Los números trágicos de la represión estatal

Por Ignacio Ríos.

Las cifras de la represión estatal alarman. Según la CORREPI, son 8172 las víctimas desde la vuelta de la democracia. En 2021 se reportaron más de 400 casos, más de una víctima por día: además del “gatillo fácil” resalta un incremento sustantivo de las muertes en los lugares de detención, lo que habla a las claras de la criminalidad del aparato represivo y carcelario. Esto incluye a las comisarías, adonde los jóvenes de los barrios populares son llevados por averiguación de antecedentes, contravenciones o por el mero hecho de engrosar las “estadísticas” de las policías. También queda de manifiesto la irresponsabilidad estatal, ya vista en otros terrenos: numerosos detenidos (muchos de ellos, vale recordar, sin condena) murieron por Covid-19 u otras enfermedades perfectamente curables si hubieran gozado de atención médica propicia.

Una gran cantidad de los fusilamientos por la vía pública se producen cuando los policías están fuera de servicio con su arma reglamentaria. Esto también explica el alto número de femicidios realizados por miembros de las fuerzas de seguridad y los disparos a quemarropa si ven algo “raro” en sus domicilios. No sorprende: educados en la violencia concentrada y en la asesinabilidad de sello patriarcal, los policías simplemente ponen en práctica lo aprendido. Saben bien que gozan de impunidad corporativa, con compañeros y superiores que posteriormente plantan pruebas a su favor y jueces y abogados que los encubren, como intentaron con el caso de Lucas González, víctima de la Policía de la Ciudad de Rodríguez Larreta.

En lo que respecta a la provincia de Buenos Aires gobernada por Axel Kicillof, según la Comisión Provincial por la Memoria el año pasado 134 personas murieron allí a manos de miembros de las fuerzas de seguridad o estando bajo custodia. Si alguno pensaba que lo peor había quedado atrás con la “Doctrina Chocobar” de Macri y Bullrich, sería bueno sacar conclusiones de las más de 200 muertes por gatillo fácil en lo que va de la presidencia de Alberto Fernández o de la muerte de Elías Garay en el sur en el marco de un conflicto social.

Está visto que no solo las dictaduras matan: también lo hace la democracia, connotada en su decadencia por el relativismo moral y un discurso violentista que alienta a los sicarios de uniforme. Todos los Estados y gobiernos son canallas, mentirosos y asesinos y todos ponen en riesgo la vida de la juventud, las mujeres y los inmigrantes. Frente a esta tragedia cotidiana puede y debe activarse lo mejor de nuestra humanidad, la solidaridad y la búsqueda combativa de la verdad, la justicia y la defensa de la vida, yendo al encuentro y fortaleciendo a las personas –madres, amigas/os, seres queridos– que ya están reaccionando.