El despreciable Donald Trump está aprovechando
la emergencia sanitaria para rechazar a los inmigrantes que alcanzan la
frontera estadounidense, incluidos los que piden asilo. Algunos son devueltos a
sus países centroamericanos de origen a través de vuelos en los que no hay
garantía alguna de que no se conviertan en vehículos de contagio de Covid-19.
Otros son deportados por las autoridades mexicanas hacia el sur del país y
arrojados en la frontera con Guatemala, a su vez también cerrada a causa de la
pandemia.
Desde
siempre nuestra especie se trasladó por tierra y por mar movida por la búsqueda
de una vida mejor y para evadirse de calamidades naturales o epidemias, como la
que está en curso. Los Estados y los poderes opresivos se contraponen a estas
esperanzas y a los movimientos humanos que escapan a su control y no responden
a sus intereses. Por el contrario, los inmigrantes pueden encarnar una
posibilidad de mejoramiento para todos. Es una consideración que, por otra
parte, podemos extraer de un simple hecho de la realidad: más de doce millones
de inmigrantes presentes en EE.UU. trabajan en el área de salud o desarrollan
tareas esenciales, tan preciosas en la lucha contra el virus.
I.R.
19-04-20