Volver sobre la dictadura
militar que se instaló el 24 de marzo de 1976, regresar a aquellos momentos,
vividos directamente por algunas/os de nuestras/os compañeras/os, significa un
motivo de compromiso y radicalización, una búsqueda de memoria, verdad y justicia
por los 30 mil desaparecidos/as y en vistas a un futuro mejor, un intento de
valorar juntos la agitación social previa desde nuestras coordenadas humanistas
socialistas. También sirve para tener presente hasta dónde son capaces de
llegar los poderes opresivos en su afán de dominio.
Efectivamente eran tiempos
de una gran efervescencia previa en numerosas regiones del mundo: hechos como
el Mayo Francés, la Primavera de Praga y el rechazo a la guerra de Vietnam
marcaron la época. En Argentina, esta oleada se tradujo en el rechazo a la
dictadura de Onganía (1966-1970) y en el Cordobazo de 1969, una rebelión
popular que contó con el protagonismo de trabajadores, estudiantes y vecinos de
la ciudad de Córdoba.
Fueron años de agitación, de
una estimulante radicalización de la juventud estudiantil y de un refrescante
protagonismo del movimiento obrero que, en parte, comenzaba a obrar por fuera
de las burocracias sindicales peronistas. No por casualidad crecieron las
propuestas y las organizaciones de izquierda. Incluso saltaron a escena grupos
guerrilleros. Estos métodos –para nosotros/as equivocados, porque sustituyen la
conciencia y el protagonismo de las personas– también fueron adoptados por
sectores del peronismo, como Montoneros. Es que esta rebeldía, en términos
generales, estaba mal orientada, no solo por estas señales de violentismo
inconducente, sino por concentrarse en dar con la salida política resolutoria
que, salvo excepciones, dependía del retorno al país de Juan Domingo Perón,
exiliado desde hacía años. La nueva presidencia de Perón en 1973 no satisfizo
las exigencias de la gente y prosiguieron las luchas: el gobierno respondió con
la creación de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), criminal banda
fascista que persiguió y asesinó a activistas y militantes de izquierda. Perón
había fallecido, el gobierno de Isabel estaba en crisis total y los militares
dieron un nuevo golpe de estado en marzo de 1976 con Videla a la cabeza.
El objetivo del llamado
Proceso de Reorganización Nacional fue el de disciplinar de una buena vez a la
sociedad y cortar de cuajo el fenómeno de radicalización en curso, asesinando e
imponiendo valores reaccionarios y egoístas. Por eso la ferocidad de los
métodos utilizados: terrorismo de estado, torturas en centros clandestinos de
detención, desaparición de personas, apropiación de bebés, violaciones,
fusilamientos, lanzamiento de cuerpos al Río de la Plata… Una verdadera
descarga de asesinabilidad estatal, todo esto con la complicidad de Washington
y también de la URSS y en sintonía con otros procesos similares en nuestro
continente, como en el Chile de Pinochet. Naturalmente, este ataque directo a
las vanguardias y a los sectores populares contribuyó a que las patronales
locales e internacionales desarrollasen sus negocios con mayor tranquilidad.
Hoy en día, muchos, incluso desde posiciones de izquierda, absolutizan el
factor de los objetivos económicos de la dictadura, lo que contribuye a no
comprender su verdadero carácter, sus lacerantes consecuencias y los desafíos para
el presente.
Hubo quienes resistieron,
como los que continuaron militando en la clandestinidad o las Madres de Plaza
de Mayo, también aquellos/as que, con actos solidarios, contribuyeron a salvar
vidas. La dictadura, lamentablemente, supo sacar provecho de la indiferencia de
amplios sectores y de la distracción con los festejos del Mundial ’78. Al
final, trató de recurrir al nacionalismo a través de la Guerra de Malvinas de
1982. Esta aventura destinada al fracaso supuso un revés definitivo para el régimen
genocida, cercado por cada vez más movilizaciones en su contra en las que se
cantaba el famoso “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.
En 1983, retornó el régimen
democrático. Verdaderamente un alivio después de tantos años de oscuridad. Sin
embargo, las continuidades entre dictadura y democracia se hicieron notar poco
tiempo después, primero con la argumentación, de parte del consenso político
dominante, de la “teoría de los dos demonios” (igualar a los grupos
guerrilleros con el terrorismo de estado como si se tratara de una guerra entre
dos bandos) y, peor aún, con las leyes de Obediencia Debida, Punto Final y los
indultos a los genocidas. La represión estatal cometida por gobiernos
democráticos, los reclamos de “mano dura” que alientan el “gatillo fácil”,
incluso los deseos de Alberto Fernández, más allá de sus recientes disculpas,
de “dar vuelta la página” con respecto a este pasado son preocupantes señales
que no deben aceptarse, también por lo que significan a la luz de este recorrido.
Ignacio
Ríos