Perú es uno de los países de América
Latina más golpeados por la pandemia. En el colapsado hospital Honorio Delgado
de Arequipa, numerosos infectados deben pasar las noches a la intemperie, en
automóviles o en carpas improvisadas en el estacionamiento. Hace unos días, el
presidente Martín Vizcarra fue allí para sacarse fotos en busca de publicidad.
Pretendiendo dar la idea de que la situación está bajo control, mandó quitar a
todos los pacientes de los lugares visibles. Lo que no se esperaba es ser
recibido por una protesta de los médicos/as y trabajadores/as de la salud al
grito de “Vizcarra, basta de mentiras” y “la gente se muere”.
Es bueno recordar que Perú era
considerado hasta hace poco el “milagro latinoamericano” por su crecimiento
macroeconómico sostenido. Sin embargo la pandemia dejó al descubierto que se
escondían grandes injusticias y desigualdades, con un 70% de trabajo informal,
el vaciamiento del sistema público de salud y una democracia decadente y
corrupta que se sigue guiando por los lineamientos constitucionales de la
terrorífica dictadura cívico-militar de Alberto Fujimori (presidente desde 1990
hasta el 2000).
El presidente Vizcarra, con sus grandes
vehículos y sus fornidos guardaespaldas, debió irse raudamente del hospital
ante la protesta. En medio del drama y la emergencia, un pequeño triunfo de la
dignidad.
I.R.