Por Giovanni Marino.
Nuevamente surcan por los cielos
de Palestina/Israel centenares de misiles: la mayor parte caen sobre Gaza (ya
provocaron decenas de víctimas, niños entre ellas) pero también sobre Israel,
que también registra algunos fallecimientos. Dirigimos nuestros primeros
pensamientos, doloridos, solidarios e indignados, a las víctimas indefensas, por lo general inocentes, y a sus seres queridos.
Esta nueva escalada es una
consecuencia directa del nuevo capítulo de la histórica limpieza étnica de
Israel contra los palestinos –esta vez en Jerusalén Este– y del rechazo de la
juventud palestina a resignarse a ese destino. Desde sus orígenes, el Estado
israelí fundó su misma existencia sobre esa fuente interminable de violencia,
dolor e injusticia: la expulsión sistemática de la población palestina,
asediada y sofocada en Gaza, vejada y discriminada en las demás regiones del
país, hostigada en Jerusalén Este, exiliada por el mundo y, no obstante,
determinada a vivir. La relativa novedad de estas horas es el involucramiento en
las protestas de palestinos con pasaporte israelí –ciudadanos de segunda que la
democracia no supo ni quiso integrar– y la extensión del conflicto en el
corazón de las ciudades israelíes.
La crisis actual da testimonio
del fracaso histórico de todas las formas políticas adoptadas a lo largo de las
décadas (diplomáticas, político-religiosas, bélicas) para resolver o, al menos,
contener las contradicciones más agudas. Desde hace años ya ni se habla de
fantasmagóricos “procesos de paz” ni de fórmulas como la de “dos pueblos, dos
Estados”. Por otro lado, la actual aceleración bélica atestigua el increíble
cinismo de las cúpulas israelíes y palestinas cuya legitimación parece surgir
únicamente de la permanencia del conflicto y de la sangre vertida, la de la
comunidad propia y la de las demás. A pesar de sus éxitos diplomáticos (el
reconocimiento recíproco con algunos Estados árabes vecinos), la democracia
israelí no goza de buena salud y más bien está en punto muerto: después de
cuatro elecciones generales anticipadas, no llega a formar gobierno y a remover
un primer ministro (Netanyahu, cercado por procedimientos penales por
corrupción) que, contradictoriamente, se convirtió en el más longevo de la
historia. Reavivar el conflicto siempre es una “opción aceptable” para
permanecer en el poder. De manera especular, Hamas puede mantener el control de
Gaza solo proponiéndose como líder militar de una guerra que no podrá vencer
jamás, mientras en Cisjordania la Autoridad Nacional Palestina se sumerge en la
corrupción y en la complicidad con el ocupante israelí.
¿Es creíble la esperanza en una paz equitativa, de libertad y dignidad para aquellos que viven en esas tierras, esperanzas que animan exiguas pero valientes minorías en las diversas comunidades? Es un camino muy largo y difícil, repleto de escombros producto de las bombas, de ilusiones y engaños políticos; es un camino posible que comporta elecciones humanas radicales de autosuperación, de reconocimiento recíproco y de hospitalidad.
12/05/21