Birmania: el ejército dispara, el mundo calla

Por Giovanni Marino. 

A un mes y medio del golpe de Estado, la situación en el país se hace cada día más grave: decenas de miles de personas siguen manifestándose en muchas ciudades a pesar de la conducta directamente terrorista adoptada por los militares, quienes disparan ráfagas de ametralladora sobre las masas desarmadas. Después de pocas semanas las víctimas se cuentan por centenares.

El coraje y la esperanza de los pueblos birmanos, su sufrimiento y la determinación de sacarse de encima un poder homicida que los aplasta hace décadas, amerita cercanía y solidaridad activa. No la encontrarán en los poderosos de la Tierra: ni entre las democracias titubeantes e hipócritas, que en muchas partes del mundo apoyan dictaduras feroces y que aquí parlotean sobre sanciones sin demasiada convicción, ni mucho menos del voluminoso vecino chino, gran protector de los militares más allá de las declaraciones, igualmente hipócritas, sobre la no injerencia en los asuntos internos de los Estados particulares.

Ya en el pasado la población birmana intentó desembarazarse del yugo de los militares, pero la actual no es una simple repetición de las revueltas del pasado. En la última década, el intento de transferencia pacífica del poder a un gobierno civil ha fracasado: los compromisos y las complicidades con los militares de parte de Aung San Suu Kyi, líder democrática hoy en prisión, la han vuelto corresponsable de las tremendas persecuciones hacia el pueblo rohingya.

Más en general, la cuestión étnica es el nudo crucial para el futuro del país: aquí viven más de cien comunidades, diferentes por su base étnica y distribución territorial, divididas y ampliamente discriminadas (respecto de la mayoría bamar con cerca de dos tercios de la población) desde los tiempos del dominio colonial británico. Perseguido por los militares, el partido de Aung San busca el reconocimiento internacional como gobierno legítimo de Birmania y apela a la unidad entre los diversos componentes étnicos, refiriéndose explícitamente a la necesidad de superar las diferencias del pasado. Pero para superar en serio las injusticias y enemistades históricas, no basta con una alianza momentánea, y más en general, tampoco con transitar por los derruidos senderos de la política; las cuestiones sobre la mesa conciernen un posible, difícil y radical cambio humano, una búsqueda activa de encuentro y pacificación entre las comunidades, las generaciones, los géneros y las personas, para enfrentar el peligro mortal y empezar un futuro diverso y mejor.

16/03/21