Mujeres, también primeras contra el narco

Por Ignacio Ríos

La serie de Netflix sobre Griselda Blanco, la “madrina de la cocaína” en el Miami de la década del 70 y del 80, se suma a una línea de investigación, sobre todo proveniente de Estados Unidos, que ensalza las figuras femeninas ligadas al narcotráfico. De esta forma, existen libros enteros sobre “narcas” que plantean que ciertas mujeres lograron abrirse paso en un ambiente “típicamente masculino” y “quebrar los estereotipos de género” para llegar a altos cargos en los carteles de la droga. Una de estas autoras, Deborah Bonello, sostiene que las mujeres también “quieren el poder, el dinero” y “les gusta la adrenalina”, mientras que otras investigaciones afirman que ellas aportan “gobernanza” y “coordinación” en donde los hombres solo ponen “liderazgo” y “violencia”, redundando en conducciones “más inteligentes y discretas”.
Son visiones que, además de banalizar la violencia y el drama ligado al tráfico de drogas y de personas, son funcionales al sometimiento de las mujeres al reivindicar una supuesta paridad en este caso también en las organizaciones criminales terriblemente misóginas y antihumanas. Hasta parecen saludar su encumbramiento en el mundo ferozmente patriarcal del narcotráfico, siempre ligado a los Estados y a las demás estructuras de poder opresivo. Desde la misma aparición del concepto de “femicidio” en Ciudad Juárez, allí donde reina el narco se extienden los secuestros, las desapariciones, las violaciones y los asesinatos de mujeres, obligadas a prostituirse para el capo o convertidas en “botín de guerra” o en un blanco para mandar mensajes a mafias rivales.
También son utilizadas para el micromenudeo o para el transporte como en el caso de las famosas “mulas”, las más expuestas ante las fuerzas de seguridad. Los jefes narcos y sus lugartenientes se aprovechan de la desesperación de tantas madres solteras pobres, víctimas de violencia de género, que harán de todo para dar de comer a sus hijos. Según las estadísticas, este es el perfil abrumadoramente mayoritario de las mujeres presas en las cárceles de América Latina por delitos de drogas, cuyas cifras van en aumento imparable.
Pero además del carácter de primeras víctimas, es importante detenerse en el hecho de que las mujeres son las primeras que se enfrentan a los estragos de la difusión de la droga y del narcotráfico en los ámbitos sociales en los que viven. Son las primeras que se organizan en colectivos como las “Madres contra el Paco”, el “Movimiento Madres en Lucha” o “Madres por la Vida”, solo para hablar de este país, denunciando a políticos y policías y estableciendo redes de ayuda, cooperación y comunicación con otras. Con mucho coraje –bastante mayor que el de las “narcas” de estas series y libros de moda–, son las primeras que son conscientes de la terrible influencia de este fenómeno entre la juventud, las protagonistas principales de los escraches a los vendedores de droga en los barrios y las que están en primera línea en la puesta en pie de escuelas y comedores populares que aportan contención y cercanía humana frente a la violencia, la degradación moral y física y el dinero fácil del narco.
Son evidencias mucho más cercanas a la realidad cotidiana que nos hablan de la raíz femenina de la humanidad, la cual, para afirmarse, desarrollarse y hacer frente a las dificultades, siempre se valió de la capacidad de proyectar y cuidar la vida, tan presente en el género femenino, que podemos atesorar, valorizar y cultivar.