La llamarada revolucionaria de diciembre de 2001 veinte años después. Un protagonismo que desafió la normalidad democrática

Promesas comunitarias. 

Por Mario Larroca. 

¿De qué manera puede ser mejor volver sobre el recorrido humano y social iniciado en diciembre de 2001 en un contexto como el actual, signado por la decadencia de los poderes opresivos y de la sociedad?

Se trata de un desafío complejo para las personas voluntariosas y de bien que hemos debido afrontar, además de casi dos años de pandemia, la irresponsabilidad y los venenos destilados desde ambos lados de la “grieta” y el aislamiento inducido por la deshumanización digital. Lo cierto es que el 2001 ha expresado una esperanza caótica y confusa de que es posible ser protagonistas directos del mejoramiento de la vida en común. Este enfoque está en las antípodas de los fríos análisis de politólogos y periodistas empeñados en atribuir las supuestas causas al “corralito” económico y en detenerse en las consecuencias políticas, como la caída del presidente De la Rúa y de sus cuatro sucesores en cuestión de semanas. Parece más justo y útil rastrear las historias de aquellas mujeres y hombres de diferentes generaciones y extracciones sociales que se lanzaron a las calles, que se unieron reabriendo las plazas y que comenzaron a conocerse cara a cara tomando la palabra y desoyendo el odioso Estado de sitio. Dieron vida así a niveles de autoactividad y autoorganización inéditos. La masividad, el contagio y la estabilidad del movimiento que se vayan todos, que no quede ni uno solo no se puede entender sin su creación fundamental: las asambleas populares. En el país de la tutela estatal y de la cultura de la delegación, centenares de miles de personas en Buenos Aires y en otras ciudades del país daban vida a una extraordinaria liberación de energías que hemos definido como llamarada revolucionaria.

Sin embargo, lo vivido en aquellas jornadas del 2001-2002 se ha ido apagando en tantas/os de sus animadoras/es merced a límites de conciencia y de valores positivos que han dado lugar a expresiones de machismo, de paternalismo, de patriotismo y de violentismo. No haber aprovechado la ocasión para reconocer y afrontar estos lastres e irresueltos humanos –que habría podido partir de identificar el rol especialmente aglutinante, afectuoso y ejecutivo de las mujeres, decisivo también a la hora de desactivar los momentos de tensión–, así como la tentación de tomar atajos para resolver rápidamente las “cosas concretas” en medio de la crisis, han hecho renacer un deseo de Estado desde el propio movimiento, cuestión alentada por las vanguardias de la centroizquierda y de la izquierda política. Como no podía ser de otra manera, fue un sector del peronismo, el kirchnerismo, quien supo abrirse paso como garante del retorno a la normalidad burguesa apoyándose en el desgaste lógico de la movilización y en la ausencia de bases culturales alternativas a la forma de vida democrática.

¿En qué sentido se puede hablar de una búsqueda caótica y poco autoconsciente de comunidad? No por casualidad, desde 2003 y hasta ahora, populistas y liberales se han propuesto reconstruir la institucionalidad borrando de la memoria popular las motivaciones solidarias e independientes que estaban en el origen y los destellos comunitarios que afloraron al andar durante el proceso y, en su lugar, buscar que sedimente una visión trágica de esta llamarada. Ellos son los administradores del gigantismo social y viven de y para que impere el egoísmo que nos hace extraños y potencialmente enemigos. Por eso, la ilusión de reconstruir democráticamente la sociedad estatal profundizará la disgregación humana, de lo que la ultraderecha reaccionaria será la principal beneficiaria. Volviendo al 2001: ¿podemos ponernos hoy en condiciones de imaginar la potencia comunitaria contenida en la consigna y en la práctica de piquete y cacerola, la lucha es una sola? ¿Existió o no, tras el reconocimiento de sentirse “vecinos”, una elección inicial de amistad, de confianza y de solidaridad diferente al carácter privativo de la vida laboral y familiar? ¿No será esa aspiración íntima y poco reconocida a ser en común la que sostuvo el empuje a un protagonismo que no se detuvo ni aún frente a la infame represión que segó la vida de 38 personas? ¿Podemos aprender a descubrir dentro de nosotras/os, también gracias al 2001, anhelos de libertad positiva y de bien para compartir con las mejores personas?

Publicado en Comuna Socialista Nº66