Mentiras y
delirios “sociales” que alimentan fantasías violentas y conspiracionistas de
los sectores más retrógados de las poblaciones que se difunden. Maníacos que
desearían negar al género femenino y abolir la historia y sus huellas que se
alzan. Prepotencias y asesinos machistas que se multiplican. Bandas armadas
racistas o integralistas que están al acecho. El actuar violento y unilateral
de las fuerzas represivas que jamás se detuvo, más bien lo contrario.
Fenómenos
observables por doquier que remiten a la auténtica profundidad de toda
democracia: la naturaleza patriarcal, bélica y autoritaria de los Estados, las
diferentes formas de discriminación entre seres humanos, la sistemática
explotación económica en perjuicio de las mayorías, el fraude político de la
participación formal en ritos electorales que poco deciden, el inmanejable
flujo de informaciones en muchísimas ocasiones falsas y siempre confusas, la
prepotencia de una instrucción impuesta desde arriba para producir a los nuevos
siervos del poder opresivo, el agrietarse de culturas antiguas cristalizadas u
olvidadas, el irreparable derrumbe de valores proclamados y nunca realizados.
Los recientes
acontecimientos en Estados Unidos son un resumen y el anuncio anticipado del
final de esta historia: la violencia bélica está inscripta en el ADN de la
democracia, así como en la de toda forma estatal. El intento de conciliar las
libertades formales, relativas y cada vez más engañosas, con un poder
sustancial y despiadado se presenta como algo cada vez más complicado. Y es el
apetito de este poder lo que une al magnate de los tuits con estos palurdos
alborotadores. Es necesario detenerlos pero será difícil hacerlo defendiendo a
la misma democracia que los nutre.
Esta
gigantesca mezcolanza de ingeniería social que llamamos sistema democrático
global duró por un breve período bajo el talón norteamericano. Ahora no lo
puede hacer más: cada uno de sus aspectos muestra grietas y contradicciones
irreparables, y el conjunto es decadente. Los equilibrios tendrán que cambiar y
están ya cambiando en perjuicio de las personas comunes. Una mayoría de las
mismas parece no notarlo o permanecer indiferente, una minoría furiosa y
retrógrada desea aprovecharse de esto y presiona para acentuar más aún el
carácter dictatorial, mientras que otra minoría querría tratar de cambiar para
mejor, porque resistir no es suficiente y quizás se está interrogando al
respecto. Somos parte y estamos del lado de esta última, tenemos algo para
decirles y ofrecerles, mucho por escuchar, entender y aprender. Es tiempo de
mirar en común a nuestra humanidad y a sus posibilidades benéficas, más allá de
las sociedades estatales opresivas incluyendo las de variante democrática.
07/01/2021