Luchas contra los despidos, movilización de los Moyano y el sindicalismo combativo
Reivindicamos la motivación solidaria y unitaria que reunió a trabajadores en lucha en el Encuentro nacional del Hospital Posadas el pasado sábado 17 de febrero. Frente a los despidos y demás ataques del gobierno reaccionario y racista, la iniciativa de reunir a las personas que trabajan en el INTI, Senasa, Fanazul, Cresta Roja, Río Turbio, Ingenio La Esperanza en Jujuy, Cargill en Rosario o Ferrobaires, puede concretarse en la búsqueda de razones comunes que se aproximen a realizar aquellas motivaciones. Seguramente el reclamo por la reincorporación de todos los compañeros, así como la necesidad de derrotar la reforma laboral, el ajuste y la persecución a los que luchan –que día tras día suma nuevos intentos de institucionalización represiva, como el protocolo anti tomas de escuela– son expresiones de la esperanza a un futuro más libre, digno y justo, que anida en cada persona de bien.
Lejos estamos, sin embargo, de sostener una visión ingenua o buenista acerca de los personajes convocantes a la movilización del 21 –burócratas millonarios, patoteros y enemigos de la más elemental pluralidad de voces entre quienes trabajan– y sus verdaderos intereses. Son ellos quienes, aprovechando la disgregación social y la ausencia de visiones y programas auténticamente propios de los trabajadores y sus vanguardias, se vienen haciendo del poder de las corruptas estructuras sindicales, arrogándose la “representación del movimiento obrero”.
A los Moyano, Daer y Martínez –otrora comprometidos, a diferentes niveles, con la dictadura genocida– no los venceremos ni convenceremos exigiéndoles que se unan entre ellos, o que promuevan “unidad” con otros aparatos sindicales, ni tampoco compitiendo con ellos por una cuota de poder en su terreno predilecto: dentro de los “cuerpos orgánicos”. Estas organizaciones para-estatales viven de la expropiación del protagonismo de los trabajadores, lucran con los fondos para las obras sociales, gozan de impunidad en la justicia y se llevan suculentos “premios” cuando finalmente acuerdan salarios y demás yerbas con las patronales. Su lógica es burguesa de cabo a rabo: el peronismo ha “educado” a los trabajadores en que organizarse implica someterse a la tutela del Estado, de la familia patriarcal y del trabajo alienado como fuente de progreso y “dignidad”.
Partimos, entonces, de las tensiones e intenciones mejores de quienes, entre los que trabajan (y los que se solidarizan con ellos) buscan encontrar caminos alternativos a la tríada mafiosa gobierno-patronales-burocracia sindical. No es suficiente movilizarse en un bloque diferenciado junto al sindicalismo combativo –sector en el que de todas maneras marcharemos los humanistas socialistas–. Necesitamos ir más a fondo en la idea de la independencia y la unidad posible. ¿Es útil a nuestros intereses sostener un minimalismo reivindicativo que aspira, a lo sumo, a arrancar algunas “concesiones concretas” a los patrones y el Estado? ¿Continuaremos sembrando expectativas en que la alternativa podrá nacer de “ponerle el cuerpo” a una hipotética medida de fuerza nacional encabezada por los mismos burócratas decadentes? ¿O finalmente nos animaremos a dar los primeros pasos hacia la conquista del protagonismo directo, basado en la elección de ensayar, juntos, valores positivos como la libertad, la generosidad y el altruismo? ¿Es posible que crezca, entonces, una autoconciencia de la centralidad de las “personas concretas” que sentimos, pensamos y elegimos, y entonces acercarnos más a humanizar y lograr nuestras reivindicaciones? ¿Podremos crear y hacer que maduren organismos propios, autodefinidos y autogestivos de las personas que trabajan, basados en estas coordenadas? ¿Conseguiremos así comenzar a superar el lastre de la cultura de la delegación, hija del paternalismo caudillista, machista y autoritario que se ha filtrado en nuestras clases obreras, como mínimo desde mediados del siglo XX?