La violencia en México parece no tener
fin: un día, un atentado contra el jefe de policía y, al siguiente, decenas de
muertos por un ajuste de cuentas entre narcotraficantes. Los narcos gozan de
total impunidad y, en lo esencial, están aliados con el Estado y las fuerzas de
seguridad, hasta el punto de que es justo definir a México como una
“narcodemocracia”. A esto se suman las consecuencias de la pandemia (dentro de
muy poco se superarán las 30.000 víctimas), agravadas debido a que el
irresponsable gobierno de López Obrador estaba, al inicio, en el grupo de los
“negacionistas”.
Estos riesgos contra la gente común se
cruzan y se entremezclan dramáticamente. En mayo, Giovanni López –un humilde
trabajador de Jalisco– fue detenido por la policía por no usar barbijo y
terminó asesinado en la comisaría. El hermano dio a conocer el caso impulsado
por las movilizaciones por George Floyd en EE.UU. Se sucedieron importantes
protestas en diversas ciudades mexicanas, en donde los manifestantes debían
hacer frente a las intimidaciones de la policía y de agentes encubiertos que
amenazaban con desaparecerlos. Estas valientes reacciones en defensa de la
vida, sobre todo protagonizadas por la juventud, son fundamentales para impedir
que la violencia narco-estatal continúe normalizándose y podrán crecer si toman un camino cada vez más independiente de la narcodemocracia mexicana.
I. R.
02/07/20