Después de que el Congreso peruano haya destituido al presidente Martín Vizcarra por hechos de corrupción e “incapacidad moral”, estallaron en todo el país manifestaciones populares que lograron la renuncia del fugaz sucesor, el racista Manuel Merino. Como dicen claramente las y los jóvenes que las protagonizan, las protestas no son en defensa de Vizcarra, desacreditado hasta los tuétanos también por las terribles consecuencias del coronavirus en el país. La gente común se hartó de ser ignorada y de los juegos de poder entre los políticos, intuyendo que la política es genéticamente corrupta: más de la mitad de los parlamentarios están afrontando juicios por corrupción y los presidentes sistemáticamente terminan destituidos y detenidos. Ahora el propio Congreso busca colocar como presidente a otro barón de la centroderecha, Francisco Sagasti, del Partido Morado. Ponen y sacan presidentes como figuritas de un álbum, pero nada detendrá la gangrena del pútrido régimen iniciado con la reaccionaria Constitución del ‘93 de Fujimori.
Mientras que el
mundo presencia las señales de resquebrajamiento del modelo democrático
estadounidense, la que estamos presenciando es una evidencia más de la profunda
descomposición de la política democrática también en el Perú, en primer lugar
gracias a la reacción desde abajo de la juventud y de amplios sectores de la
población. A pesar de tal colapso, mucha gente –también de izquierda– parece
seguir aferrada a que la solución provenga de una reforma de la democracia, por
ejemplo vía una nueva Constitución. La democracia peruana no duda en saquear
los recursos naturales ni en mantener la histórica exclusión de los pueblos
indígenas y la explotación de los trabajadores del campo y la ciudad. En una
región de ancestral tradición comunitaria, la forma democrática de dominio
representa una evidente forzadura contra natura que ahora vuelve a hacer
eclosión. Más allá de la mitología burguesa del “milagro económico peruano”, el
país se encuentra en el podio mundial de la desigualdad social y de los
fallecimientos por coronavirus. ¿Se podría, en cambio, empezar a imaginar y a
construir desde abajo otro horizonte de convivencia y de vida en común que sea
una verdadera alternativa a la inmoralidad del totalitarismo democrático?
Las
manifestaciones en Perú han sido brutalmente reprimidas por la policía, sobre
todo el sábado a la noche, y sigue habiendo decenas de desaparecidos. Toda
nuestra solidaridad va dirigida a los cientos de heridos/as y especialmente a
los seres queridos de los jóvenes Inti Sotelo y Jack Pintado, muertos por las
balas policiales en Lima. Una mancha de sangre más para los regímenes
democráticos latinoamericanos, se presenten ellos como neoliberales, populistas
o “de centro”.
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