Justicia fue el reclamo de
miles de sobrevivientes de la dictadura y de los familiares y amigos de sus
víctimas. Hoy, 37 años después del retorno de la democracia, en muchos casos la
justicia no llegó. Niñas y niños apropiados siguen sin aparecer y muchos
represores continúan libres. Y menos aún llegó si se piensa en la cantidad de
corresponsables y cómplices que nunca rindieron cuentas. Políticos, clérigos,
sindicalistas y empresarios que guardaron silencio e incluso colaboraron con la
dictadura mediante la entrega de listas de activistas a los represores, como
hicieron los patrones de Ford y Mercedes Benz, por citar algunos casos.
Este sentido reclamo se hizo
masivo gracias a la valentía de quienes, desde los mismos tiempos del
terrorismo de estado sistemático, denunciaron las desapariciones y las
torturas. Las madres de los desaparecidos y las desaparecidas, luego
organizadas en Madres de Plaza de Mayo (hoy divididas en dos fracciones), junto
a miles de sobrevivientes, activistas y organismos de derechos humanos,
cumplieron un rol fundamental para suscitar la empatía, la solidaridad de mucha
gente y el rechazo activo a los horrores de la dictadura. El retorno de la
democracia en Argentina no fue motivado por un gran movimiento de repudio a los
milicos genocidas pero para los poderosos sí implicó –y aún implica– navegar en
aguas turbulentas y verse en la obligación de dar respuesta a un sentido
reclamo popular de verdad y de justicia. Alberto Fernández, a pocos meses de
iniciado su gobierno, hizo un nuevo intento de cerrar definitivamente ese
capítulo y reconciliar a la gente común con los militares, pero las voces de
repudio se hicieron sentir. El presidente necesita el consenso, también de sus
propios votantes, para reprimir posibles estallidos de dignidad.
Un gran límite de ese
reclamo histórico estuvo en el pensamiento mismo sobre la justicia, reducida a
la Justicia (con mayúscula) que únicamente puede provenir de las instituciones
democráticas, esas que son responsables de amparar a tantos represores de ayer,
pero también a los culpables del "gatillo fácil" de hoy, a los
femicidas y a los pedófilos. Esa obsesión estatal culminó en la traición
definitiva de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Las dirigidas por Hebe de
Bonafini se sometieron al peronismo, llegando a justificar la designación de
Milani (militar sospechado de represor) como jefe de las FF.AA. durante el
kirchnerismo y las palabras reconciliadoras de Alberto Fernández de las últimas
semanas.
La condena social a los
genocidas ha sido mucho más efectiva para mantener viva la memoria y es una
señal importante de humanidad, además de haber sido una presión determinante
para que finalmente muchos represores vayan presos. Pero tal vez no sea
suficiente pensar solo en términos de reparación y haya que partir del bien
posible entre seres humanos y de su necesaria defensa sin condiciones. Para
empezar a redefinir la justicia como posible garantía dinámica de un bien del
que ser protagonistas de manera independiente y desde abajo. Buscando pensarla
y vivirla como un valor que puede aprenderse y enseñarse cotidianamente, en la
búsqueda de una vida mejor en común.
Mariana
Camps
Un caso emblemático (entre
tantos)
Es paradigmático el caso de
Mario “Churrasco” Sandoval, ex policía y cruel torturador extraditado en
diciembre último desde Francia, donde gozó plenamente de su libertad, llegando
incluso a ser docente en distintas universidades y asesor de Sarkozy. Fueron
necesarios varios años de lucha de los familiares de sus víctimas para lograr
la extradición. Todos los Estados reciclan y se sirven de los maestros del
terror.