En
Argentina hay más de 103 mil personas privadas de su libertad (según SNEEP
2018), casi el 50% de ellos con prisión preventiva, es decir, sin condena
firme. Viven en condiciones inhumanas: hacinamiento, falta de higiene y de
alimentos, castigos y torturas
policiales, maltrato sistemático hacia las personas que los visitan. Esta es la
expresión material de la idea estatal de Justicia: castigo y humillación. Una
idea reaccionaria que, lamentablemente, es apoyada por muchas personas y que
impulsó el cacerolazo contra los presos de los últimos días.

El Poder
Judicial es quien vigila los intereses opresivos del Estado y la propiedad
privada. Tal vez, si partimos de intentar cuidar y defender en primer lugar una
vida digna y libre de y para las personas en comunidad, la justicia puede
entenderse como un valor que se mide en función del bien definido en común.
Algo muy lejano y contrario a lo que sucede (y puede suceder) en las sociedades
estatales, pero posible para las personas más sensibles que busquen afirmar la
dignidad humana y la libertad, sustrayéndose (y combatiendo) la lógica opresiva
del Estado.
Aislar y
vigilar a quienes representan un peligro mortal para la comunidad es
importante, porque ayuda a salvaguardar la vida de las personas y de las
víctimas en particular. Por eso rechazamos los beneficios otorgados a quienes
atentaron contra la vida de otras/os. Pero, con la misma determinación y
sabiéndonos totalmente contrarios al espíritu criminal de la justicia burguesa,
exigimos condiciones dignas y seguras para ellos y para todos los que estén en
encierro, e incluso la posibilidad de la prisión domiciliaria para quienes
cometieron delitos leves.
Ana
Gilly
03/05/20