En
el marco de los homenajes alrededor del mundo por la muerte de Maradona, fue saludablemente disonante
la reacción de Paula Dapena, una joven futbolista del Viajes InteRias FF (Pontevedra,
España), que se sentó en el césped de espaldas al resto en señal de protesta
durante el minuto de silencio que se hacía antes del partido. “No estoy
dispuesta a [hacerlo] por un maltratador”, expresó recordando los ataques del
jugador contra sus parejas, el consumo de prostitución, entre otras de sus
reiteradas expresiones patriarcales. Y aun reconociendo las habilidades
extraordinarias del futbolista, dijo “no soy capaz de separar a la persona del
jugador, para mí un deportista tiene que tener valores y principios fuera del
campo que se reflejen dentro”. Sus actos despertaron el repudio generalizado de
los fanáticos y Paula recibió amenazas de muerte e insultos, pero también “el
doble de gestos de apoyo”, como rescata. “Hay mucho miedo a cómo la gente pueda
reaccionar. Es un mito, un dios, un ídolo y creo que ir en contra de esto puede
tener consecuencias (…) pero cuando ven que alguien planta cara y se niega a
darle homenaje empieza a salir gente (…) porque se siente reflejada”, expresó
animando a otros y otras a rebelarse ante esto.
En un contexto de decadencia, la fiebre maradoniana es otra expresión más del vacío moral reinante –especialmente en este, su país de origen. Personas comunes y figuras públicas de todo tipo –e incluso algunas feministas locales– eximen de juicios de valor al jugador reivindicando su carácter popular, sus condiciones de proveniencia y el dolor que provoca su muerte. En este sentido, no son de sorprender las amenazas, incluso de muerte, que sufrió Paula Dapena por su decisión. Gestos valientes y a contracorriente como el suyo, por las razones que expresa y porque surge dentro del mismo ámbito deportivo-futbolístico, son dignos de rescatar y dar más a conocer. Vaya nuestro apoyo y toda nuestra solidaridad con ella.
Jimena Hache