Los talibanes en Kabul: los peligros de la decadencia

Por Piero Neri.

Los talibanes han tomado Kabul y están restableciendo un emirato islámico, su orden del terror. Es una nueva, trágica prueba de los peligros de esta época.

Ante todo, son llamativas la debacle y la decadencia del sistema democrático y de su liderazgo estadounidense. Washington, a la cabeza de una coalición de la cual participaba también Italia, ha conducido en Afganistán la guerra más larga de su historia y ha fallado en toda la línea –en vista de que los objetivos eran derrotar a los talibanes, eliminar el terrorismo e instaurar la democracia. La verdad es esta, diga lo que diga Biden que ahora ni es capaz de admitir la derrota. Matan sin piedad sin saber imponer su “paz democrática” y ni siquiera saben perder una guerra.

Ante tal decadencia democrática, otros monstruos encuentran espacios inéditos: como los talibanes, que encarnan un islamismo retrógrado y totalitario, terrorista e hiperpatriarcal. El éxito de estos criminales después de 20 años de guerra es y será, lamentablemente, un incentivo para toda la galaxia de formaciones afines.

No se nos debe escapar la complicidad y especularidad entre los terroristas islámicos de Kabul y los democráticos de Washington, incluso si se han combatido: los talibanes han nacido y crecido gracias a los servicios secretos de Pakistán, aliado estratégico de los EE.UU. en Asia. La Casa Blanca y los talibanes han hecho tratativas cínicamente en Qatar durante años y en febrero de 2020 firmaron un acuerdo que preveía el retiro de las tropas estadounidenses en 14 meses. El jefe de la delegación talibana era Abdul Ghani Baradar –actual hombre fuerte talibán– excarcelado por la administración Trump a fin de que presidiera esas tratativas. Aquello que dijimos para Al Qaeda y para la Casa Blanca después del atentado a las torres gemelas de 2001 vale hoy para los talibanes y la administración de EE.UU: a pesar de todas las diferencias, son monstruos gemelos.

Lamentablemente, la trágica derrota de las revoluciones de 2011 en Siria y Egipto –cuyos protagonistas, muchos de ellos mujeres y jóvenes, reivindicaban la libertad y la dignidad– ha reforzado a dictadores, guerras y terrorismos de toda calaña, facilitando estos y otros trágicos acontecimientos.

“No contamos para nada, porque somos afganos”, dice llorando una joven en un video que circula en estos días. Es cierto. No les importaba nada de la gente común a los colonialistas ingleses, que condujeron tres guerras en el país entre el siglo XIX y principios del siglo XX. Mucho menos le importaba al Kremlin que invadió el país con el Ejército Rojo desde 1978 a 1989. Ni le importan las mujeres y los niños a la Casa Blanca que por otros veinte años ha martirizado a esta tierra con la guerra a los talibanes. En resumen, sobre los pueblos afganos se han abatido los males del colonialismo y de la “Guerra Fría”, de la decadencia belicista del sistema democrático, monstruos gemelos incluidos. Para colmo, Estados como China –seguida de cerca por Rusia– hoy están más que disponibles a los talibanes para sus sucios intereses.

La suerte de estos pueblos importa en cambio a quien está de parte de quienes sufren y de las víctimas inocentes. Quien se queda en el país, quien busca y buscará salida en otras tierras, incluso en la nuestra, merece respeto y solidaridad; por lo tanto, una acogida humana y digna para todos los que huyen.

17/08/2021, 11 hs.

Publicado en La Comune online