
Entonces conviene ir a la raíz sin dar
por sentadas verdades universales fundamentales sino, más bien, hacer de ellas
un estandarte a llevar bien alto y visible.
Somos seres humanos y todas y todos
formamos parte de la especie humana que está constituida por dos géneros: el
femenino y el masculino. Cada una y cada uno es un individuo único y diverso de
todos los demás.
Cada una y cada uno obra sus elecciones,
incluso las relacionadas a la orientación sexual, las cuales pueden cambiar en
el curso de la vida y tienen que poder expresarse libremente.
Ya sea por motivos bio-anatómicos o de
otro tipo, algunas personas sienten la exigencia de emprender el doloroso
camino de modificar, incluso drásticamente, algunos rasgos de sus propios
organismos, desde los masculinos a los femeninos o viceversa.
Estos son hechos incontrovertibles. Los
hemos enumerado por orden de prioridad: especie, género, elección de
orientación y eventuales transiciones.
Ninguno deja de ser parte de la especie
humana, la cual no deja de estar constituida por mujeres y por varones.
La identidad de cada una/o no deja de
estar constituida por diversos factores, algunos de los cuales no dependen de
nuestras elecciones. Negarlo significa extraviarnos en las arenas movedizas de
la pérdida de todo tipo de identidad. Teorizar la “fluidez” (¡?), la
“neutralidad” (¡?), lo momentáneo (esta semana me siento mujer –¡?–) conlleva
consecuencias muy graves. Ya estamos
viendo los frutos envenenados entre los jóvenes y adolescentes, para no hablar
de las consecuencias a largo plazo.
Impacta la rapidez con que la
declinación también femenina por la que luchamos 160 años en un mundo masculino
y patriarcal pasa “de moda”.
Tenemos la fundada sospecha de que se
trata de una nueva y feroz reacción ante el protagonismo femenino: una vez más
contra las mujeres y, por lo tanto, contra toda la humanidad y sus
posibilidades de autoemancipación. La sospecha se convierte en certeza cuando
los Estados legislan sobre la autodefinición de género (¡?). Los Estados, en
cuyo origen, hace cinco mil años, están la guerra y el patriarcado. Los
Estados, que osan legislar sobre los cuerpos y sobre las elecciones de las
mujeres y sobre la vida íntima de las personas definiendo legalmente las
relaciones.
Una
vez más ir a los orígenes conviene. Y decir la verdad es un deber.
Sara Morace
Publicado en La Comune 362