daño de centenares de miles de viviendas, el
drama está más que nunca en curso. El sábado 8 y los días sucesivos, manifestaciones
de protesta están expresando la generalizada desconfianza respecto a las
instituciones y los políticos corruptos, responsables directos o indirectos de
la masacre. Empezando a infringir las separaciones que pesan sobre la sociedad
libanesa, jóvenes que provienen de diferentes comunidades invocan la Thawra
(revolución), como ya estaban haciendo desde hace meses enfrentando la
vertiginosa crisis económica y el colapso sanitario ante el Covid-19.
Constreñidas por la indignación popular, llueven las renuncias, en primer lugar
de los altos funcionarios y los ministros y después de todo el gobierno:
demasiado tarde, demasiado poco.
Frente a la emergencia, las
esperanzas de cambio de los manifestantes –que compartimos– deben hacer frente
a enemigos mortales. La tragedia del 4 de agosto es la enésima demostración del
desprecio por la vida humana que caracteriza a las instituciones y a los
políticos. La explosión puede haberse producido a consecuencia de
irresponsables errores administrativos o, peor aún, por una voluntad asesina.
El Líbano es, históricamente, un mosaico de componentes culturales, religiosos
y sociales que se ha complejizado por la llegada, en el pasado, de refugiados
palestinos y actualmente de los sirios.
La guerra civil que sacudió
al país durante quince años (hasta 1990) se resolvió con un acuerdo de reparto
de los cargos institucionales y de las clientelas: un precario equilibrio
permitió a los notables de la comunidad cristiano-maronita y a una formación
político-militar como Hezbollah (aliada de Irán) gobernar en conjunto y saquear
al país. Cada uno de estos (y otros) polos de poder negativo cuentan con su
punto de referencia a nivel internacional que, a su vez, condiciona: a través
de canales culturales y comerciales (la ex potencia colonial francesa, que ya
se erigió en paladín de la reconstrucción sembrando ilusiones), del
financiamiento (Arabia Saudita) o la amenaza armada (Israel). Actualmente, en
esta difícil situación, la competencia entre estos actores puede dar lugar a
monstruosidades.
Giovanni Marino
13/08/20