
La nación líder
del sistema democrático global se fundó sobre la sangre de los nativos y
esclavos. El racismo que está en la base de la democracia norteamericana –y de todas las democracias y Estados– se vuelve asesino en la decadencia
de un sistema deteriorado y cada vez más deshumano. La Norteamérica de Trump es
racista en su esencia, ni siquiera Obama pudo extirpar este flagelo originario
radicado profundamente en el tejido de la sociedad y del Estado democrático
estadounidense.
Está quien de
frente a lo que sucede aun se obstina en afirmar que la democracia no tiene
nada que ver con todo esto, o más aun que “la democracia es un respiro”: en cambio es un hecho que el respiro lo quita hasta matar. Y este es
también el respiro que la falta a las instituciones democráticas,
imposibilitadas de hacer cuentas con las propias taras originarias. La justicia
y el respeto por la vida que buscamos, para ser satisfechos, deben poder mirar
más allá, hacia otras lógicas y posibilidades de convivencia. La solidaridad
humana y el antirracismo radical que nacen del humanismo socialista que nos
anima son motivo de compromiso y de búsqueda de unión con todas las personas y
sectores solidarios, porque la vida de todos es importante e insustituible;
defenderla significa mejorar también la nuestra.
La Comune
31 de mayo 2020
13 horas