
La situación en la Amazonia brasileña no sólo es
preocupante sino que es urgente y dramática. Allí se registra la mitad de los
más de 70.000 focos de incendio que sufrió Brasil sólo en lo que va del año.
Esto afecta en primer lugar a las comunidades indígenas del lugar. Pero además
estos perjuicios constituyen un problema para todos/as: como sabemos, la
Amazonia es la mayor reserva ecológica del planeta y, en cuanto tal, juega un
papel fundamental en la regulación del clima mundial, en la purificación del
aire que todos respiramos, en la producción de agua dulce y en la conservación
de cientos de especies animales y vegetales.
La explicación reside en la sed de ganancias de
hacendados, agroindustriales y grandes latifundistas que arrasan con fuego a
los bosques para contar con mayores zonas para el cultivo y el desarrollo de la
ganadería. Saben que gozan de total impunidad y son impulsados por las
políticas y los dichos del neo-fascista Jair Bolsonaro, quien siempre que puede
lanza injurias contra los pueblos originarios y las organizaciones
ambientalistas (incluso llegó a acusar a las ONG de provocar los incendios para
desacreditarlo) y ataca a las instituciones que advierten sobre la
deforestación. Bolsonaro es fiel expresión del desprecio por la vida y la
completa irracionalidad de los poderes opresivos mundiales, de las grandes
empresas y los Estados, que –en su afán de controlar, depredar y explotar la
naturaleza– están ocasionando daños enormes al planeta, algunos de ellos ya
irreparables.
Un compromiso por una vida mejor debe comportar,
hoy más que nunca, la defensa de la naturaleza. Nos conviene, nos compete y
atañe a las próximas generaciones. Podemos extraer impulso de la movilización
de las mujeres indígenas en Brasil que están reaccionando, o de la juventud que
está empezando a sensibilizarse a nivel mundial. ¿Pensamos lo suficiente en
que, como especie humana, somos parte de la naturaleza, sin duda una parte muy
especial por ser la única capaz de pensar su relación con el entorno en el que
vive y, por lo tanto, de cambiarla? ¿Una vida y una cultura distinta y mejor no
tendrían que incluir una nueva manera de relacionarnos y de pensarnos en la
naturaleza, de la que hemos emergido? Hoy, como nunca antes, se plantean con
urgencia estas preguntas esenciales invitando a desarrollar un compromiso,
también ecologista, contra los enemigos de la vida y de la humanidad.