afirmativos contra el negacionismo
La entrevistadora presenta al
personaje con una revelación clamorosa: “El centro de su pensamiento
intelectual siempre fue el activismo por los derechos de las personas QTPOCI+
(Queer & Trans, People of Color, Indigenous): en 2012, a partir de sus
reflexiones, nació un auténtico manifiesto”. Nos vamos aventurando en la
lectura mientras nos preguntamos sobre la fantasmagórica definición de “pensamiento
intelectual”: ¿será un pensamiento del intelecto, un pensamiento sobre el
intelecto o solo uno de los pensamientos humanamente posibles?
La entrevistada nos cuenta que en
cierto punto ha “…comenzado a explorar el espacio digital en busca de nuevos
puntos de referencia. Así es como descubrí un lugar en el que era posible
alejarse de las etiquetas rígidas y asfixiantes que me eran impuestas todos los
días en el mundo real. Empecé a experimentar con todas las posibles identidades
que podía crear y desechar a mi antojo. En este punto creo que el mundo digital
es un espacio subversivo: hoy en día es el único en el que está permitido
separarse de nuestro cuerpo codificado y genderizado (¿¡sic!?) para inventar
otros infinitos, cuerpos e identidades libres y queer que nos restituyen la
libertad y el derecho que nosotros mismos tenemos de definir lo que somos”.
Entonces se trata de alejarse del mundo real con sus etiquetas rígidas y
asfixiantes, como se hace en los juegos infantiles o de rol, o también en los
sueños o al inventar pseudónimos o alias, pero con una diferencia sustancial:
Russell no está jugando sino explicando su “pensamiento intelectual” basado en
el abandono del mundo real por el mundo de internet, que, vale recordar, es
creado y gestionado por patronales ávidas y falsificadoras sin límite alguno.
Por definición, la expresión “mundo digital” es una metáfora, como mucho una
sinécdoque, como el “mundo de la pornografía” o el “mundo del crimen”, pero la
entrevistada la entiende en una clave totalizante como un mundo suyo falsamente
autónomo, de una realidad paralela y dependiente. Un mundo virtual en el que
sería posible “separarse de nuestro cuerpo”, es decir, ascender como alma o
quizás realizarse como puro espíritu. En cualquier caso, infringir la unión
entre cuerpo y mente que simple y esencialmente nos hace humanos, para “inventar
otros infinitos” (cuerpos, se entiende, en el mejor de los casos renovando la
fábula noir del Frankenstein de Mary Shelley o quizás de El joven Frankenstein
de Mel Brooks), siempre gracias a la magia del “pensamiento intelectual”, según
los caprichos de cada momento. Estos “cuerpos e identidades” otorgarían “la
libertad y el derecho que nosotros mismos tenemos de definir lo que somos”,
donde el plural indica la individualidad enloquecida y oscilante a la que, para
decirlo concretamente, le importan un bledo las y los demás, presentes, futuros
y pasados. De nuevo y ulteriormente la dimensión humana es fragmentada para su
propio uso y consumo con un acto demencial y al mismo tiempo prepotente,
viéndose reducida a la sensación bizarra y singular de un determinado momento
mientras que algún “gran hermano” vigila y supervisa todo desde la nube.
Con el fin de evitar equívocos sobre
la profundidad de su “pensamiento intelectual”, la “feminista” (palabra que en
el relato negacionista contiene una irreparable contradicción en términos) nos
explica lo siguiente: “Creando nuevos cuerpos híbridos y fluidos, inmediatamente
dejamos de ser rastreables y definibles por una etiqueta. En definitiva,
desmantelar el género significa crear cuerpos nuevos, cósmicos justamente”.
Atención porque llegamos nada menos que a la teología de la separación y de la
negación: se crean “nuevos cuerpos híbridos y fluidos”, incluso “cósmicos”, que
por lo tanto vagan en el espacio infinito fuera de toda dimensión natural y
comúnmente humana: un individualismo superhombrista y adorador de lo cyber se
asoma y pretende ser creador de sí mismo, cuando en la realidad mundana se
asemeja a un horrendo videojuego que depende enteramente de los señores de la
web a los que se somete de forma abierta.
La entrevistadora, que ha estudiado, nos informa que “en 2014 Facebook permitió 58 opciones (y tres pronombres) para indicar el género”. Obviamente la señora Rosa y Robertito no fueron consultados y nada impide que podrán ser la quincuagésima novena y la sexagésima opción, no sabemos bien con qué pronombres, y así podríamos seguir: esto como para poner de manifiesto la locura endógena de este “pensamiento intelectual”, “cósmico” y autorreferencial.
Sin embargo, la entrevistada realiza
una declaración conclusiva perentoria y al término clarificadora: “El objetivo
final es hacer entender que la realidad es la que nosotros creamos y no la que
nos imponen, que la única solución es destruir el sistema y ponerlo en
cortocircuito, volviéndonos cuerpos e identidades fluidas”.
“El viaje hacia nuestra identidad es
intenso, en ocasiones doloroso. Pese a esto, una vez empezado a experimentarlo
se convierte en un recorrido placentero de comunión con los demás, de descubrimiento
de uno mismo y de las infinitas posibilidades de nuestro yo. En resumidas
cuentas, es un viaje durante el que nos construimos a nosotros mismos y, de
esta forma, edificamos mundos que tengan el suficiente espacio como para ser
verdaderamente inclusivos y solidarios”.
Después de haber definitivamente liquidado la realidad objetiva, al delirio del “pensamiento intelectual” no le podía faltar el grito salvaje y palingenésico de “destruir el sistema” tan típico de todo intento totalitario, que en este caso suena aún más ridículo en boca de los que se revuelcan en el que es, por definición, el peor de los “mundos sistémicos”, el de internet, en todo caso a la espera del nuevo mesías como un Steve Jobs redivivo o su delfín Elon Musk. Acá estamos frente a la negación de la complejidad del mundo real, de su naturalidad mutable y maleable pero por siempre definida en la multiplicidad de las especies que habitan el planeta, planeta evidentemente indiferente o ajeno para una Russell perdida en las galaxias del individualismo desenfrenado. La historia de la especie humana es negada, así como sus peculiaridades basilares en el género femenino y masculino, divagando de la siguiente forma: “desmantelar el género binario y la concepción de género en sentido más amplio significa rechazar un sistema que pretende reducirnos a una oposición binaria, obligarnos a elegir entre dos polos”. Como si fuese posible elegir de quién y qué nacer. El delirio de omnipotencia de la paladina de los “cuerpos cósmicos” necesita basarse en la falsificación histórica al sostener que el reconocimiento de los dos géneros humanos “es útil solo al sistema capitalista”, como si por decenas de milenios anteriores al capitalismo no hubieran existido personas de género femenino o masculino y no se hubieran dado cuenta del presunto engaño maléfico perpetrado por la madre naturaleza. En la realidad multimilenaria, vituperada y removida por la paladina cosmo-demencial, las mujeres siempre fueron y se percibieron como madres de la especie y así es como han sido evocadas en muchas ocasiones hasta por las religiones tradicionales, por cierto de mala manera, pero inevitablemente reconocidas y perseguidas como tales incluso por el género masculino opresor. Y además, ¡qué escuálida hipocresía cuando hablan del sistema los que están a sueldo de las grandes empresas de internet: la nueva y peor cara contrarrevolucionaria del sistema! Hay aquí un intento por destruir cualquier principio de realidad, la última parada del viaje a los infiernos del posmodernismo decadente, que comporta la liquidación de la búsqueda de verdades relativas compartidas. Estas necesariamente nacen del reconocimiento de especie y de género de las otras y los otros y, por lo tanto, de la capacidad de encuentro recíproco y mediación relacional y común. Esto último es liquidado en la negación cotidiana, caprichosa y descontrolada del individuo, el que, no sabiendo quién es, mucho menos puede reconocer a la otra o al otro, quedando aislado y perdido, exactamente como desearían los sistemas opresivos. Las subjetividades humanas son, por su naturaleza, complejas, comenzando por los dos géneros hasta llegar a la individualidad, y constantemente compuestas entre las personas que tejen relaciones y se reagrupan en comunidades. Las tres modalidades de la subjetividad –singular, recíproca y plural– son inseparables e interdependientes como demuestran todas las manifestaciones del presente y de la historia. Los opresores buscan violar este basilar orden antropológico pero no lo logran ni pueden hacerlo a pesar de los intentos atroces y dañinos, entre los que el negacionismo de género es la última, desesperada y demencial expresión. Si nos fijamos bien, estos delirios son el fruto podrido de una sociedad agotada, vaciada de valores y de convicciones esenciales, fuente venenosa de relaciones instrumentales, alienantes, violentas, promotoras de la perdición del individuo incapaz de reconocerse como protagonista constante de un yo-tu-nosotros dinámico conciencial y culturalmente pero basado psico-físicamente. Reencontrarse como personas íntegras e imperfectas, únicas pero inseparables de las y los demás, entidades singulares que son siempre protagonistas de reciprocidad y pluralidad, capaces de elegirse en sus propias peculiaridades y aspiraciones por reconocernos humanos entre los humanos, mujeres u hombres libres para interpretar la propia naturaleza y asumir cambiar las propias culturas: esta es la primera respuesta afirmativa y positiva para derrotar todo tipo de negacionismo nihilista y decadente con sus “pensamientos intelectuales cósmicos” que preparan para lo peor.
Publicado en La Comune 391 / Comuna Socialista 67