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Cada vez más
seguido escuchamos noticias sobre los grandes virus inoculados (tan o más
peligrosos que el Covid-19) por la burguesía desde antes del comienzo de la
pandemia: el aumento de la precarización laboral, la reducción salarial, los
despidos, las personas que tienen que ir a trabajar junto con compañeros con
síntomas de Covid y la superexplotación a distancia (el teletrabajo, cuya
legislación apunta a consolidar una nueva forma de alienación más allá de la
cuarentena). Frente a esta situación, la gran mayoría de los sindicatos
–haciendo honor a su tradición, consagrada en los años peronistas– hacen
la vista gorda, llaman a la conciliación con el Estado y la patronal y solo
aparecen cuando los trabajadores se movilizan para apagar el incendio con promesas
y, en el mejor de los casos, con gestiones para conseguir alguna que otra
concesión estatal.
Sin embargo, estas
noticias no solo nos muestran el drama, sino que, en primer lugar, dan cuenta
de una búsqueda de dignidad de tantas personas… de los obreros de Laminados
Industriales de Villa Constitución, los “ciclistas” (80% inmigrantes) de los
servicios de delivery que realizaron un paro el 1 de julio y la/os médicas/os y
enfermeras/os que alzan su voz para exigir mejores condiciones de vida y
trabajo. Si la situación no está peor no es por la bondad y humanitarismo de
Alberto Fernández y Larreta –cada vez
más “amigos”– sino justamente por el
coraje de tantas y tantos que no se resignan y luchan por una vida mejor y más
digna.
Camilo Sans