
Reaccionar
No es necesario llevar
nuestras investigaciones
hasta preguntarnos por
qué tenemos el sentido
de la humanidad y de
simpatía por los demás.
Basta con que se
experimente que es un
principio de la naturaleza humana.
David Hume
Reaccionar.
Ahora,
antes de que llegue la noche, antes de que vuelva a salir el sol.
Un
peligro repentino, rápido, desconocido, se difunde por todo el mundo. Estamos
acomunados por la amenaza epidémica, las prevenciones prácticas indispensables
son la higiene y el “distanciamiento social". ¿En qué medida el
confinamiento necesario puede hacer que maduren nuestras recíprocas
subjetividades o, por el contrario, desembocar en soledad? ¿En qué medida esta
emergencia puede suscitar una emersión humana más radical o, al contrario,
hacer que nos precipitemos en una decadencia opresiva más oscura? ¿En qué
medida logramos comprender y hacer frente al peligro viral sin dejarnos invadir
por el pánico, que puede producir otros daños? ¿En qué medida buscaremos una
sabiduría renovada de la común humanidad en vez de agravar la irracionalidad
del individualismo imperante? Los grandes interrogantes sobre las perspectivas
apremian y se mezclan con las pequeñas pero importantes preguntas sobre la
urgencia inmediata. No se les debería separar. En esto tiene razón el Papa
Francisco cuando dice: “… ya empezamos a ver el después. Llegará más tarde,
pero empieza ahora”. Y, añadimos nosotros, cómo continuará depende mucho de
nosotros. Es probable que este virus dure bastante, que desaparezca y
reaparezca del mismo modo que otras enfermedades epidémicas harán su aparición
debido a la incuria y a la agresión humana a los recursos del planeta. Es
bastante cierto que los poderes opresivos, responsables de devastaciones que
castigan las condiciones y las esperanzas de existencia de la gran mayoría de
la especie, extraerán del actual drama enseñanzas negativas para la salud
física y mental de sus súbditos. Es de esperar que la ciencia y la práctica
médica encuentren curas preventivas eficaces, vacunas incluidas, pero ya se
sabe que esta obra indispensable está obstaculizada doblemente, e incluso
desviada, por los condicionamientos de los poderosos
bélico-político-industriales así como por la presunción de omnipotencia
científica, que prescinde de una visión holista más cauta de los seres humanos.
En cambio, y esto es lo más importante, es posible que las personas comunes
dotadas de voluntad y de buenas intenciones emprendan con más convicción, de
maneras diferentes, un camino de enriquecimiento humano de conjunto, guiados
por una razón sentimental más fuerte y orientadas hacia una libre subjetividad
compuesta/heterogénea, común y benéfica.
Nos
encontramos frente a una disyuntiva. En la encrucijada que estamos atravesando
todo puede cambiar: lenta pero conscientemente para mejor; o más veloz e
inconscientemente para peor. La gente puede (re)encontrarse en común y más
profundamente en lógicas de comunión afectivas y benéficas, o bien perderse en
las vorágines de sociedades crecientemente opresivas, extrañas a sí mismas y en
descomposición.
Si
miramos bien, el drama actual no es una novedad absoluta. Sin remontarse
demasiado lejos en el tiempo: “La epidemia de la gripe A en 2009 ha
supuesto cientos de miles de muertos, en África sobre todo, y en
el Sudeste asiático. Sin embargo, en Europa, donde el peligro era
mucho menor, los medios de comunicación actualizaban cotidianamente
el balance de las víctimas y el número de casos sospechosos. En
el Reino Unido, las autoridades se esperaban 65.000 muertes y se
han producido 500”.
“Naturalmente,
esta contabilidad cotidiana ha alimentado el miedo y ha empujado al mundo
político a tomar decisiones apresuradas y mal vistas (entre ellas el
almacenamiento de stocks de medicamentos) sin darse el tiempo de examinar los
hechos. Todas las miradas estaban dirigidas hacia el nuevo virus desconocido
sin preocuparse de los peligros más graves que amenazaban a la población, como
la gripe estacional, que en 2009 ha producido infinitamente más víctimas que la
gripe A. La gripe invernal sigue produciendo un enorme número de muertes. El
paludismo y la tuberculosis producen, a su vez, millones de víctimas cada año,
en particular en los países en vías de desarrollo. Solamente en los Estados
Unidos, las infecciones intrahospitalarias producen la muerte de 99.000
pacientes al año –otra desventura de la que nadie habla–” (Gerd Gigerenzer,
profesor del Instituto Max Planck de Berlín, en Courrier
International, nº 1533, del 19/23 de marzo de 2020).
La
novedad es la rápida difusión del coronavirus a escala mundial, pero,
inseparablemente de esto, el desvelamiento de los efectos de la clamorosa mala
fe y de la falta de preparación demostrada por las instituciones estatales y
por gran parte de las autoridades científicas y hospitalarias. En los últimos
siglos y décadas, con el crecimiento exponencial de la población mundial y de la
globalización salvaje, se han puesto de manifiesto la multiplicación de
síntomas inquietantes y de peligros patentes, que se han mantenido ocultos a
las poblaciones, en lugar de explicar su naturaleza y su gravedad, impidiendo
de ese modo una comprensión elemental de las medidas psicológicas y
comportamentales necesarias. Por ejemplo, durante los últimos años los
gobiernos de los países más castigados hoy por la pandemia, como Italia,
Estados Unidos y España, han seguido recortando gravemente las inversiones en
sanidad. Actitudes criminales que se explican y se agravan teniendo en cuenta
sus responsabilidades directas en el desastre ambiental en general y en la
contaminación metropolitana y de los lugares de explotación (es decir, de
trabajo), incluidos los más sagrados e importantes, como las guarderías, las
escuelas, los hospitales, las residencias de ancianos y ancianas.
Ni
siquiera es nuevo, sino agravado respecto a sus consecuencias, el caos
informativo imperante, que con excepción de algunas/os buenas/os periodistas,
difunde noticias parciales, contradictorias, poco explicadas; y como de
costumbre, estallan imprecisiones, oscilaciones y errores, monstruosidades y
represiones por parte de los gobiernos. Factores estos últimos que no favorecen
en absoluto la responsabilización individual, relacional y colectiva que
necesitamos. De manera especial, si se hubiesen proporcionado y explicado los
datos fácticos de conjunto (que es algo muy distinto del bombardeo de noticias
cotidianas amontonadas y de previsiones improbables) sobre la hecatombe
provocada por las enfermedades existentes, curables pero no curadas o
descuidadas, y sobre los estragos debidos a la mala sanidad; si se hubiesen
examinado los precedentes analizados por Gigerenzer, todos podríamos habernos “educado
en el riesgo” que hoy se llama coronavirus, que mañana podrá asumir otras
características y otras formas, pero que, mientras tanto, en la era opresiva ya
se manifiestan efectivamente una pluralidad de riesgos letales de los que
preservarse.
La
verdadera novedad positiva es que hoy podemos tratar de reconocer la globalidad
y la permanencia de las amenazas, identificar, precaverse y preservarse de
algunos peligros conocidos y estar en guardia con respecto a otros que podrían
llegar. Para hacerlo es necesario, citando de nuevo al agudo Gigerenzer, no ser
víctima “del miedo a correr riesgos espantosos”, que alimenta la
confusión, el descuido y la incuria. “Identificar lo que nos produce miedo y
las razones por las que tenemos miedo es un aspecto importante de la educación
a la existencia del riesgo. La comprensión de la incertidumbre y la psicología
van de la mano” (ídem).
Estamos frente a un
problema de envergadura histórica, inherente a las características
fundacionales de la era opresiva, que sólo pueden ser afrontadas y
contrarrestadas eficazmente a la larga redescubriendo y activando las mejores
esencias de la naturaleza humana. El
conocimiento humano compartido y la sabiduría que de él se deriva pueden ser
salvíficas; la ignorancia, la mentira, la educación institucional burguesa, el
saber privado, no.
Para
nosotros, humanistas socialistas, este conocimiento, información y educación
alternativos, a practicar y difundir, pueden y deben enmarcarse en una visión y
modos de existencia sabios y compartidos, fruto de la libre elección de una
comunión benéfica, en la que se reflexiona y se dialoga, se toma conciencia y
se actúa juntos; es decir, en la que nos apoyamos y nos cuidamos
recíprocamente.
Por
lo tanto, es hora de reaccionar de conjunto, de tomarse responsabilidades
nuevas y más orgánicas para la defensa y la mejora de nuestra vida y la de
nuestra gente, lo que significa de nuevo y aún más aprender quiénes somos, cómo
representamos y actuamos consecuentemente, fundando, formando, expandiendo y
construyendo nuestra corriente.
Reaccionar
en pos de las personas queridas que esperamos y que nos esperan. Por tantas y
tantos que conocemos y que hoy tenemos más presentes que nunca. Por quien está
sufriendo, por quien lucha, por quien sana. Por quien es víctima del virus. Por
los sin hogar, por las/los inmigrantes, por quien está solo, por quien vive
exasperado el malestar mental, por quien tiene diferentes capacidades físicas y
psíquicas y está aún con más dificultades. Por las niñas y los niños, que no
comprenden pero que pueden contar con sus energías vitales y la plasticidad de
su sistema inmunitario. Por las ancianas y los ancianos temerosos que no se
rinden. Por quien no está trabajando, por aquellos a los que se les está
acabando el dinero. Reaccionar por quien no logra hacerlo.
Reaccionar,
extrayendo fuerza y tomando ejemplo de las mujeres y de los hombres de los
servicios sanitarios, que se comprometen y se exponen, sacando coraje del miedo
y transformando la profesionalidad en generosidad.
Reaccionar
desde que nos despertamos, tomando conciencia del extraño silencio que nos
rodea. Escuchando la naturaleza que late en torno nuestro y sintiéndonos parte
de ella. Elevando la conciencia de ser humanos entre los humanos, amantes de la
vida en todas sus formas, con confianza y con rabia, combativos y atentos. Más
que nunca necesitamos de los demás y ellos de nosotros. Considerar a la
humanidad en su conjunto no significa olvidar las diferencias radicales dentro
de ella. Nos reconocemos similares a cada mujer y a cada hombre frente a las
amenazas inminentes, pero sabemos que la incuria y la protervia de una pequeña
parte de nuestros semejantes constituye ella misma una amenaza para la gran
mayoría. La arrogancia y el delirio de omnipotencia de los opresores, sus
perennes andaduras bélicas, la lógica patriarcal y antropocéntrica, que prevé
la sumisión y la explotación (abierta o enmascarada) del género femenino y de
las poblaciones, son literalmente contra natura. Ellos no reconocen la común
humanidad, así como no respetan el conjunto de lo viviente. Una cosa es
concordar sobre algunas medidas específicas que toman los siervos del Estado y
considerar la diversidad entre ellos, otra cosa es hacerse trágicamente
ilusiones en que puedan tener una función de ayuda general para una humanidad
que subestiman, descuidan y oprimen. Por eso, batirse por la defensa y la
mejora de la vida significa ser implacables en la denuncia y en tomar posición
contra ellos.
Reaccionar,
descubriendo nuestra entereza psico-física, cuidando el cuerpo y abriendo la
mente. Pongámonos nuestras mejores ropas. Nutrámonos bien, hagamos cultura de
las verduras y de la fruta, descubramos los cereales, midamos las proteínas,
dosifiquemos los carbohidratos. Como nos enseña un antiguo maestro: somos
(también) lo que comemos.
Reaccionar,
observando nuestras cosas: esos regalos grandes o pequeños que hemos recibido y
quizás olvidado o descuidado, ese mueble que tantas historias nos cuenta.
Reaccionar,
aprovechando esos objetos no objetos que son los libros. Mirémoslos,
hojeémoslos, consultémoslos, leámoslos o releámoslos, anotémoslos. Literatura o
ensayos: podemos aprender activando nuestra clave interpretativa única,
creativa, original, y si son o no clásicos lo decidimos nosotros, extrayendo de
ellos lecciones de vida. Sintamos la potencia de nuestra capacidad reflexiva:
desde las pistas remontémonos hasta el descubrimiento y nos reencontremos como
inventores. Sigamos leyendo: cartas, anotaciones, pequeñas notas y mensajes,
diarios, cuadernos de apuntes. Profundicemos quiénes somos, no simplemente cómo
éramos y quiénes queremos ser gracias a las personas que nos han escrito y de
las que hemos escrito. De esa manera nos preparamos a vivirlas de nuevo y
mejor.
Reaccionar,
moviéndonos, haciendo actividad física donde y cuando sea posible, aunque sea
sólo delante de casa o dentro de casa, si no tenemos otra posibilidad. Pensemos
los movimientos corpóreos mientras los realizamos, nos beneficiaremos de ello
también mentalmente, y un movimiento insólito se convertirá en algo más fácil.
Reaccionar,
mirando a las personas queridas y próximas; si por el momento no podemos
acercarnos a ellas, tenemos recuerdos vibrantes y fotografías que nos hablan de
ellas. De ese modo lograremos mirar nuestra mirada en la de ellas
dedicándosela. Miremos a nuestro alrededor, encontraremos cosas nunca vistas
antes o encontraremos en ellas luces y significados diversos. Miremos los
noticieros como los periódicos, con la capacidad de seleccionar lo que verdaderamente
es significativo en el desarrollo de la pandemia y lo que no lo es, pero
vayamos más allá, buscando comprender e interpretar qué sucede en el mundo.
Miremos hacia arriba: a la luna, a las estrellas, al cielo, a las nubes.
Miremos lejos, hay algo en el horizonte. Veamos alguna buena película y alguna
serie interesante, sabiendo que lo que cuenta es el código de interpretación
moral y ética. Miremos en internet, si no podemos prescindir de ello, con la
cautela que se merecen las máquinas que no controlamos y que, sin embargo, nos
controlan.
Reaccionar,
escuchando con intensidad a los demás; lo que hasta ayer nos parecía algo dado
por descontado, ya conocido, hoy quizás sonará diverso. Aprendamos a modular la
escucha, a comprender tonos y timbres de voz, a elaborar el significado, a
poner a funcionar la magia empática que nos permite comprender lo pensado de lo
dicho. Escuchemos el canto de un pájaro y el murmullo de las hojas, sonidos
cubiertos normalmente por el caos; pueden decirnos algo. Escuchemos música,
mucha música: jazz, clásica, blues, rock, ópera, la que más nos gusta y nos
inspira, tratando de descifrar cómo evoca nuestros estados de ánimo y cómo
acompaña nuestras representaciones (senti)mentales.
Reaccionar,
escuchando e interactuando con nuestras personas. Está bien, muy a menudo,
demasiado, en estas circunstancias sólo es posible por teléfono (o con otros
medios técnicos) y esto nos limita, pero podemos tratar de concentrar más aún
el pensamiento de ellas. Podemos transformar la parcialidad de la modalidad en
una ocasión de crecimiento de la intensidad. Podemos obviar la distancia
forzada con la fuerza de la imaginación, preparando la reunión que llegará.
Afinemos el pensamiento recíproco y confiémoslo a las palabras más apropiadas;
la comprensión mutua puede fermentar, las mejores intenciones pueden converger
y reforzarse, el sentido de la comunión puede encenderse y crecer no obstante
la distancia. Idear/proyectar y diseñar un escenario ideal juntos quiere decir
saber que se es/está juntos y poder actuar en concordancia con ello. Toda
relación bien cultivada hace crecer a las/os protagonistas y genera
potencialmente otras relaciones que, eslabonándose, contribuyen a la comuna que
buscamos.
Reaccionar
meditando, es decir, llevando la reflexión a un nivel más elevado. Busquemos
esa entereza inalcanzable y sin embargo presente, corpórea y mental, entereza
psico-física. Entereza en los tiempos vividos y en los espacios atravesados.
Entereza en las personas, por las personas, de las personas encontradas,
conocidas, amadas. Entereza anhelada pero inexplorada, advertida en la
concentración inmóvil de algunos minutos. En la que borbotean y se mezclan los
sentidos, las tensiones, las intenciones, las facultades; un todo caótico y
fecundo por ordenar y entender. Sentir el cuerpo mentalmente y después dejarlo
reposar, ponderar el propio pensamiento que se piensa a sí mismo e intenta
traducirse en actos. Buscar palabras y conceptos por restituir. Meditar del ser
concreto que representa para actuar.
Reaccionar
con amor y por amor. Precisamente ahora, desafiando la suerte adversa, es el
momento de medir nuestro amor por la especie humana y toda la naturaleza,
sopesando la hostilidad serena, pero irreducible, hacia quienes han llevado a
sus propios semejantes al borde del abismo y más allá, y agrede el planeta que
habitamos. Definamos nuestro amor por la mayoría y por los últimos; no sabemos
si serán los primeros, pero mientras tanto buscamos su rescate, nombramos y
condenamos a quienes les oprimen con guerras, Estados, leyes patriarcales y
sistemas industriales. La visión global de nuestro amor merece precisarse,
concretarse, practicarse cada día. Hacia toda forma de vida, como nos ha
enseñado nuestra primera maestra. Hacia nuestros amigos de cuatro patas, si los
tenemos, que nos preguntan, nos consuelan, nos acompañan. Hacia las niñas y los
niños que nos donan miradas curiosas y esperanzadas y que merecen un
pensamiento constante, comprensivo y estimulante, nunca presuntuoso ni
apremiante. Hacia cualquiera que esté en dificultades y que en medio de la
privación libera una intensidad humana de la que podemos aprender y restituir a
su vez con respeto, afecto y solidaridad. Hacia quien necesita ayuda material,
física y psicológica, sabiendo medir nuestra capacidad al respecto. Hacia las
personas valientes –en primer lugar, médicas/os y enfermeras/os– que trabajan
sinceramente para curar, reconocemos y apoyamos su obra. Hacia nuestras
compañeras y nuestros compañeros, que con su posicionamiento y compromiso están
llevando a cabo una obra valiosa para el presente y el futuro: el bien que
hacen es el que les deseamos. Hacia tantas amigas y amigos que nos apoyan
porque comprenden que nuestra presencia es una señal y una posibilidad de
rescate, incluso frente al virus. Hacia las y los conocidos y familiares, en
los que a veces no pensamos, hoy es el momento de expresarles un pensamiento
sincero de cercanía. Finalmente y ante todo para las personas con las que
tenemos una relacionalidad íntima, para las primeras y primeros protagonistas
diversas y diversos de nuestro amor: hagamos de manera que sientan cuanto son
fundamentales, preparémonos a volverlas/os a abrazar fuerte y largo tiempo,
prefiguremos las caricias más dulces y audaces, sonoros besos o esos que no
terminan nunca… La generosidad de nuestra reacción de amor, de todos nosotros,
de nuestras relaciones, cualifica y ennoblece el amor por uno mismo, que no se
entristece de manera egoísta, sino que se dona apasionadamente. Descubriremos
en qué medida nos hace mejores y nos prepara para profundizar y enriquecer
nuestro compromiso por una vida mejor.
Reaccionar
investigando. Teorizando porque somos capaces de ello, cada una y cada uno,
todas/os juntos. Descubramos las ideas que están apenas germinando, que surgen
de la experiencia o de otra idea, como fruto de un recuerdo articulado o de una
imaginación fulgurante, y cultivémoslas con paciencia y audacia, con humildad y
generosidad; ofrezcámoselas a los demás, dialogando para comprenderlas mejor y
afinarlas, entrelazarlas y enriquecerlas, corregirlas y valorizarlas,
escribámoslas incrustándolas con el pensamiento general y común, hagamos de
ellas una orientación de vida. Aprendamos a analizar escrutando en los
comportamientos humanos aquello que los preside, no nos limitemos a catalogar o
a matematizar, sino más bien busquemos el sentido inmediato y más profundo de
un acontecimiento, de un acto, de un gesto; miremos el panorama de la especie
para comprender el semblante de una persona, tengamos presente su ser para
entender sus palabras. Fundemos cotidianamente nuestra ética y nuestra moral,
sabiendo de su inmediatez en el actuar, de su sustrato en el representar, de su
principio en el ser. Experimentemos la libertad suscitándola en la otra persona
y basándola en la comunión y por la comunión, desarrollémosla en su carácter
positivo y respetuoso, que la cualifica como expansiva. Verifiquemos el bien en
la alegría de la vida, en la lucha humilde y grandiosa por la existencia, en la
felicidad de las diferentes uniones de las que somos capaces, en el placer más
pequeño y en el más innombrable, que de ese modo se convertirá aún en más
grande, en el bien del ser del prójimo, que se convierte también en nuestro y
que se sedimenta. Comprendamos y cantemos la belleza de lo que nos rodea,
reconduciendo a la vida la idea del todo viviente, y de cada uno de sus brotes
y de sus estremecimientos. Asumamos y nombremos la belleza de un pensamiento,
de una palabra, de una mirada, de un acuerdo, de una persona, como prueba
demostrativa de nuestro ser seres valoriales; reflejemos, respetemos y gocemos
de la belleza propia de cada una y de cada uno: así alcanzaremos la belleza
como fruto de nuestro bien. Busquemos la verdad, siempre relativa, parcial,
incluso transitoria, pero no por ello menos verdadera; absorbámosla en el
conocimiento de las cosas y de los pensamientos, reubicándola en la mirada de
conjunto que en esto se enriquece, se precisa, se ajusta, experimentando la
verdad de cada una/o en las subjetividades que se identifican y se entrelazan
con el tejido indeleble de la sinceridad y de la lealtad. Busquemos la justicia
para nuestra gente, durante mucho tiempo maltratada, descuidada, ignorada;
volvamos a dar valor a sus vidas y a sus ideas; ofrezcámonos como sherpas en la
búsqueda de las cumbres que pueden alcanzar y de las que son incrédulos;
encontremos la justa medida también en nuestros errores y en los de nuestras/os
compañeras/os, para salir de ellos enriquecidos en humildad y coherencia.
Ensayando
y afinando nuestra inmediatez moral, mejorándola constantemente al donarla y
compartirla, comprenderemos su base sentimental y su valencia conciencial.
Marchemos hacia un horizonte ético de las comuniones humanistas socialistas
posibles, en una andadura en la que cada una y cada uno puede ser protagonista,
debe serlo si lo quiere. Comprenderemos que las reglas, florecimientos a veces
espontáneos, pueden ser cultivadas y dar frutos electivamente, mediante un
esfuerzo de fundación cultural. Esta andadura está al inicio, y sin embargo se
plantea ya como urgente, apremiante, irrenunciable, para comprender, secundar y
fecundar la mejor emersión, para afrontar las emergencias colectivas e
individuales, a veces evidentes, otras implícitas, para hacer frente a los
desastres múltiples y combinados de su decadencia, que corre el peligro de
arrollar a muchas buenas personas. Adquiramos la tenacidad y la paciencia de
los exploradores de un futuro de felicidad posible, presente ya y enraizado en
un pasado coherente y prometedor, incluso en sus venturas y desventuras.
Descubriendo en la experiencia y en la existencia las esencias de lo humano,
podemos inventar una vida más digna de ser vivida plenamente.
Reaccionar
significa, una vez más, elegir y elegirnos, como hemos tratado de hacer desde
el inicio, cuando todavía no conocíamos el significado teorético de este
significante. Una elección de vida que se renueva dedicándonos a nuestra gente,
empezando por las personas que quieren desarrollar las mejores intenciones y
aprender, a su vez, a elegir. Es lo que están viviendo con pasión y con
determinación cientos de nuestras compañeras y compañeros, de los cuales
podemos y debemos estar aún más a su lado, en un crecimiento fantástico, rico,
diferenciado, del que son protagonistas. Podremos hablarles si los escuchamos
con más profundidad; podremos guiarles si nos hacemos guiar por sus
sugerencias, podremos formarles si comprendemos la unicidad de cada una/o de
ellas/os y cuando percibamos que, a su vez, nos están enseñando.
Reaccionar,
es decir, renacer.
Por tanto, aquí la razón nos
enseña a qué tienden las
acciones, y, el sentido de
humanidad obra una distinción
a favor de aquellas que son
útiles y benéficas
David Hume
2 de abril de 2020