
Lo que es probable es
que esta nueva fase exija cada vez más un pensamiento sobre la vida por parte
de las personas y la necesidad de responsabilizarse por ella. Aprendiendo a
hacerlo, sabiéndose parte de la naturaleza e inseparablemente ligadas y ligados
los unos a los otros, aquí y allá, en cualquier parte del mundo. Reconociendo
nuestra afirmatividad electiva y orientándola en base a los recursos íntimos de
los que disponemos por el bien propio y de los demás, superando la
superficialidad y la ignorancia sobre nosotros mismos a las que nos someten (y
a la que nos adaptamos).
Los cuidados
cotidianos a los que estamos llamados para preservarnos y preservar a nuestros
seres queridos serán más eficaces si van acompañados por una reflexión,
preferiblemente junto a otras y otros, acerca de quiénes queremos ser y qué
vida queremos. La emergencia no nos debe llamar necesariamente a ir más rápido
pero sí más en profundidad. A asumir quiénes son los que históricamente y en
primer lugar ponen en riesgo la vida y denunciarlos: los Estados y sus
instituciones, los poderosos de toda calaña. A tomar conciencia de un posible
compromiso independiente con respecto a aquellos por el mejoramiento en común,
con y por las y los que más sufren, afrontando y distanciándose de las miserias
sociales que también brotan desde abajo. Este es el protagonismo que elegimos
desde hace años pero que hoy estamos renovando y enriqueciendo cotidianamente
junto a quienes buscan agregarse para dar respuestas a sus exigencias de ser en
común sin caer en los criterios asociativos de la normalidad cotidiana que
tanto daño hacen.
La Redacción
18/05/20