11 de septiembre: los monstruos gemelos de la asesinabilidad

Por Giovanni Marino

Han pasado veinte años desde el sanguinario ataque terrorista en el corazón de Nueva York en el que fallecieron cerca de 3 mil personas. Lo primero que estimula la memoria y la solidaridad tiene que ver con la herida sufrida por quienes perdieron a sus seres queridos, tanto en ese como en tantos otros atentados que antecedieron y siguieron al acontecido aquel día de septiembre. Fue una muerte en vivo y en directo, monstruosa y espectacular, que golpeó desde lo alto a gente común desprevenida. Peculiar fue el objetivo elegido, justo en el centro de una de las metrópolis más grandes e importantes del planeta, en el corazón de la nación más poderosa del mundo en términos militares.

A veinte años de distancia, es necesario hacer un balance: ¿qué fue de la “guerra contra el terrorismo” conducida por la democracia estadounidense y sus aliados (Italia incluida)? De manera significativa pero no casual, este aniversario coincide casi perfectamente con la apresurada retirada norteamericana de Afganistán luego de veinte años de ocupación, guerra y masacres de inocentes, mientras que en Kabul se está instalando el gobierno talibán compuesto por conocidos exponentes del terrorismo jihadista. Y no solo: precisamente en estos días se abre en París el proceso contra los asesinos del Teatro Bataclan, y basta consultar un mapamundi para reconocer los muchos lugares de desarrollo y crecimiento del terrorismo, desde aquel de los degolladores nazi-jihadistas del ISIS en Siria e Irak hasta el Oslo del supremacista blanco de Breivik, del África subsahariana a Indonesia.

La guerra contra el terrorismo supuso su desarrollo hipertrófico, porque entre los dos términos hay mucho más que una mera compatibilidad: en su sustancia, el terrorismo es una forma y una modalidad de hacer la guerra. Guerra y terrorismo son monstruos gemelos. Todos los Estados y todas las formaciones políticas que aspiran a ser Estado hacen del terrorismo un uso extensivo, más aún en esta época de caos y decadencia. Los Estados Unidos son campeones en esto: el 11 de septiembre es, también, el aniversario del sanguinario golpe de los militares en Chile en 1973, concebido y organizado, en primer lugar, por la Casa Blanca. Y la Italia de las masacres de Estado no es, por cierto, ninguna excepción.

Entonces, ¿el terrorismo es inevitable e imparable? No exactamente. En estos veinte años, un fantástico impulso en la dirección contraria fue emprendido por millones de mujeres y hombres en 2011 en Egipto, Siria y Yemen, por las protagonistas y los protagonistas de aquellas que hemos llamado “revoluciones de la gente común”. Para frenarlas, fue necesaria la muy amplia convergencia de Estados y formaciones terroristas en una generalización bélica de gran alcance. Sin embargo su búsqueda de libertad y su impulso pacificador fueron derrotados pero no borrados. Y las lecciones de aquel principio de revolución humana pueden continuar viviendo e inspirando elecciones de compromiso solidario del lado de quienes sobrevivieron, de las víctimas y de los refugiados y, más en profundidad, en la fundación de una alternativa de conjunto que ponga en el centro la vida y su mejoramiento contra la guerra y el terrorismo.

Publicado en La Comune Online (Italia)