La
reciente detención de Adrián Rowek (profesor en un colegio de Villa Devoto y ex
tutor del CNBA) por abuso de menores genera mucha indignación, pero también nos
pone en cuestión y nos obliga a reflexionar.
Desde la
primera denuncia por la que “se fue” hace más de una década de una escuela
primaria de Palermo hasta el momento, días atrás, del allanamiento en su
domicilio –mientras abusaba de un menor–, el accionar de las instituciones y de
algunas de las personas que las integran contribuyó, de diversas maneras, a la
impunidad.
Es
sabido que había habido denuncias y quejas previas de padres y alumnos en las
escuelas donde trabajaba y ahora también sabemos que por ello las autoridades
lo “tenían en la mira”, pero decidieron sostenerlo preservando la “normalidad”
institucional y así exponer a los alumnos al riesgo. ¿Cómo es posible que
autoridades cuya misión es educar y velar por la integridad psicofísica de
chicos y jóvenes, decidan poner en primer lugar la imagen de la institución
(como en el CNBA, un verdadero botín de la política nacional) por encima del
bienestar de sus estudiantes y de todas las víctimas potenciales fuera del
colegio? Esto debería sorprendernos, pero no sorprende. Está en el ADN de las
instituciones burguesas, públicas o privadas, que siempre privilegian sus
negocios y roscas de poder negativo. Por eso somos conscientes de que el
cuidado de los trabajadores y de los estudiantes, así como la seguridad de los
espacios comunes, dependen fuertemente de la propia comunidad educativa.
Quienes
lo conocimos –en condición de compañeros de trabajo o como estudiantes–
recordamos que circulaban rumores que acrecentaron la sensación de que era
necesario estar atentos. A algunos, que dieron prioridad al carácter “entrador
y buena onda” de este nefasto personaje, poco les importó. Otros, ante la duda,
decidimos alertar a los alumnos que estaban bajo su control para que tuvieran
cuidado y se abstuvieran de aceptar un contacto fuera del colegio con él. Otros
directamente se confiaron al funcionamiento de los mecanismos institucionales y
a la “responsabilidad” de las autoridades para resolver eventuales problemas.
Para
enfrentar estas situaciones podemos inspirarnos y aprender del coraje del grupo
de alumnas del CNBA que hace tres años eligió el protagonismo directo y
expansivo para romper con la impunidad de los abusadores, fueran alumnos o
autoridades, haciendo realidad la idea de que “si nos tocan a una, reaccionamos
todas”. Librando una batalla ejemplar contra los prejuicios y las presiones,
poniendo blanco sobre negro el carácter patriarcal de la institución y
promoviendo buscar un cambio real, inicial pero profundo, en la relación entre
los géneros. Superando barreras generacionales y discursos políticamente
correctos (que pretendían cambios cosméticos para que en el fondo todo siguiera
igual), proponiendo otro tipo de convivencia, libre de violentos, prepotentes y
abusadores.
Es
necesario reaccionar éticamente y eso en este contexto significa ir contra la
corriente dominante, sin tener expectativas en las soluciones desde arriba.
Yendo a favor de la corriente del bien que las personas expresan cuando ponen
en común la defensa de la vida y la integridad psicofísica de los niños y
jóvenes. Entonces es fundamental unirnos, activando nuestra atención y escucha
de las/os estudiantes, educándonos en el cuidado mutuo frente a los peligros
que la decadencia de los poderes opresivos y de las sociedades disgregadas
representan para las personas comunes.
Trabajadores,
graduados y graduadas del Colegio Nacional de Buenos Aires