Se
cumplieron cuatro días de la cuarentena. Más allá de la obligación de hacerla,
auspiciamos que sean días para promover el cuidado y la atención hacia las y
los demás y hacia nosotros mismos. También que los brotes de solidaridad que se
están dando a conocer –como el de los docentes y estudiantes de distintas
provincias que están elaborando alcohol en gel para donar a quienes más lo
necesiten– sean ocasión para reflexionar acerca de cuánto nos necesitamos siempre
los unos a los otros. La distancia física obligada pone en evidencia, por
ejemplo, que los seres humanos somos biológicamente inseparables y que estamos
materialmente vinculados. Esta elemental constatación podría ser un principio
para pensar en cómo mejorar ese inevitable enlazamiento entre todas y todos,
rechazando y combatiendo el individualismo, el racismo o cualquiera de las
ideologías mortíferas que lo niegan.
En ese
sentido, si vemos a alguien en la calle caminando sin justificación aparente,
antes que delatarlo a las autoridades preguntémosle qué necesita y si podemos
ayudarlo para que no se vea obligado a salir. Seguramente así nos daremos
cuentas de que muchas personas rompen la cuarentena por necesidades que
podríamos solucionar apelando a la solidaridad. También podríamos intentar convencer
de volver a casa a quienes aún expresan cierta irresponsabilidad a la hora de
cuidarse y cuidarnos. La solidaridad conviene a quien la recibe y a quien la
ejercita. Produce un comprobado bienestar psicofísico que puede ser un recurso
para el fortalecimiento de nuestras defensas.
Además,
a lo que sí tenemos que estar muy atentos es a la probable brutalidad policial,
sobre todo contra quienes están más expuestos, como quienes viven en las
calles, en los barrios más humildes y la juventud. El gobierno ha otorgado un
gran poder a instituciones de probada tradición en las violaciones a los
derechos humanos. Frente a eso: mucha atención, hacerlo notar inmediatamente a
las y los vecinos y denunciarlo.
M.C.