Por Ignacio Ríos.
El episodio que
involucró a Chano Charpentier en su casa de Exaltación de la Cruz es altamente
indicativo de lo que es verdaderamente el aparato represivo estatal: gracias a
la intervención de la policía bonaerense del “gatillo fácil” alguien que estaba
padeciendo una alteración o brote psicótico terminó con un balazo en el
estómago, que según las declaraciones de la madre del músico no era, ni de
cerca, el único recurso que quedaba. Como bien explica la Correpi, no fue el
primer caso (aunque sí el más notorio) de personas en estado de excitación,
trastorno o confusión que son reducidas brutalmente en ocasiones llegando al
punto de asesinarlas. Entre numerosos ejemplos, recordamos el caso de Jorge
Gómez en 2019 en la ciudad de Buenos Aires, quien andaba por la calle
desorientado con un cuchillo de cocina y recibió una patada de un policía que
le provocó la muerte.
Rápidamente se
hicieron escuchar posturas de los medios y de la política bastante
coincidentes, y no por casualidad directamente confluentes entre el gobierno y
la oposición. Desde la justificación de Sergio Berni hasta el entusiasmo de
Patricia Bullrich, pasando por el silencio cómplice de Axel Kicillof y Alberto
Fernández. La solución no parece ir de la mano de la humanidad y la pericia que
saben expresar mejor que nadie las y los trabajadores de salud en el cuidado de
pacientes, enfermos y personas en dificultad, sino a través de la adquisición
de pistolas Taser en las manos de estos violentos e incapaces en uniforme. ¡De
más tecnología para reprimir!
La policía y las diversas fuerzas de seguridad llevan la represión y la lógica bélica en su corazón. Eso saben hacer muy bien. En este sentido, son sugestivos los cantos de entrenamiento de la policía de Chubut (“Piquetero, ten cuidado...”) que amenazan a los sectores populares con la misma modalidad de los grupos de tareas en la dictadura: entrar por la noche a las casas de sus víctimas para “reventarlas”. Escandaloso, como la operatoria represiva congénita a las democracias.