Masacre de Buffalo: en la implosión democrática crece el odio neonazi

Por Barbara Spampinato.

Diez personas fueron asesinadas y tres resultaron heridas en la masacre del 15 de mayo en la ciudad de Buffalo, Nueva York. Eran personas inocentes que estaban haciendo las compras y se convirtieron en víctimas del terror supremacista que golpeó una vez más sobre nuestra gente.

El asesino Payton Gendron, de 18 años, premeditó y planificó meticulosamente el ataque: recorrió más de 200 millas para llegar a ese suburbio, el cual había inspeccionado el día anterior y lo había elegido por ser mayoritariamente habitado por afroamericanos, quienes fueron las principales víctimas de esta matanza; empezó a disparar en el estacionamiento del centro comercial en la hora de mayor flujo de gente y luego siguió a su interior; antes de actuar, había subido a internet un manifiesto de doscientas páginas en el que reivindicaba las acciones que estaba por cometer, dirigidas a liquidar a la mayor cantidad de “invasores” posible; filmó íntegramente la sucesión de homicidios con el objetivo de hacer ejemplificadora su reacción supremacista contra el “genocidio blanco” y el “Gran reemplazo” (de los blancos respecto a personas de otras etnias). Estas teorías conspirativas encuentran acreditación y difusión en amplios sectores de la derecha norteamericana que, quizás, no llegan a llevar a cabo masacres pero las inspiran, las justifican y generan el clima propicio para que se cometan. La entidad de este fenómeno en los Estados Unidos es colosal y está en escalada: tan solo unas pocas horas después de la noticia de la masacre de Buffalo, una persona era asesinada en otro tiroteo en las afueras del Grand Central Market de Los Ángeles.

Esta masacre encuentra su raíz en la implosión del sistema y, en efecto, el terrorismo doméstico madura en el clima de odio que –con el racismo como ingrediente fundamental– crece en los países democráticos pero también se nutre del ejemplo del terrorismo internacional. Tal es así que Gendron imitó intencionalmente los despiadados ataques ya cometidos por otros supremacistas blancos, como las matanzas de 2019 en El Paso y Christchurch (Nueva Zelanda). A su vez, se propuso como modelo a imitar a través de la difusión vía web de su pensamiento y sus acciones, calcando con exactitud la manera en el que los terroristas de la jihad salafista propagan las suyas. Finalmente, entre los símbolos nazis que eligió, estaba el sol negro, todavía presente en los uniformes de muchos de los miembros del batallón ucraniano Azov a pesar de estar prohibido desde 2015, al tiempo que escribió explícitamente en su manifiesto que quería actuar contra “el genocidio de los europeos”. Más que lobos solitarios, hay manadas de homicidas merodeando y, de vez en vez, atacan de forma irreparable dentro de la decadencia de las democracias, en torno a ellas y a sus fracasos.

Gendron se radicalizó definitivamente durante la pandemia, cuando pasó numerosas horas por día en las páginas web de la extrema derecha. Se trata, exactamente, de lo que hizo disparar las alarmas de muchas agencias de seguridad, entre ellas el FBI (que de masacres sabe mucho): “durante la pandemia, los estadounidenses compraron un número récord de armas de fuego y municiones, mientras que pasaban una desproporcionada cantidad de tiempo en internet absorbiendo teorías terroristas y sumergiéndose en un mar de desinformación y propaganda extremista” (Los Angeles Times, 16/05/22). En una sociedad que tiene en el racismo uno de sus rasgos fundamentales y más originarios, y que está tan en crisis como armada, existen inmensos peligros, tal como declara el vocero de la organización juvenil contra las armas March For Our Lives Noah Lumbantobing: “si nuestros líderes no toman medidas drásticas, es solo cuestión de tiempo para que se produzca el próximo e insensato tiroteo”. Sin embargo, los colapsados líderes de Estados Unidos no toman medida alguna: en parte porque comparten los movimientos de los asesinos, en parte porque la situación ya está más allá de su alcance. Esto para no hablar de los intereses de los patrones de internet –allí donde se difunde el odio– y de los lobistas de las armas que proporcionan poder de fuego, evidentemente con la intención de que se protejan más a los dominantes que a la vida humana.

La posibilidad de construir una nueva convivencia combatiendo al racismo y de dar vida a una nueva pacificación enfrentando a los paramilitares supremacistas y neonazis está en las manos de las personas mejores y más voluntariosas. Sin embargo, se trata de un arduo camino ya que está plagado de las ruinas de la sociedad democrática que se está terminando y además se ve amenazado por sus coletazos, los que dejan espacio a lógicas y prácticas de guerra civil.

Publicado en La Comune online

17/05/2022