Reaccionar


Publicamos un nuevo artículo de fondo de Dario Renzi, de la Corriente Humanista Socialista, que desarrolla y profundiza en las reflexiones suscitadas por “Razón sentimental versus razón de Estado”, publicado aquí. Ambos textos además contribuyen a la preparación de la Conferencia Internacional de nuestra corriente a celebrarse hacia fin de año. ¡Buena lectura!


Reaccionar

No es necesario llevar
nuestras investigaciones
hasta preguntarnos por
qué tenemos el sentido
de la humanidad y de
simpatía por los demás.
Basta con que se
experimente que es un
principio de la naturaleza humana.

David Hume

Reaccionar.

Ahora, antes de que llegue la noche, antes de que vuelva a salir el sol.

Un peligro repentino, rápido, desconocido, se difunde por todo el mundo. Estamos acomunados por la amenaza epidémica, las prevenciones prácticas indispensables son la higiene y el “distanciamiento social". ¿En qué medida el confinamiento necesario puede hacer que maduren nuestras recíprocas subjetividades o, por el contrario, desembocar en soledad? ¿En qué medida esta emergencia puede suscitar una emersión humana más radical o, al contrario, hacer que nos precipitemos en una decadencia opresiva más oscura? ¿En qué medida logramos comprender y hacer frente al peligro viral sin dejarnos invadir por el pánico, que puede producir otros daños? ¿En qué medida buscaremos una sabiduría renovada de la común humanidad en vez de agravar la irracionalidad del individualismo imperante? Los grandes interrogantes sobre las perspectivas apremian y se mezclan con las pequeñas pero importantes preguntas sobre la urgencia inmediata. No se les debería separar. En esto tiene razón el Papa Francisco cuando dice: “… ya empezamos a ver el después. Llegará más tarde, pero empieza ahora”. Y, añadimos nosotros, cómo continuará depende mucho de nosotros. Es probable que este virus dure bastante, que desaparezca y reaparezca del mismo modo que otras enfermedades epidémicas harán su aparición debido a la incuria y a la agresión humana a los recursos del planeta. Es bastante cierto que los poderes opresivos, responsables de devastaciones que castigan las condiciones y las esperanzas de existencia de la gran mayoría de la especie, extraerán del actual drama enseñanzas negativas para la salud física y mental de sus súbditos. Es de esperar que la ciencia y la práctica médica encuentren curas preventivas eficaces, vacunas incluidas, pero ya se sabe que esta obra indispensable está obstaculizada doblemente, e incluso desviada, por los condicionamientos de los poderosos bélico-político-industriales así como por la presunción de omnipotencia científica, que prescinde de una visión holista más cauta de los seres humanos. En cambio, y esto es lo más importante, es posible que las personas comunes dotadas de voluntad y de buenas intenciones emprendan con más convicción, de maneras diferentes, un camino de enriquecimiento humano de conjunto, guiados por una razón sentimental más fuerte y orientadas hacia una libre subjetividad compuesta/heterogénea, común y benéfica.

Nos encontramos frente a una disyuntiva. En la encrucijada que estamos atravesando todo puede cambiar: lenta pero conscientemente para mejor; o más veloz e inconscientemente para peor. La gente puede (re)encontrarse en común y más profundamente en lógicas de comunión afectivas y benéficas, o bien perderse en las vorágines de sociedades crecientemente opresivas, extrañas a sí mismas y en descomposición.

Si miramos bien, el drama actual no es una novedad absoluta. Sin remontarse demasiado lejos en el tiempo: “La epidemia de la gripe A en 2009 ha supuesto cientos de miles de muertos, en África sobre todo, y en el Sudeste asiático. Sin embargo, en Europa, donde el peligro era mucho menor, los medios de comunicación actualizaban cotidianamente el balance de las víctimas y el número de casos sospechosos. En el Reino Unido, las autoridades se esperaban 65.000 muertes y se han producido 500”.

“Naturalmente, esta contabilidad cotidiana ha alimentado el miedo y ha empujado al mundo político a tomar decisiones apresuradas y mal vistas (entre ellas el almacenamiento de stocks de medicamentos) sin darse el tiempo de examinar los hechos. Todas las miradas estaban dirigidas hacia el nuevo virus desconocido sin preocuparse de los peligros más graves que amenazaban a la población, como la gripe estacional, que en 2009 ha producido infinitamente más víctimas que la gripe A. La gripe invernal sigue produciendo un enorme número de muertes. El paludismo y la tuberculosis producen, a su vez, millones de víctimas cada año, en particular en los países en vías de desarrollo. Solamente en los Estados Unidos, las infecciones intrahospitalarias producen la muerte de 99.000 pacientes al año –otra desventura de la que nadie habla–” (Gerd Gigerenzer, profesor del Instituto Max Planck de Berlín, en Courrier International, nº 1533, del 19/23 de marzo de 2020).

La novedad es la rápida difusión del coronavirus a escala mundial, pero, inseparablemente de esto, el desvelamiento de los efectos de la clamorosa mala fe y de la falta de preparación demostrada por las instituciones estatales y por gran parte de las autoridades científicas y hospitalarias. En los últimos siglos y décadas, con el crecimiento exponencial de la población mundial y de la globalización salvaje, se han puesto de manifiesto la multiplicación de síntomas inquietantes y de peligros patentes, que se han mantenido ocultos a las poblaciones, en lugar de explicar su naturaleza y su gravedad, impidiendo de ese modo una comprensión elemental de las medidas psicológicas y comportamentales necesarias. Por ejemplo, durante los últimos años los gobiernos de los países más castigados hoy por la pandemia, como Italia, Estados Unidos y España, han seguido recortando gravemente las inversiones en sanidad. Actitudes criminales que se explican y se agravan teniendo en cuenta sus responsabilidades directas en el desastre ambiental en general y en la contaminación metropolitana y de los lugares de explotación (es decir, de trabajo), incluidos los más sagrados e importantes, como las guarderías, las escuelas, los hospitales, las residencias de ancianos y ancianas.

Ni siquiera es nuevo, sino agravado respecto a sus consecuencias, el caos informativo imperante, que con excepción de algunas/os buenas/os periodistas, difunde noticias parciales, contradictorias, poco explicadas; y como de costumbre, estallan imprecisiones, oscilaciones y errores, monstruosidades y represiones por parte de los gobiernos. Factores estos últimos que no favorecen en absoluto la responsabilización individual, relacional y colectiva que necesitamos. De manera especial, si se hubiesen proporcionado y explicado los datos fácticos de conjunto (que es algo muy distinto del bombardeo de noticias cotidianas amontonadas y de previsiones improbables) sobre la hecatombe provocada por las enfermedades existentes, curables pero no curadas o descuidadas, y sobre los estragos debidos a la mala sanidad; si se hubiesen examinado los precedentes analizados por Gigerenzer, todos podríamos habernos “educado en el riesgo” que hoy se llama coronavirus, que mañana podrá asumir otras características y otras formas, pero que, mientras tanto, en la era opresiva ya se manifiestan efectivamente una pluralidad de riesgos letales de los que preservarse.

La verdadera novedad positiva es que hoy podemos tratar de reconocer la globalidad y la permanencia de las amenazas, identificar, precaverse y preservarse de algunos peligros conocidos y estar en guardia con respecto a otros que podrían llegar. Para hacerlo es necesario, citando de nuevo al agudo Gigerenzer, no ser víctima “del miedo a correr riesgos espantosos”, que alimenta la confusión, el descuido y la incuria. “Identificar lo que nos produce miedo y las razones por las que tenemos miedo es un aspecto importante de la educación a la existencia del riesgo. La comprensión de la incertidumbre y la psicología van de la mano” (ídem).

Estamos frente a un problema de envergadura histórica, inherente a las características fundacionales de la era opresiva, que sólo pueden ser afrontadas y contrarrestadas eficazmente a la larga redescubriendo y activando las mejores esencias de la naturaleza humana. El conocimiento humano compartido y la sabiduría que de él se deriva pueden ser salvíficas; la ignorancia, la mentira, la educación institucional burguesa, el saber privado, no.

Para nosotros, humanistas socialistas, este conocimiento, información y educación alternativos, a practicar y difundir, pueden y deben enmarcarse en una visión y modos de existencia sabios y compartidos, fruto de la libre elección de una comunión benéfica, en la que se reflexiona y se dialoga, se toma conciencia y se actúa juntos; es decir, en la que nos apoyamos y nos cuidamos recíprocamente.

Por lo tanto, es hora de reaccionar de conjunto, de tomarse responsabilidades nuevas y más orgánicas para la defensa y la mejora de nuestra vida y la de nuestra gente, lo que significa de nuevo y aún más aprender quiénes somos, cómo representamos y actuamos consecuentemente, fundando, formando, expandiendo y construyendo nuestra corriente.

Reaccionar en pos de las personas queridas que esperamos y que nos esperan. Por tantas y tantos que conocemos y que hoy tenemos más presentes que nunca. Por quien está sufriendo, por quien lucha, por quien sana. Por quien es víctima del virus. Por los sin hogar, por las/los inmigrantes, por quien está solo, por quien vive exasperado el malestar mental, por quien tiene diferentes capacidades físicas y psíquicas y está aún con más dificultades. Por las niñas y los niños, que no comprenden pero que pueden contar con sus energías vitales y la plasticidad de su sistema inmunitario. Por las ancianas y los ancianos temerosos que no se rinden. Por quien no está trabajando, por aquellos a los que se les está acabando el dinero. Reaccionar por quien no logra hacerlo.

Reaccionar, extrayendo fuerza y tomando ejemplo de las mujeres y de los hombres de los servicios sanitarios, que se comprometen y se exponen, sacando coraje del miedo y transformando la profesionalidad en generosidad.

Reaccionar desde que nos despertamos, tomando conciencia del extraño silencio que nos rodea. Escuchando la naturaleza que late en torno nuestro y sintiéndonos parte de ella. Elevando la conciencia de ser humanos entre los humanos, amantes de la vida en todas sus formas, con confianza y con rabia, combativos y atentos. Más que nunca necesitamos de los demás y ellos de nosotros. Considerar a la humanidad en su conjunto no significa olvidar las diferencias radicales dentro de ella. Nos reconocemos similares a cada mujer y a cada hombre frente a las amenazas inminentes, pero sabemos que la incuria y la protervia de una pequeña parte de nuestros semejantes constituye ella misma una amenaza para la gran mayoría. La arrogancia y el delirio de omnipotencia de los opresores, sus perennes andaduras bélicas, la lógica patriarcal y antropocéntrica, que prevé la sumisión y la explotación (abierta o enmascarada) del género femenino y de las poblaciones, son literalmente contra natura. Ellos no reconocen la común humanidad, así como no respetan el conjunto de lo viviente. Una cosa es concordar sobre algunas medidas específicas que toman los siervos del Estado y considerar la diversidad entre ellos, otra cosa es hacerse trágicamente ilusiones en que puedan tener una función de ayuda general para una humanidad que subestiman, descuidan y oprimen. Por eso, batirse por la defensa y la mejora de la vida significa ser implacables en la denuncia y en tomar posición contra ellos.

Reaccionar, descubriendo nuestra entereza psico-física, cuidando el cuerpo y abriendo la mente. Pongámonos nuestras mejores ropas. Nutrámonos bien, hagamos cultura de las verduras y de la fruta, descubramos los cereales, midamos las proteínas, dosifiquemos los carbohidratos. Como nos enseña un antiguo maestro: somos (también) lo que comemos.

Reaccionar, observando nuestras cosas: esos regalos grandes o pequeños que hemos recibido y quizás olvidado o descuidado, ese mueble que tantas historias nos cuenta.

Reaccionar, aprovechando esos objetos no objetos que son los libros. Mirémoslos, hojeémoslos, consultémoslos, leámoslos o releámoslos, anotémoslos. Literatura o ensayos: podemos aprender activando nuestra clave interpretativa única, creativa, original, y si son o no clásicos lo decidimos nosotros, extrayendo de ellos lecciones de vida. Sintamos la potencia de nuestra capacidad reflexiva: desde las pistas remontémonos hasta el descubrimiento y nos reencontremos como inventores. Sigamos leyendo: cartas, anotaciones, pequeñas notas y mensajes, diarios, cuadernos de apuntes. Profundicemos quiénes somos, no simplemente cómo éramos y quiénes queremos ser gracias a las personas que nos han escrito y de las que hemos escrito. De esa manera nos preparamos a vivirlas de nuevo y mejor.

Reaccionar, moviéndonos, haciendo actividad física donde y cuando sea posible, aunque sea sólo delante de casa o dentro de casa, si no tenemos otra posibilidad. Pensemos los movimientos corpóreos mientras los realizamos, nos beneficiaremos de ello también mentalmente, y un movimiento insólito se convertirá en algo más fácil.

Reaccionar, mirando a las personas queridas y próximas; si por el momento no podemos acercarnos a ellas, tenemos recuerdos vibrantes y fotografías que nos hablan de ellas. De ese modo lograremos mirar nuestra mirada en la de ellas dedicándosela. Miremos a nuestro alrededor, encontraremos cosas nunca vistas antes o encontraremos en ellas luces y significados diversos. Miremos los noticieros como los periódicos, con la capacidad de seleccionar lo que verdaderamente es significativo en el desarrollo de la pandemia y lo que no lo es, pero vayamos más allá, buscando comprender e interpretar qué sucede en el mundo. Miremos hacia arriba: a la luna, a las estrellas, al cielo, a las nubes. Miremos lejos, hay algo en el horizonte. Veamos alguna buena película y alguna serie interesante, sabiendo que lo que cuenta es el código de interpretación moral y ética. Miremos en internet, si no podemos prescindir de ello, con la cautela que se merecen las máquinas que no controlamos y que, sin embargo, nos controlan.

Reaccionar, escuchando con intensidad a los demás; lo que hasta ayer nos parecía algo dado por descontado, ya conocido, hoy quizás sonará diverso. Aprendamos a modular la escucha, a comprender tonos y timbres de voz, a elaborar el significado, a poner a funcionar la magia empática que nos permite comprender lo pensado de lo dicho. Escuchemos el canto de un pájaro y el murmullo de las hojas, sonidos cubiertos normalmente por el caos; pueden decirnos algo. Escuchemos música, mucha música: jazz, clásica, blues, rock, ópera, la que más nos gusta y nos inspira, tratando de descifrar cómo evoca nuestros estados de ánimo y cómo acompaña nuestras representaciones (senti)mentales.

Reaccionar, escuchando e interactuando con nuestras personas. Está bien, muy a menudo, demasiado, en estas circunstancias sólo es posible por teléfono (o con otros medios técnicos) y esto nos limita, pero podemos tratar de concentrar más aún el pensamiento de ellas. Podemos transformar la parcialidad de la modalidad en una ocasión de crecimiento de la intensidad. Podemos obviar la distancia forzada con la fuerza de la imaginación, preparando la reunión que llegará. Afinemos el pensamiento recíproco y confiémoslo a las palabras más apropiadas; la comprensión mutua puede fermentar, las mejores intenciones pueden converger y reforzarse, el sentido de la comunión puede encenderse y crecer no obstante la distancia. Idear/proyectar y diseñar un escenario ideal juntos quiere decir saber que se es/está juntos y poder actuar en concordancia con ello. Toda relación bien cultivada hace crecer a las/os protagonistas y genera potencialmente otras relaciones que, eslabonándose, contribuyen a la comuna que buscamos.

Reaccionar meditando, es decir, llevando la reflexión a un nivel más elevado. Busquemos esa entereza inalcanzable y sin embargo presente, corpórea y mental, entereza psico-física. Entereza en los tiempos vividos y en los espacios atravesados. Entereza en las personas, por las personas, de las personas encontradas, conocidas, amadas. Entereza anhelada pero inexplorada, advertida en la concentración inmóvil de algunos minutos. En la que borbotean y se mezclan los sentidos, las tensiones, las intenciones, las facultades; un todo caótico y fecundo por ordenar y entender. Sentir el cuerpo mentalmente y después dejarlo reposar, ponderar el propio pensamiento que se piensa a sí mismo e intenta traducirse en actos. Buscar palabras y conceptos por restituir. Meditar del ser concreto que representa para actuar.

Reaccionar con amor y por amor. Precisamente ahora, desafiando la suerte adversa, es el momento de medir nuestro amor por la especie humana y toda la naturaleza, sopesando la hostilidad serena, pero irreducible, hacia quienes han llevado a sus propios semejantes al borde del abismo y más allá, y agrede el planeta que habitamos. Definamos nuestro amor por la mayoría y por los últimos; no sabemos si serán los primeros, pero mientras tanto buscamos su rescate, nombramos y condenamos a quienes les oprimen con guerras, Estados, leyes patriarcales y sistemas industriales. La visión global de nuestro amor merece precisarse, concretarse, practicarse cada día. Hacia toda forma de vida, como nos ha enseñado nuestra primera maestra. Hacia nuestros amigos de cuatro patas, si los tenemos, que nos preguntan, nos consuelan, nos acompañan. Hacia las niñas y los niños que nos donan miradas curiosas y esperanzadas y que merecen un pensamiento constante, comprensivo y estimulante, nunca presuntuoso ni apremiante. Hacia cualquiera que esté en dificultades y que en medio de la privación libera una intensidad humana de la que podemos aprender y restituir a su vez con respeto, afecto y solidaridad. Hacia quien necesita ayuda material, física y psicológica, sabiendo medir nuestra capacidad al respecto. Hacia las personas valientes –en primer lugar, médicas/os y enfermeras/os– que trabajan sinceramente para curar, reconocemos y apoyamos su obra. Hacia nuestras compañeras y nuestros compañeros, que con su posicionamiento y compromiso están llevando a cabo una obra valiosa para el presente y el futuro: el bien que hacen es el que les deseamos. Hacia tantas amigas y amigos que nos apoyan porque comprenden que nuestra presencia es una señal y una posibilidad de rescate, incluso frente al virus. Hacia las y los conocidos y familiares, en los que a veces no pensamos, hoy es el momento de expresarles un pensamiento sincero de cercanía. Finalmente y ante todo para las personas con las que tenemos una relacionalidad íntima, para las primeras y primeros protagonistas diversas y diversos de nuestro amor: hagamos de manera que sientan cuanto son fundamentales, preparémonos a volverlas/os a abrazar fuerte y largo tiempo, prefiguremos las caricias más dulces y audaces, sonoros besos o esos que no terminan nunca… La generosidad de nuestra reacción de amor, de todos nosotros, de nuestras relaciones, cualifica y ennoblece el amor por uno mismo, que no se entristece de manera egoísta, sino que se dona apasionadamente. Descubriremos en qué medida nos hace mejores y nos prepara para profundizar y enriquecer nuestro compromiso por una vida mejor.

Reaccionar investigando. Teorizando porque somos capaces de ello, cada una y cada uno, todas/os juntos. Descubramos las ideas que están apenas germinando, que surgen de la experiencia o de otra idea, como fruto de un recuerdo articulado o de una imaginación fulgurante, y cultivémoslas con paciencia y audacia, con humildad y generosidad; ofrezcámoselas a los demás, dialogando para comprenderlas mejor y afinarlas, entrelazarlas y enriquecerlas, corregirlas y valorizarlas, escribámoslas incrustándolas con el pensamiento general y común, hagamos de ellas una orientación de vida. Aprendamos a analizar escrutando en los comportamientos humanos aquello que los preside, no nos limitemos a catalogar o a matematizar, sino más bien busquemos el sentido inmediato y más profundo de un acontecimiento, de un acto, de un gesto; miremos el panorama de la especie para comprender el semblante de una persona, tengamos presente su ser para entender sus palabras. Fundemos cotidianamente nuestra ética y nuestra moral, sabiendo de su inmediatez en el actuar, de su sustrato en el representar, de su principio en el ser. Experimentemos la libertad suscitándola en la otra persona y basándola en la comunión y por la comunión, desarrollémosla en su carácter positivo y respetuoso, que la cualifica como expansiva. Verifiquemos el bien en la alegría de la vida, en la lucha humilde y grandiosa por la existencia, en la felicidad de las diferentes uniones de las que somos capaces, en el placer más pequeño y en el más innombrable, que de ese modo se convertirá aún en más grande, en el bien del ser del prójimo, que se convierte también en nuestro y que se sedimenta. Comprendamos y cantemos la belleza de lo que nos rodea, reconduciendo a la vida la idea del todo viviente, y de cada uno de sus brotes y de sus estremecimientos. Asumamos y nombremos la belleza de un pensamiento, de una palabra, de una mirada, de un acuerdo, de una persona, como prueba demostrativa de nuestro ser seres valoriales; reflejemos, respetemos y gocemos de la belleza propia de cada una y de cada uno: así alcanzaremos la belleza como fruto de nuestro bien. Busquemos la verdad, siempre relativa, parcial, incluso transitoria, pero no por ello menos verdadera; absorbámosla en el conocimiento de las cosas y de los pensamientos, reubicándola en la mirada de conjunto que en esto se enriquece, se precisa, se ajusta, experimentando la verdad de cada una/o en las subjetividades que se identifican y se entrelazan con el tejido indeleble de la sinceridad y de la lealtad. Busquemos la justicia para nuestra gente, durante mucho tiempo maltratada, descuidada, ignorada; volvamos a dar valor a sus vidas y a sus ideas; ofrezcámonos como sherpas en la búsqueda de las cumbres que pueden alcanzar y de las que son incrédulos; encontremos la justa medida también en nuestros errores y en los de nuestras/os compañeras/os, para salir de ellos enriquecidos en humildad y coherencia.

Ensayando y afinando nuestra inmediatez moral, mejorándola constantemente al donarla y compartirla, comprenderemos su base sentimental y su valencia conciencial. Marchemos hacia un horizonte ético de las comuniones humanistas socialistas posibles, en una andadura en la que cada una y cada uno puede ser protagonista, debe serlo si lo quiere. Comprenderemos que las reglas, florecimientos a veces espontáneos, pueden ser cultivadas y dar frutos electivamente, mediante un esfuerzo de fundación cultural. Esta andadura está al inicio, y sin embargo se plantea ya como urgente, apremiante, irrenunciable, para comprender, secundar y fecundar la mejor emersión, para afrontar las emergencias colectivas e individuales, a veces evidentes, otras implícitas, para hacer frente a los desastres múltiples y combinados de su decadencia, que corre el peligro de arrollar a muchas buenas personas. Adquiramos la tenacidad y la paciencia de los exploradores de un futuro de felicidad posible, presente ya y enraizado en un pasado coherente y prometedor, incluso en sus venturas y desventuras. Descubriendo en la experiencia y en la existencia las esencias de lo humano, podemos inventar una vida más digna de ser vivida plenamente.

Reaccionar significa, una vez más, elegir y elegirnos, como hemos tratado de hacer desde el inicio, cuando todavía no conocíamos el significado teorético de este significante. Una elección de vida que se renueva dedicándonos a nuestra gente, empezando por las personas que quieren desarrollar las mejores intenciones y aprender, a su vez, a elegir. Es lo que están viviendo con pasión y con determinación cientos de nuestras compañeras y compañeros, de los cuales podemos y debemos estar aún más a su lado, en un crecimiento fantástico, rico, diferenciado, del que son protagonistas. Podremos hablarles si los escuchamos con más profundidad; podremos guiarles si nos hacemos guiar por sus sugerencias, podremos formarles si comprendemos la unicidad de cada una/o de ellas/os y cuando percibamos que, a su vez, nos están enseñando.

Reaccionar, es decir, renacer.

Por tanto, aquí la razón nos
enseña a qué tienden las
acciones, y, el sentido de
humanidad obra una distinción
a favor de aquellas que son
útiles y benéficas

David Hume

2 de abril de 2020