Por Inês Freitas.
Recientemente,
Brasil fue sorprendido por la versión más divertida e insólita del Papa
Francisco. ¡Al ser interpelado en el Vaticano por un padre brasileño que le
pidió que rezara por Brasil, lo sorprendió con la declaración: “Ustedes no
tienen salvación. Mucha bebida y poca oración”! En definitiva, la idea de
personas irresponsables que solo piensan en tomar, cantar y bailar.
Lo
que el simpático pontífice no sabe es que en Brasil “oramos” y, sobre todo,
manifestamos esperanza y protestamos bailando y cantando. Es así desde siempre,
desde los tiempos de la Colonia, desde que este fértil terreno cultural se
presentó al mundo. Y esta alegría venía faltando, la maldad ganó terreno en el
poder y causó mucho sufrimiento.
El
presidente de turno encarna la peor versión de los déspotas en el contexto de
decadencia en que vivimos. Sus acciones y su comportamiento lindan con la
insanidad mental, desentonan del habitual disfraz utilizado por los políticos
en momentos de crisis. Es perverso.
Entre
las personas, están los que son su imagen y semejanza, pero también están los
que lo apoyaron por intereses de un grupo u otro, por voluntad de cambio, por
influencia religiosa, por verse representados por “un hombre fuerte”, y que
ahora empiezan a percibir el error. Error que hasta ahora se llevó más de 460
mil vidas, y que más allá del virus tuvo la irresponsabilidad de quien siempre
trabajó y se empeñó en diseminar informaciones falsas, que promovió actitudes
deseducadoras en cuanto al cuidado individual y colectivo. Alguien que niega la
ciencia y se niega a comprar vacunas, que aprovecha el momento de pandemia para
arrasar la selva amazónica con sus bandas paramilitares, que empeora el
conflicto por la tierra y promueve otro exterminio hacia los pueblos indígenas.
Por
todo esto, para defender la vida, la oposición al gobierno de Bolsonaro salió a
las calles, por primera vez en la pandemia, en 213 ciudades brasileñas y otras
14 en el mundo (entre ellas Londres, Berlín, París y Lisboa).
En
el país, la prudencia hacia el contagio del virus hizo que muchas personas
asistieran al acto tomando las necesarias distancias. Así lo hicimos algunas/os
amigas/os y yo. La ciudad de San Pablo tuvo el mayor número de participantes
(se estiman 80 mil personas), más que nada jóvenes. Como era previsto, hubo una
imprudencia de parte de la mayoría. Movidos por la emoción, muchos llevaban
fotos de sus conocidos que fallecieron, muchos expresaban su rabia e
indignación por el escarnio y la insensibilidad demostrados por el gobierno.
Muchos recordaron recientes ataques a la selva junto a los remanentes de
comunidades indígenas, que hasta el día de hoy sobreviven entre los rascacielos
en la ciudad más grande de Brasil.
A
pesar del momento crítico, las manifestaciones fueron necesarias. Salir a las
calles rescató un poco de la alegría perdida. Al pontífice le podemos decir que
Brasil, metafóricamente, “oró”, y sobre todo, demostró la voluntad y el coraje
de los que buscan reaccionar a la maldad.
Sabemos,
y siempre supimos, que los poderosos suelen ser implacables en su deshumanidad,
pero también sabemos que nada puede frenar la capacidad humana de buscar vivir
bien y mejor.
San Pablo, 29/05/2021
Para leer en portugués: Contra a maldade: O Brasil que canta