Por Giovanni Marino.
Miles de personas, mujeres, hombres y
niños cuya única culpa es la de huir de las guerras o buscar un lugar donde
vivir mejor y en paz son perseguidos como criminales en los bosques de la
frontera entre Bielorrusia y Polonia. Son rehenes de la brutalidad de los
regímenes dictatoriales pero no solamente: son víctimas de la descarada
hipocresía y del cinismo de Europa y el Occidente democrático.
Hace unas pocas semanas, la Unión
Europea ha respondido al gobierno polaco que si tenía la intención de levantar
muros para contener los flujos migratorios habría debido pagarlos con su
dinero. Ciertamente no se trata de una posición de principio en defensa de los
“derechos del hombre” sino solo una cuestión de balances financieros. De hecho,
ahora está dispuesta a abrir la billetera. No sería una novedad: en los últimos
treinta años, aparecieron en el continente más de mil kilómetros de muros y
vallas. A su vez, el secretario general de la OTAN –la alianza militar más
poderosa del mundo– definió como “guerra híbrida” la crisis de los refugiados
en la frontera polaca: las personas necesitadas de ser hospedadas desaparecen y
se convierten en objetos sin voluntad ni esperanzas, con las armas en las manos
del dictador bielorruso. Los antecedentes de la política europea, de derecha y
de izquierda, son vistosos y crueles: fondos concedidos y firma de acuerdos con
los torturadores libios y con el dictador Erdogan para rechazar a los
inmigrantes.
Cada vez más en contra de la humanidad
en camino, cada vez más a la derecha: esta es la deriva de los “valores
democráticos” de la Unión Europea hacia su frontera oriental y que se va
profundizando. Es posible construir una alternativa humana, solidaria,
hospitalaria: en primera persona y en común, por fuera de los muros y de los
recintos de la política.
Publicado en: https://www.lacomune.org/