
No sorprende que, en estos tiempos de
pandemia, sea en Chile donde ocurra una de las primeras protestas más
concentradas y visibles en Sudamérica. Justamente el lunes se cumplieron siete
meses del estallido de un proceso de lucha, muy extendido y contundente en sus
formas pero bastante limitado en sus contenidos y en su proyección
independiente. De hecho el presidente Sebastián Piñera lo estaba desactivando
mediante promesas de reforma constitucional, aprovechándose también del actual
confinamiento obligado de la población. La desesperación de amplios sectores
sociales en un país tan surcado por desigualdades e injusticias plantea un
nuevo escenario de posibles expresiones caóticas de exigencias populares
legítimas impulsadas por el deseo de una vida digna.
I.R.