Las etnias existen: no son un sinónimo
más “presentable” de raza –como pasa en ciertos discursos políticos y
académicos y en los medios de comunicación– sino un tipo de identidad y agregación
social, una expresión de la inevitable diferenciación también colectiva de
nuestra especie. Las etnias se forman y se transforman, se funden o se
fragmentan, nacen o desaparecen compartiendo experiencias, lenguas, usos y
costumbres, vínculos familiares y sociales, maneras de vivir, convicciones
morales y éticas, sintiéndose y pensándose afines y unidos y sedimentando todo
esto en culturas a través de procesos históricos, dinámicos, mutables y
complejos en los que son cruciales las consciencias de las y los protagonistas.
Confundir la etnia con la raza es algo
equivocado y peligroso debido a que transforma ideológicamente una forma de
identificación (y diferenciación) colectiva, siempre en desarrollo y
reelaborada constantemente por las mujeres y los hombres, en entidades falaces,
invariables y absolutas, destinadas irremediablemente a relaciones recíprocas
de ajenidad, sometimiento y conflicto, cosa que obviamente favorece a los que
quieren oprimir.
Por el contrario, si partimos de nuestra
común humanidad diferente podemos aprender a pensar las identidades y
comunidades étnicas con una lógica interétnica de encuentro respetuoso, de
atento conocimiento recíproco, de tolerancia y pacificación, de cooperación,
diálogo y compañerismo, de comunión humana libre y benéfica. Fuera y en contra
de toda lógica opresiva, de separación y de enemistad.
Giovanni Pacini
16-06-20