La mitomanía –la
manía patológica de mentir– y la mito manía –la manía de transformar en mito a
personas con algún talento o encanto especial– se siguen concentrando en torno
a la figura de Maradona.
Periodistas,
intelectuales, politólogos, feministas dominadas y sociedad en general: todos
juntos se arrodillan en el altar del “futbolista-filósofo-artista” y
“abanderado de los humildes”. Se puede mentir y decir cualquier idiotez, total
los mitos no admiten sentencia moral alguna. En nombre de la humildad de sus
orígenes sociales y de la gratitud por ser “fuente inagotable de felicidad para
el pobrerío postergado”, se justifica cualquier cosa del astro. Sin embargo, el
jugador que nos deslumbraba con su magia y que mejor trataba la pelota era el
mismo hombre que maltrataba a mujeres, niñas y niños, que disparó e hirió a
seis periodistas con una pistola, que se hizo proteger por la mafia napolitana
y que eligió identificarse con dictadores y represores como Fidel Castro,
Kadafi, Maduro y Chávez.
De orígenes
sociales inconfundiblemente diversos son los muchachones anabolizados que
juegan para Los Pumas y han sido capaces de difundir su veneno racista y
misógino a través de la cloaca de las redes sociales. Luego también hay quienes
hacen realidad la fantasía del capitán Matera de “salir a pisar negros”, como
la patota de rugbiers que asesinó a patadas al joven trabajador Fernando Báez
Sosa. Detrás de tibias autocríticas y de disculpas sin argumentación, han
encontrado quien los defienda y victimice (además de gran parte del “mundo
rugby”). Ni más ni menos que la exministra de seguridad Patricia Bullrich,
maestra del fascista Bolsonaro en la aplicación de la doctrina de la
asesinabilidad.
Destreza
deportiva, utilización política de “los triunfadores”, exaltación de la fuerza
física concentrada masculina, violencia machista y racista, torrente emotivo y
alienación digital, son ingredientes de una antropología cultural nacionalista
y patriarcal que no distingue clases sociales ni se explica por la cuestión
social. Pero que sin embargo están socavando los cimientos de la sociedad
estatal argentina, provocando paso a paso su implosión.
¿Cómo se puede enfrentar el actual rebrote de patriotismo, deshumanización y relativismo moral que laceran, también, la integridad deporte-deportistas-valores éticos privando al juego de belleza y autenticidad? Humildemente pensamos que el punto de partida no puede ser una clase social, ni una cultura, ni una sociedad que se desintegran en sus diferentes expresiones. Puede buscarse en el mundo interno y en las conciencias de las mujeres y de los hombres, de donde auguramos logren brotar la elección y la práctica del bien común y de la libertad positiva, tal vez imaginadas en sentido más afectivo, más profundo y amateur.
Mario Larroca