Por Antonella Pelillo.
Una buena ciencia sigue confirmando
que somos una especie unitaria e inmediatamente diferenciada en dos géneros
desde la dimensión biológica. Genetistas y especialistas en epigenética de la
altura de Tim Spector, por ejemplo, partiendo de la cuestión vital de que
nacemos de mujeres, aportan muchísimas pruebas favorables a la idea de la
matriz femenina del organismo humano desde la misma concepción. Es a partir de
la octava semana de gestación cuando empezará la diferenciación del feto en un
feto masculino si una de las parejas de cromosomas del ADN es XY. En un terreno
más general, son innumerables y aplastantes los elementos que confirman las premisas
biológicas de una primariedad del género femenino –si bien no explicitada como
tal por los científicos, salvo parciales excepciones– para la vida de todas y
de todos. E igual de numerosos son los estudios que sostienen que devenir seres
humanos sólo es posible gracias a otros seres humanos1. En el
vientre materno se manifiestan las primeras señales de este proceso. Desde que
nacemos, y gracias a quienes se hacen cargo del cuidado del crecimiento, en
primer lugar las mujeres, comenzará a desarrollarse la emersión humana y el
proceso de conformación dinámico de la corporeidad mental de cada niña y de
cada niño, con diferencias en los dos géneros y en cada individuo, de manera
única e irrepetible. Alberto Oliverio, uno de los principales neurobiólogos en
el mundo que han aportado contribuciones en tal sentido, ha alzado su voz
contra las pseudoteorías “queer” (o “gender”), captando el peligroso
“cortocircuito” –así lo define– que constituyen para la vida humana: «Para
aclarar la cuestión comenzamos por las diversidades obvias de naturaleza
biológica que forman parte del llamado dimorfismo sexual. Las características
de los dos sexos dependen de factores genéticos y cromosómicos y no conciernen
sólo a los órganos genitales, sino también a la estructura del cuerpo y del
cerebro»2. Compartimos sus afirmaciones, aunque preferimos hacer
referencia a los dos géneros de la especie humana en vez de a dos sexos, es
decir, reconociendo que somos sujetos –individuales, relacionales, siempre
comunes–, dotados de un mundo interno rico y misterioso, corpóreo y mental
inseparablemente. Al mismo tiempo, médicos y científicos en diversas partes del
mundo protestan contra la persecución que se les reserva en las instituciones
académicas, y no sólo en ese ámbito, como “culpables” de sostener la existencia
de dos –y sólo dos– géneros en la especie humana. Augurándonos que reacciones
similares se multipliquen, creemos que estamos aún bastante lejos de afrontar
la importancia del desafío: probablemente pesa demasiado la preservación del
poder académico, así como las consecuencias de las muchas separaciones entre
los diversos saberes. Y la ciencia que concierne a lo humano no puede ser, por
definición, “exacta” y no puede evitar por sí sola las mentiras de quien tiene
la intención de mentir. Es necesaria una visión y una investigación más
general, auténtica y verídica sobre el quiénes y el cómo somos y podemos
devenir mejor humanos entre los seres humanos3.
1 Me refiero a los estudios de V. Gallese, E. Boncinelli, G. Rizzolatti,
L. Brizendine, M. Iacoboni, D. Swaab, F. Bottaccioli, J-D. Vincent, E. Barile,
M. Tomasello, J. Medina, M. Jeannerod, M. Solms, G. Tononi, V. S. Ramachandran,
S. Moalem.
2 Alberto Oliverio, «Gender & neuroscienze: la differenza esiste», en
Avvenire, 24 de junio de 2015.
3 Para profundizar la
elaboración fundacional de un humanismo socialista, véase la Declaración de la
Dirección Teórico Metodológica de la Corriente Humanista Socialista,
«Sobre algunas verdades y libertades fundamentales», y Antonella Pelillo,
«Mujeres y hombres. Apuntes sobre una biología especial», en Suplemento especial de la revista Comuna Socialista, mayo 2021.