En las últimas semanas, a partir de las declaraciones de algunas de las mejores figuras del deporte mundial, se empezó a hablar acerca de la salud mental y la presión bajo la que se encuentran las y los atletas de alto rendimiento. Hace solo dos meses, la tenista japonesa Naomi Osaka abandonó nada menos que el torneo de Roland Garros confesando que tiene problemas de ansiedad. Por estos días, la gimnasta Simone Biles –una de las más de 300 chicas que hace unos años denunciaron los abusos sexuales sufridos por parte del médico Larry Nassar y la consecuente complicidad de la Federación de Gimnasia de EE.UU.– anunció que participaría solo en algunas de las categorías de su disciplina para poner su bienestar mental en el centro: “a veces sientes el peso del mundo sobre tus hombros”, “ya no puedo disfrutar como antes”, dijo. En su apoyo, más atletas –incluidos los legendarios Nadia Comaneci y Michael Phelps– compartieron sus experiencias. Pero también hubo declaraciones lamentables como las del tenista Novak Djokovic: “La presión es un privilegio (…) Si aspirás a estar en la cima de tu deporte, lo mejor es aprender a manejarla y afrontarla”. Lo paradójico es que, herido en su orgullo, desató su furia revoleando raquetas en el partido donde perdió el bronce y abandonó los Juegos sin presentarse al dobles mixto. Entretanto, Simone apoyó feliz a sus compañeras de equipo y disfrutó de las pruebas finales de barra de equilibrio con las demás participantes, que la superaron en desempeño. Festejó su medalla de bronce junto a ellas.
La misma Biles y otros deportistas también comenzaron a reconocer en su malestar la
presión adicional y las emanaciones nocivas de las redes sociales, que provocan
más ansiedad y resultan canales
efectivos para difundir ataques odiosos, racistas y misóginos –incluso cuando
se utilizan para expresar apoyo, como algunas atletas intentaban rescatar–. El nadador norteamericano Caeleb Dressel, la
ciclista holandesa Annemiek van Vleuten y la nadadora argentina Delfina
Pignatiello hablaron de reducir su uso, pero la nadadora australiana Ariarne
Titmus reconoció: “es abrumador (…) yo eliminé todas las aplicaciones de redes
sociales de mi teléfono”.
Mientras algunos defienden la lógica negativa e
individualista de competir deportivamente bajo presión a cualquier costo, hay
quienes empiezan a exponer sus secuelas que, combinadas con los efectos de la virtualidad
–de los que aún no tomamos la suficiente conciencia–, tienen peligrosas consecuencias
en la salud. Emergen señales positivas que expresan el deseo de cuidar la entereza
psicofísica para sentirse mejor, compartir y disfrutar más saludablemente la
disciplina que se practica. No casualmente, son jóvenes mujeres las que están
dando los primeros pasos.
3/8/2021