Publicamos
un nuevo artículo de fondo de Dario Renzi, de la Corriente Humanista
Socialista, que consideramos imprescindible para profundizar en las reflexiones
que estamos desarrollando frente a la inédita situación de expansión del
Coronavirus en el mundo. Se encontrarán con referencias al contexto italiano
que intentan ser oportunamente explicadas en el texto. ¡Buena lectura!
Haciendo
frente al virus
Razón sentimental versus razón
de Estado
Mientras yo tenga el bien solo en la cabeza, sin realizar
esta idea en mis acciones, sin asumirla como principio de vida, no es una
verdad en mí, sino solo una representación.
Ludwig
Feuerbach
Difícil y extraña la situación en la que nos encontramos.
Hemos asumido algunas medidas concretas de prevención básica para contener y
derrotar la epidemia. Lo hemos hecho rápida y autónomamente, escuchando las
indicaciones médicas. En esto, y sólo en esto, coincidimos con ciertas
decisiones gubernamentales. Por los modos y los argumentos utilizados por las
instituciones y por la prensa, por el proyecto, por las prioridades y por las
perspectivas, somos más que nunca alternativos; es decir, distantes y
contrarios a los poderes opresivos en todas sus articulaciones.
Un
acto de humildad
¿Qué
idea se están haciendo las personas (y nosotros entre ellas) de lo que
acontece? La ciencia proporciona algunas coordenadas útiles, pero no puede
darnos respuestas seguras, definitivas y resolutorias. En efecto, se debería
reconocer que nunca será capaz de hacerlo ya que somos parte de un todo,
llamado por convención universo, que como especie humana no podemos llegar a
conocer completamente ni, mucho menos, dominar. Desgraciadamente, es evidente
que los poderes bélico-industriales, históricamente movilizados para masacrar,
explotar, oprimir a mujeres, niños y hombres, pueden corromper, violar y
destruir una parte de la naturaleza, tal como están haciendo con el mundo que
habitamos. No es difícil deducir de ello que la desestabilización artificial
del hábitat natural tenga relación con
patologías pandémicas y endémicas.
Toda la
población mundial se ve sacudida y amenazada, se siente expuesta, percibe su
propia debilidad, está oprimida en diversos grados por el miedo a la enfermedad
y a la muerte. Es una condición de extrema necesidad en la que es más que
posible, es indispensable, despertarse y defenderse, aprender a protegerse,
redescubrir la fuerza de la humanidad, liberar el coraje del cuidado, de la
curación. Se trata de los sentimientos y de las razones, de la obra y de las
perspectivas de vida que encontramos en el presente, anhelamos para el futuro y
aprendemos del pasado.
Hoy, más
que nunca, es necesario tener una visión de conjunto, y precisamente por esto
se trata de comenzar con una reflexión y con un acto de humildad. Somos una
especie particular entre las demás. Podemos descubrir muchas cosas
concernientes a lo viviente y tener también certezas importantes, pero siempre
relativas y parciales: no tenemos ningún derecho a hacerlas pasar por verdades
absolutas. Podemos cambiar el ambiente circundante e incluso a nosotros mismos,
con respeto y paciencia, en un sentido positivo o, por el contrario, con
violencia y furia en un sentido destructivo. Somos una especie perfectible y,
por lo tanto, siempre imperfecta.
Confusamente,
paso a paso, nos damos cuenta de lo que sucede, pero no conocemos con precisión
el origen y el desarrollo, ni mucho menos el remedio a un fenómeno nuevo y
sorprendente, epidémico y letal, como el coronavirus. Al menos, tenemos algunos
elementos suficientes para intentar hacerle frente y debemos saberlos pensar e
interpretar. Además, consideramos que esta enfermedad mundial es, de alguna
manera, fruto de alteraciones del sistema universal natural, de las cuales
somos corresponsables como especie humana.
Potencialidades
humanas
Es, por lo tanto, el momento de
interrogarnos sobre nuestras potencialidades, sin dejar de reconocer los
límites, para movilizarlas y emplearlas de la mejor manera. Nuestra salud es
una cuestión psico-física, de constante equilibrio dinámico entre cuerpo y
mente, las cuales se influencian recíproca y permanentemente. Somos, antes que
nada, nosotros, con nuestras construcciones y representaciones mentales, los
que activamos, ya sea reforzando o debilitando, desarrollando o reduciendo, las
capacidades de la base biológica y corpórea de nuestra existencia. La
organización representativa es inseparable del organismo humano viviente. Un
estado mental fuerte y eficaz ayuda a la condición física, así como ésta
sostiene un pensamiento benéfico.
Pensar
el cuidar/se
¿Por qué es importante este simple
enfoque? Porque está basado en algunos conocimientos esenciales que son
ciertos, porque está reforzado por la experiencia, porque está al alcance de
cualquiera que lo elija, porque es innovador y nos reserva sorpresas
importantes. Al mismo tiempo, es ampliamente ignorado y contradicho, y no
casualmente. Los poderes opresivos nos preguntan (a su manera) “¿cómo están?” y
nos sugieren o nos imponen “lo que hacer y cómo hacerlo”; no se preocupan en
absoluto por estimular cómo sentir y pensar en nuestra salud física y mental.
Esto hace más inciertos y fatigosos los resultados inmediatos de la lucha
contra el virus; incluso, más en general y a la larga, se revela escasamente
útil, inútil o hasta dañino.
Así también se explican las
decisiones e informaciones contradictorias provenientes de “los de arriba”, que
han contribuido a agravar el caos causado por la epidemia. La suya no es una
invitación de conjunto, como nuestro “yo pienso en cuidar y en cuidarme”, sino
la imposición contingente y puntual de “yo me quedo en casa”. No se trata de
infravalorar o de acallar la prudencia, sino más bien de enmarcarla en una
perspectiva de conjunto, común, de larga duración, no meramente individual y
pasajera. ¿Por qué no lo hacen? En primer lugar, porque no se fían de la gente
común y porque el único cuidado en el que creen está basado en el hacer
coercitivo (más o menos explícito según los casos) y heterodirigido. Esta es
una lógica que se apoya en las “leyes de la sabana”, es decir, en una dudosa
herencia evolutiva que ignora totalmente las capacidades creativas y de
crecimiento de las personas, de las relaciones, de las comunidades. Recurren al
miedo en vez de al coraje; obligan a la huida al ámbito privado en lugar de
estimular la reciprocidad atenta y benéfica; proponen, como de costumbre,
“protecciones” extrañas y alienantes.
Ahora, a pesar del valeroso
esfuerzo de muchas/os mujeres y hombres del sistema sanitario –masacrado
durante años por varios gobiernos– que salvan numerosas vidas, este enfoque
estatal no ha logrado en absoluto una responsabilidad generalizada y
compartida, como se ha visto con los éxodos repentinos y absurdos desde una
ciudad o una región a la otra, o con comportamientos peligrosos en la vida
cotidiana. Por otra parte, el simple e inerte “quedarse en casa”, a la larga
seguramente no sea una solución si no se aprenden reglas de vida sanas y
solidarias; es más, puede generar malestares psicofísicos serios, además de
incrementar los crímenes “familiares”, que golpean en primer lugar a mujeres y
a niños.
Despertar las conciencias
Esta psicología amenazadora, tanto
para uno mismo como para los demás, por desgracia está extendida entre muchas
personas. Es el fruto amargo de un estado de sueño profundo de las conciencias.
No observar el propio mundo interno reconociendo el de los otros ofusca la
visión del mundo externo. No saberse interrogar a uno mismo y a quienes están
cerca nos predispone a aceptar cualquier mentira difundida por desconocidos, a
menudo anónimos. La obsesión por el hacer reduce la dimensión propia del ser
humano a un mero arrastrarse existencial. Sin embargo, hay personas que
empiezan a reavivarse. Las “sardinas” (una expresión popular contraria al
ultraderechista Salvini, de la Liga Norte, ndt) son un ejemplo nítido de
esto. Personas que nos preguntan y que nos hablan, que reaccionan ante la
dificultad del momento intentando representarse la vida más plenamente,
empezando a comprender el valor dirimente de elegirse y de elegir ser mejores
junto con los demás. Actuar así se convierte en algo más coherente y atento,
consciente y útil. Las decisiones que se toman cotidianamente se sitúan en el
redescubrimiento de las propias capacidades electivas de conjunto. Éstas son señales
del despertar de las conciencias, del redescubrimiento de una razón sentimental
de nuestro ser en el mundo, que nos permite, nos ayuda y nos guía a la hora de
cuidarnos, pero aún más: ella misma es una cura milagrosa. Es esa razón
sentimental del bien la que puede desafiar la razón de Estado dominante, que es
la causa de tantos males. Es esa razón sentimental que nos pertenece
profundamente y que, si reavivamos y direccionamos, puede guiarnos hacia la
felicidad posible, incluso en un momento de seria dificultad como éste.
La política sin máscara
Mientras tanto, la razón de Estado
sigue arreciando, cada vez más sorda e instrumental, contra sus súbditos, ávida
y babeante respecto a sus turbios negocios, presuntuosa y fría frente a la
humanidad doliente. Ahora empieza a filtrarse que la rápida y terrible difusión
del coronavirus en Lombardía está ligada a la abundancia de las partículas
finas, fruto envenenado de un desarrollo industrial disparatado y de las
concentraciones urbanas tóxicas, ¡que todavía se exaltan con increíble cinismo!
Hubo, de parte de empresarios, gobernantes y administraciones, un descuido
generalizado de las condiciones de seguridad de las trabajadoras y
trabajadores, empezando por los de la sanidad. Hasta en las zonas más afectadas
por la epidemia, como Lombardía y el área de Bérgamo en particular, todavía se
duda en cerrar todas las instalaciones industriales no esenciales. Acumulación
y superbeneficios, las divinidades de estos señores, reclaman sacrificios por
parte de quienes trabajan, hasta el punto de poner en riesgo sus vidas. La
lentitud en la contención del peligro es fruto también de la codicia
empresarial, que ha sido apoyada por todos los partidos estatales.
En cualquier circunstancia, el
sistema opresivo de poder busca controlar y manipular a la gran mayoría de las
personas comunes, muchas de las cuales, como los inmigrantes y los “sin techo”,
son excluidas de iure y de facto de los derechos de ciudadanía.
La lógica negativa de los poderes
opresivos culmina en un silogismo fatal: cuanto más prevalece más fracasa, y su
fracaso la empuja a ensañarse y a enfurecerse todavía más con la gente. Este
nuevo test de stress, debido a la epidemia, es revelador. La decadencia que
viven las democracias se agrava, el autoritarismo mal escondido de las untuosas
declaraciones oficiales, se abre camino en la estrecha mentalidad predatoria de
los gobernantes, ésta sí de “sabana”. Es oportuno recordar que en estos casos
tiende a prevalecer el original, el modelo más verificado, que no es el fascismo
o el estalinismo (cuyos rasgos o residuos también hacen su aparición), sino el
dominio más longevo y orgánicamente opresivo que la humanidad ha conocido: el
imperial. ¿Cuál es el imperio más duradero, fundamentado históricamente, con
una “filosofía” de la guerra y de la comunidad forzada a sus espaldas, capaz
incluso de adaptarse preservándose? China, que a través de milenarios cambios
dinásticos y de régimen ha mantenido, sin embargo, un cierto tipo de estructura
y de control burocrático sobre varias etnias encerradas en un territorio
protegido. Un imperio capaz de una violencia extrema e implacable dentro de sus
fronteras (recordemos Tien an Men) pero siempre atento durante las últimas
décadas a no dejarse implicar por los conflictos internacionales. Un imperio
que crece en cuanto a su potencia industrial y tecnológica, sometiendo a sus
súbditos a los más agrios sacrificios, a una explotación y a una contaminación
monstruosas, privándoles de las libertades burguesas formales, pero prometiendo
“seguridad”, como parece haber garantizado frente a la epidemia, aunque no sin
grandes retrasos y culpables silencios.
La influencia china está destinada
a crecer en el mundo, pero no sólo económicamente sino, sobre todo,
ideológicamente, de forma directa o indirecta. Es o será vista como una
alternativa o un correctivo a las democracias decrépitas. Ya es así en Corea
del Sur, en donde la democracia, en la emergencia médica, ha sido entendida al
estilo “gran hermano”, con videocámaras en las casas de todos los enfermos. O
bien, en la “civilizadísima” Gran Bretaña, en donde un asesino en serie vaga
por Downing Street. Antes de arrepentirse, estaba siguiendo los pasos de
algunos de sus compatriotas de guardapolvo blanco, que desde hace tiempo ponen
en marcha un protocolo de “eutanasia” programada contra las personas ancianas
e, incluso, una “directriz del Royal College of Paediatrics and Child Health
(…) que consiente expresamente que los tratamientos para el mantenimiento de la
vida se nieguen a los niños si su «calidad de vida» es considerada
insuficiente” (véase Il Foglio, del 17 de marzo de 20201). Por no hablar de
las locuras de Trump, que van desde los muros hasta la liquidación del
“Obamacare” pasando por las actitudes en público de invitación a la imprudencia
frente al virus, para después dar un drástico giro. Pensemos también en Macron
que, al inicio, asistió y avaló los insensatos paseos y besuqueos jacobinos
libertinos por las riveras del Sena de una pequeña burguesía parisina
frustrada, para, tardíamente, dar un cambio, sugerido por las… Bolsas.
Los gobiernos, es decir, sus
comités de negocios o consejos de administración, dudan y toman decisiones,
mienten y desmienten, amenazan y reprimen, tranquilizan y aterrorizan, alardean
y perjuran. En este momento ya son la única expresión de la política. En
efecto, los partidos han desaparecido, si se exceptúa el mensaje de L.
Zingareti (representante político italiano del Partido Democrático, ndt)
sobre su “resultado positivo” al virus y alguna invocación histérica al
servicio militar obligatorio del siniestro Salvini. ¿Qué es de la vida de los
grupos y las organizaciones de izquierda? Ponen de manifiesto algunas denuncias
sacrosantas de fechorías gubernativas, planteando a veces reivindicaciones al
Estado, descuidando o ignorando la situación humana de conjunto que se va
determinando; o bien, se da el caso del
periódico Lotta Comunista2 (en su número de febrero de 2020) que dedica un artículo
titulado “Virus de la superstición”, definido como “bribona especulación
electoralista”, confirmando de ese modo, además de un cierto cinismo, el pasaje
de su marxismo de la ciencia a la ciencia ficción. La única y loable excepción,
por lo menos que conozcamos, está representada por la reflexión de conjunto
sobre la epidemia y por las acciones solidarias para afrontarla, puestas en
marcha por los Centros Sociales del noroeste de Italia. Las actitudes
prevalecientes en la izquierda se suman y agravan el indecible sectarismo o la
altanería demostrada por todos estos reagrupamientos en comparación con las
“sardinas” y la sencilla radicalidad de su mensaje. Por desgracia, se trata del
trágico final de una larga parábola de quienes han seguido creyendo en el
rescate político o en la posibilidad de una nueva política. Por desgracia, no
es así: la política, incluso la democrática en todos sus matices, incluida la
que se proclama revolucionaria y/o comunista, es un asunto de Estado. En cuanto
tal, hunde sus raíces en la utilización de la violencia y en la predisposición
y la preparación para la guerra (hasta contra el virus han declarado la guerra,
no dándose cuenta de la paradoja). Cualquier práctica política comporta
alejarse de la humanidad y de sus rasgos esenciales, no comprender o
desinteresarse de la centralidad del mundo interno. Al final, la política, toda
la política, regresa a sus primeros orígenes. Detrás de la máscara, devela sus
orígenes y vocación bélicos, coercitivos y represivos perennes. La prueba no
sólo está en los conflictos armados, sino en la permanente ofensiva contra las
mujeres, en el racismo popular y estatal, en los intentos biopolíticos y
tecnológicos de control y de perversión de la comunicación y de las elecciones
humanas; y en el hecho de que todo sujeto político busca, invariablemente,
prevalecer sobre los adversarios de turno a través del atropello, del engaño y
del enfrentamiento.
La razón racionalizadora de los
poderosos opresores, en sus diferencias, que se van difuminando, se ha
convertido para todos en la tragedia de la irracionalidad humana. Se desarrolla
en todos los sitios como incomprensión de la especie, comenzando por la
remoción del género femenino que la crea, cuida y atiende su crecimiento.
Una encrucijada existencial
Dentro de lo urgente del momento,
y más allá de él, advertimos que estamos frente a una encrucijada. Es
prioritario contener y derrotar la epidemia, pero mientras lo intentamos, el
conjunto de nuestras predisposiciones íntimas es puesto a prueba; al mismo
tiempo, lo están también los ordenamientos prácticos de la existencia y nos
interrogamos sobre el después.
Fijémonos en las diversas direcciones posibles.
Está el camino del ˝nada será como
antes”, replanteado por periodistas y políticos faltos de imaginación; una
receta de apariencia insignificante, pero de efectos fatalistas y, por tanto,
mortificadora de nuestras capacidades electivas. Está, muy solicitado, el
mantra que predica “la vuelta a la normalidad”. Pero, ¿qué normalidad? ¿Cuándo
comenzaremos a comprender que su normalidad no existe? No es humanamente normal
la guerra permanente, la violencia contra las mujeres y los niños, la ferocidad
xenófoba y racista, la sociedad cada vez más masificada y obsesiva, extraña a
sí misma y peligrosa. Entonces, está la esperanza virtual: eso, refugiémonos en
internet, intoxiquémonos de noticias falsas o distorsionadas, proporcionemos
nuestros datos personales y transformémoslos en una mercancía, inventémonos
relaciones efímeras y engañosas, comprometamos nuestras capacidades cognitivas,
dejemos de fatigarnos en pensar con nuestra cabeza y nuestros ritmos,
confiándonos a los aparatos electrónicos; pero después no nos lamentemos al
descubrirnos más pobres y débiles humanamente… Está el grito de la rebelión, la
conflictividad permanente al estilo “chalecos amarillos”, que promete alguna
descarga de adrenalina y produce un crecimiento exponencial de frustración e
impotencia para pensar en positivo. Viceversa, está el refugio aún mayor en el
ámbito privado; es decir, seguir en la condición de cautividad que forzosamente
estamos experimentando en estos días. Está la acostumbrada formulita que recita
que “la vida continúa” y que, por lo tanto, propone resignación y sumisión a la
espera de que otros virus y guerras auténticas de diverso tipo y tenor nos
alcancen. O bien, está la posibilidad y el derecho, hasta la necesidad, de
inventarnos otra vida, nuestra vida, más digna de ser vivida y disfrutada,
incluso afrontando sus dificultades. Esta posibilidad se puede concretar si se
escapa de la tempestad emocional que ya arreciaba antes y que ahora se ha
agravado y corre el riesgo de cristalizarse, convirtiéndose en endémica: muchos
son víctimas de ésta.
Tratemos de reflexionar sin
detenernos en las primeras impresiones, retomemos el control de nuestros
fantásticos recursos mentales.
Porque si no, las facultades, ya de por sí maltratadas, se nublan. La
inteligencia cruje como un mecanismo oxidado o se paraliza por el miedo, en vez
de elaborar nítidamente las intuiciones, advirtiéndonos de las posibilidades y
de los peligros. La memoria se detiene en lo inmediato, o bien evoca tragedias
pasadas, en vez de recorrer los pasos de nuestra andadura y recordar los
grandes desafíos ganados por la humanidad y por cada una/o de nosotras/os,
incluso en los momentos más tristes y a pesar de patrones y de gobernantes. La
creatividad se limita a abrir una ventana y a cantar una pésima canción que,
desafiando el conjuro, dice que “siam pronti alla morte” (“estamos listos para
morir”, ndt)3,
en vez de liberar nuestras intenciones teoréticas y afectivas para preparar el
contraataque y planificar lo mucho que estamos listos para la vida. La razón se
envuelve dentro del cálculo de las probabilidades y del tiempo que tardará en
acabar la epidemia, sin tener evidencias de ello, en vez de buscar y examinar
los datos fundamentales y de ensamblarlos con cautela, evaluando las líneas de
tendencia y las posibilidades reales. El sentimiento, precipitado a menudo en
odio o, de alguna manera, empequeñecido dentro de la pura dimensión emocional,
se convierte en pánico en vez de elevarse por fin para dar un sentido al amor
por la humanidad y a la vida misma, reencontrándose de esa manera en el amor de
los amores, de los amigos y de nosotros mismos. Es decir, hallar el coraje.
Hallarlo ya. Porque quien ama la
vida en su conjunto, en todas sus manifestaciones, puede encontrar el coraje
necesario de sí y de los demás y el camino justo en esta encrucijada.
Redescubriéndonos más y mejor
humanos
Muchos, cautivados por la muy
humana, aunque no reflexionada, necesidad de volver a casa o de encontrarse, se
han ido de viaje o vagan por las ciudades, poniéndose en peligro ellos mismos y
a sus propios seres queridos. Comprensible, pero inaceptable. Una cosa son las
salidas individuales indispensables por necesidades esenciales; otra los
desplazamientos multitudinarios a zonas de vacaciones y las andanzas en grupo.
Reafirmémoslo: es necesario convencerse y convencer a las personas de poner la
máxima atención en los comportamientos, criticando actitudes de
irresponsabilidad social y relacional que, por desgracia, son expresión de la
crisis de razón sentimental así como de la descomposición creciente de las
sociedades estatales. Al mismo tiempo, rechazamos y condenamos los excesos
represivos o intimidatorios por parte de las instituciones hacia la gente
común. Sabemos que ciertos movimientos autoritarios pueden arraigarse
fácilmente en un contexto de fragilidad o de degradación conciencial acentuada,
como el italiano. Además, la hostilidad gratuita o el ensañamiento legalista
con respecto a personas en movimiento, evidentemente por necesidad, sin que
constituyan un peligro, no ayuda en absoluto al compromiso colectivo contra el
virus y corre el riesgo de fomentar masivas crisis de nervios.
Es una confortante señal que
muchos demuestren asumir y practicar un principio de responsabilidad, el cual
brota de un positivo sacudón altruista que puede crecer y radicalizarse en
términos afectivos y morales. Nos referimos a un número creciente de mujeres y
de hombres de todas las edades, de diversa extracción y ubicación social, que
nos restituyen y que comprenden este espíritu. De ellos recibimos un impulso de
más para desarrollar, precisar y hacer más coherente nuestro compromiso
humanista socialista, y a ellos se lo ofrecemos. La obra fundamental de
convencimiento, de escucha y de acompañamiento que estamos llevando a cabo,
apunta hacia una actividad del espíritu y no a la pura pasividad. Cuidarse y
cuidar implica seguramente prudencia, cautela, respeto y explicación de las
reglas conocidas, pero esto es sólo el inicio. Necesitamos una movilización
fuerte, convencida y constante de nuestras mejores energías esenciales.
En el momento más oscuro de la
decadencia pueden brillar la luz de modos diversos de concebir y llevar a cabo
la vida. Es tiempo de redescubrir y elaborar las intenciones concretas que nos
animan. En primer lugar, la capacidad de representar la vida globalmente, de
imaginarla, planificarla, anhelarla. Capacidad ésta que se alberga en
profundidad en cada una/o de nosotros, pero que a menudo no nos pertenece
porque se la confiamos o se la cedemos en alquiler a instituciones lejanas y
frías. Y sin embargo, sentimos su calor y su potencia en los sentimientos que
surgen en nosotros hacia otras personas, hacia el resto de la humanidad, hacia
las demás especies, hacia toda la naturaleza, y es precisamente de esto de lo
que podemos y deberíamos hacer teoría y cultura. Podemos intuir su importancia
crucial, precisamente ahora que hacemos frente a la amenaza viral, como
salvaguarda, como posibilidad de crecimiento y de cambio. Está presente en
nosotros y depende de cada una/o de nosotros interpretar el crecimiento, el
amor, la creación vital a la que estamos predispuestos y que sentimos apremiar
en nosotros, quizás todavía incomprendida. Depende de nosotros, juntos:
sintiéndonos, encontrándonos (con seguridad, por supuesto), escuchándonos,
consultándonos, reencontrándonos aunque sea a distancia. De esa manera nos
daremos cuenta de la extraordinaria similitud que percibimos en las relaciones
y en las colectividades elegidas, así como de la no menos asombrosa diversidad
de la que somos protagonistas en cada pasaje de nuestra subjetividad.
Descubriremos de ese modo cuánto tendemos a la vida de manera irrefrenable,
pero debemos aprender a hacerlo, y hasta la amenazadora tragedia nos estimula
en este sentido.
Especialmente ahora es más
posible, por fin, aprender a reconocer y elegir el bien y el mal. La actualidad
de los valores morales y éticos, por reconquistar y por fundar de nuevo, por
encarnar y experimentar, es irrenunciable. Dentro y fuera de nosotros
advertimos en qué medida concierne a la proximidad o a la distancia con las y
los demás a todos los niveles, desde el más sencillo al más complejo. Por
tanto, las protagonistas y los protagonistas de una renaciente y apasionada
razón sentimental, pueden manifestarse y reunirse como sujetos a todos los
niveles. Personas que son, representan y actúan en relación y juntas. Lo
experimentamos concretamente en los intercambios interpersonales con muchas
amigas y amigos, en los equipos de La Comune, en la Escuela
Internacional, en la distribución del periódico, en la investigación teorética.
Lo verificamos de manera particular en la campaña de autofinanciamiento, que
incluso en estos días tan complicados sigue desarrollándose, demostrando la
cualidad y la coherencia de nuestras/os compañeras/os y el valor y la
generosidad de muchas y muchos que nos donan dinero, pero sobre todo convicción
y decisión por nuestra obra totalmente independiente. Entrevemos y probamos el
sentido del poder ser más y mejor humanos dedicándonos a las y los demás. El
proyecto y el programa, la idea ambiciosa y la práctica modesta y concreta de
esa comunión libre y alternativa, de la que extraemos nuestro origen y tomamos
el nombre, aparecen cada vez más actuales, concretos, verdaderos, útiles,
libres, benéficos, bellos y posibles.
23 de marzo de 2020
Dario Renzi
(Los elementos fundamentales de
este texto han sido presentados y discutidos en la Dirección
Teórico-Metodológica de la Corriente Humanista Socialista)
(1) Il Foglio es un
periódico italiano de tendencia liberal.
(2) Lotta Comunista es un
partido político extraparlamentario italiano.
(3) Extracto del himno de Italia,
“Fratelli d’Italia”, conocido también como el himno de Mameli, que fue
el compositor de su letra.