Evo Morales regresó a Bolivia después de su
salida forzada del poder el año pasado. A pesar de seguir siendo un símbolo y
una figura de peso entre los sectores populares, la situación para él no es tan
favorable como podría parecer a primera vista. Las elecciones del 18 de octubre
arrojaron un triunfo aplastante del MAS con más del 55% de los votos: una
expresión del hartazgo de la mayoría de la población con respecto a la burguesía
racista y antipopular en el gobierno, causante de grandes sufrimientos durante
la emergencia sanitaria. Sin embargo, esto no debe interpretarse como un
triunfo o una rehabilitación total de la figura de Morales, dirigente histórico
del MAS. De hecho el gran caudal de votos recibido por este partido también se
explica porque el candidato Luis Arce siempre tomó distancia en relación a Evo,
señalado por sus prepotencias y apetitos de perpetuarse en el poder a toda
costa. En el único lugar en donde hubo una convocatoria masiva para recibirlo
fue en la provincia del Chapare, donde históricamente se concentran sus
partidarios. No hubo ninguna gran bienvenida –ni institucional ni popular–
cuando cruzó la frontera desde la Argentina ni tampoco a lo largo de su camino
por Bolivia, más allá de algunos cientos de seguidores.
No hay que confundirse: mucha gente, a través
del voto, expresó repudio a la derecha y un apoyo a la izquierda en un sentido
de reivindicación de justicia social y libertad, pero al mismo tiempo no parece
dispuesta a permitir nuevas prepotencias al estilo caudillista-populista como
la que protagonizó Morales.
Ignacio Ríos