Si se van los bosques nativos, se va el Paraná

Por Tomi M.

En los últimos meses se ha empezado a hablar de la histórica bajante, la peor desde 1944, del segundo río más grande de Sudamérica, el Paraná. Trayendo a nuestras tierras una problemática que empieza a hacer eco en todo el globo, la falta de agua.

La situación que afronta nuestro río se debe a una combinación de factores que ponen en el foco al cambio climático y a la acción del ser humano sobre la región. La principal causa gira en torno a la gran sequía que vive el sur de Brasil desde julio de 2019, siendo la peor en los últimos 91 años. Esta se atribuye al fenómeno climático “la Niña” que se ve fuertemente agravado por la tala y quema indiscriminada de bosques y humedales nativos. Para entender cómo el retroceso de los ecosistemas naturales influye directamente en la disminución de las precipitaciones es necesario hablar del rol de los árboles en dichos ambientes. Los árboles, no solo previenen las inundaciones al funcionar como esponjas, sino que también son los responsables de una parte importante de las lluvias al llevar el agua del suelo a la atmósfera por la evapotranspiración de sus hojas. La Amazonia, por ejemplo, bombea unos 20 billones de toneladas de agua al día, formando “ríos flotantes” que abastecen de agua a una gran parte de América del Sur, incluyendo el Litoral argentino. Además, los árboles mitigan las sequías al ir drenando a los cuerpos fluviales el agua acumulada en los tiempos de abundancia. No es de extrañar entonces que estemos frente a esta situación, si tenemos en cuenta las 30 millones de hectáreas deforestadas en los últimos veinte años en Brasil. Esto se replica en Argentina, en donde el avance de la frontera agrícola y los negocios inmobiliarios comprometen a las 14 millones de hectáreas taladas en lo que va del siglo.

A la sequía se le suma la gran demanda de agua que tiene la cuenca del Paraná para abastecer a la agricultura, las ciudades, las represas y las centrales nucleares. Esta combinación de factores ha provocado que el gigante marrón reduzca su caudal a la mitad, si lo comparamos con el promedio en los últimos diez años; trayendo graves consecuencias para la población local. Entre ellas aparece en primer lugar la posibilidad de que empiece a escasear el agua para consumo, cosa que todavía no ha ocurrido. Pero sí hay otras problemáticas que ya se hacen presentes. La generación de energía eléctrica en la represa Yacyretá, productora del 13% de la energía eléctrica del país, ya se ve fuertemente afectada por la falta de agua, teniendo que reducir su producción de energía en un tercio. También se pone en riesgo la producción de electricidad de las centrales nucleares Atucha I y II. Esto obliga a tener que utilizar métodos de producción eléctrica más caros y contaminantes, provocando la suba de los servicios. Otro gran sector afectado es el agroexportador; los mismos que provocaron esta catástrofe para aumentar sus tierras de cultivo, ahora no pueden utilizar la vía clásica de transporte de cereales. Los grandes buques no logran acceder a las tradicionales vías fluviales, teniendo que trasladar los cereales en camiones hasta Bahía Blanca y Necochea, gastando millones. Por otro lado, los ecosistemas corren el riesgo de modificarse para siempre. Ríos enteros ya se han secado y otros se están tapando con sus propios sedimentos, lo que pone en riesgo a una comunidad ictícola, de más de cien especies; afectando a toda la cadena trófica, incluyendo al ser humano. La baja del nivel del río también está provocando derrumbes en las barrancas, modificando la morfología del paisaje y volviendo peligrosas grandes extensiones de costa. Por otro lado, la disminución de las aguas aumenta la concentración de los desechos orgánicos provenientes de los efluentes cloacales, industriales y ganaderos, provocando la aparición de afloramientos de algas azules (cianobacterias) que ponen en riesgo la salud de personas y animales, al volver tóxica el agua. Estos son algunos de los efectos relacionados con la bajante del río Paraná, aunque es probable que todavía haya más consecuencias que no estamos considerando.

El gran cambio provocado en la región, que tiene como principales responsables a los Estados y a los grandes capitales, está comprometiendo el ciclo de lluvias de toda Sudamérica. Lo que vemos en el río Paraná es una de las tantas advertencias que evidencian el proceso de desertificación a gran escala que sufre nuestro continente. Frente a esta catástrofe hay una alternativa (o varias) y no está en las urnas. Es la lógica estatal, política y capitalista la que está provocando el terricidio en curso. En contraste con esto, existen miles de personas sensibles que intentan volver a nuestras raíces, buscando una relación benéfica y recíproca con la naturaleza que nos rodea y da vida. Están aquellos y aquellas que se agrupan para denunciar los atropellos producidos por las empresas, y el silencio cómplice de los gobiernos. Tal es el caso de Unidos por la Vida y el Medioambiente (UVPA) en Ramallo y de Conciencia Ecológica en San Pedro, por dar unos ejemplos. Grupos de vecinas y vecinos que desde 2013 y 2017, respectivamente, se dedican a investigar, denunciar e intentar evitar catástrofes ecológicas de distinta índole. También existen grupos que se dedican a la restauración y conservación de los ecosistemas. Como es el caso de las vecinas y vecinos de Pilar que, formando la Asociación para la Protección del Patrimonio Natural del Partido del Pilar (Appnpp), le dieron vida, en 2003, a la ya existente Reserva Natural del Pilar. En dicho año, la Appnpp logró darle una mejor sustentación jurídica, aumentaron la superficie protegida y empezaron a trabajar en la restauración del espacio.

Estos y otros ejemplos nos hablan del irrefrenable emerger humano que, a pesar de la magnitud de los daños, sigue buscando afirmarse y luchar por un presente y un futuro mejor. Estas personas nos invitan a preguntarnos sobre la manera en que queremos vivir en este planeta. Pregunta que engloba nuestra relación con las demás especies, el uso que le damos al suelo y la cantidad de recursos que requerimos para vivir; pero también nos hace volver a nosotros y nosotras como especie. Entender nuestro lugar en el mundo implica entendernos como seres humanos, rastreando nuestras cualidades más benéficas, siendo estas una posible garantía de una convivencia mejor entre nosotros y nosotras con la naturaleza. La situación es dramática, pero lejos de perdernos en la vorágine negativa que nos rodea (o intentando no hacerlo), queremos rescatar nuestras potencialidades, para encontrar la manera de seguir emergiendo, en nuestro caso, en clave humanista socialista.