Con los resultados electorales del 19 de noviembre se consumó el peor escenario posible. Javier Milei, un siniestro personaje de ultraderecha y liberfacho, será el próximo presidente. En su primer discurso, no tuvo empacho en anunciar de entrada que gobernará solo para las “personas de bien” (el de las patronales y sus amigos), violando un axioma elemental de la democracia burguesa: al presidente lo eligen las mayorías, pero gobierna para todos. Pareciera una pesadilla, pero es real, y es el fruto marchito del entrecruzamiento entre el deshacerse de la política democrática –cada vez más insensible e incapaz por naturaleza de hacer cuentas con las exigencias humanas más elementales, portadora a cara descubierta de los peores desvalores– y la debacle social, cultural y moral de la sociedad, que creció de manera acelerada viajando por las pantallas de los teléfonos celulares, atontando las facultades, envenenando las aspiraciones humanas más genuinas, apagando las conciencias y desp