Por Piero Neri.
Un
ataque terrorista, en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul, anunciado hace
días, causó al menos 100 muertes y centenares de heridos. Las víctimas son,
sobre todo, civiles afganos –muchos niños y mujeres– que buscaban acceder al
puente aéreo establecido por Estados Unidos y aliados luego de su retiro
militar del país. Entre los muertos, también hay 13 militares estadounidenses.
La prensa dio noticias de una reivindicación de parte del ISIS-K, una formación
afgana de la red del Estado Islámico formada, sobre todo, gracias a grupos
salidos de los talibanes.
La
solidaridad se dirige a los seres queridos de las muchas víctimas; el
pensamiento se extiende hacia las responsabilidades y las lecciones que podemos
extraer de esta trágica noticia.
Estados
Unidos y sus aliados, entre los cuales está Italia, perdieron en Afganistán la
guerra más larga de su historia. Pero, como hizo Biden, no saben ni siquiera
admitir la derrota, mucho menos irse del país garantizando la seguridad de los
propios militares, y ni hablar de los civiles que quieren dejar el país con
ellos. A pocos días del aniversario del 11 de septiembre de 2001, el fracaso de
su “guerra contra el terrorismo” parece aún más evidente, ya que ha llevado a
la difusión y la multiplicación de los terrorismos yihadistas y no a su fin, incluso
al retorno al poder de los talibanes. Es la sanción, ante los ojos del mundo,
del fin del sistema democrático con liderazgo estadounidense, un ocaso
sanguinario y peligroso, marcado de belicismo, violencias y terrorismo, de
irracionalidades e incapacidades de Estados que poseen, sin embargo, enormes
arsenales militares.
Los
talibanes empiezan a instaurar, manu militari, su orden hiperpatriarcal,
totalitario y terrorista en el país. Pero, aun sirviéndose de complicidades y
apoyos de sectores de la población, será una tarea compleja por las divisiones
étnicas, de clanes y políticas del país y por el caos en curso. Como era fácil
de prever, su victoria favorece a todos los grupos de degolladores yihadistas en
el mundo y sus actividades, aunque en esta monstruosa y caótica familia
criminal existan disputas y divergencias políticas. Estas bandas se nutren del
ahogamiento en sangre de la revolución siria, de las numerosas guerras
criminales y crueles conducidas en la región y de los déficits concienciales,
morales y materiales que han producido.
Ahora,
los Estados democráticos intentan lavarse el rostro “preocupándose” por la
suerte de las mujeres afganas, cuando su intervención militar no ha tenido escrúpulos
por veinte años de usar métodos terroristas y hacer víctimas civiles,
generalmente mujeres y niños; tampoco se han hecho problemas por tener, en su
“comunidad internacional”, al régimen hiperpatriarcal saudita. Los talibanes se
proponen, ahora, con dificultad, como factor de orden y garantía contra el
terrorismo del Isis, cuando en el pasado han sido padrinos de Al-Qaeda y hoy
son receptáculo de un variado abanico de grupos y clanes terroristas yihadistas.
El
sistema democrático –terrorista él también– en su fin y los terroristas yihadistas
que quieren hacerse Estado son monstruos gemelos, no protegen en absoluto a la
gente común del terrorismo. También los últimos acontecimientos trágicos lo
demuestran.
Publicado en La Comune Online, 27/08/2021 12:30 hs.