Por Mario Larroca.
La
salida del ministro de Economía Martín Guzmán, en apariencia el último sostén
de Alberto Fernández en la disputa con su vicepresidenta, abre una serie de
interrogantes y dilemas humanos que queremos compartir con las personas
voluntariosas que piensan su bien vinculado al de las personas que más sufren.
Nada
podemos esperar de un nuevo ministro ni de quienes han sido y son los
responsables de los padecimientos materiales y del malestar cotidiano de las
mayorías populares. Sus absurdas y fracasadas fórmulas económicas van desde las
alucinaciones del presidente (“vivimos una crisis de crecimiento”) hasta las
promesas de más ajustes y reformas pro-patronales de macristas y demás
derechistas. La denuncia del “festival de importaciones” con la que Cristina Fernández
ha señalado a los organismos de su gobierno por no frenar a quienes fugan
capitales es más de lo mismo. Sería más honesto, por ejemplo, reconocer la
(i)rresponsabilidad de “su gente” en el manejo de la principal fuente de
despilfarro en dólares que es la compra de energía. Pero la autenticidad no es
un valor que encaje con las prioridades políticas. Lo común es, por ejemplo, el
cínico cacareo antimercado
del caudillismo peronista, mientras se oculta que la acumulación de reservas en
dólares en el Banco Central es una parte de las exigencias a cumplir con el
FMI. Detrás de todo esto, sintetizado en la metáfora de la “lapicera”, se
esconde el dirigismo y una aspiración indeclinable a reforzar el control
estatal sobre la vida de la gente común en todos los planos. ¿Puede venir algo
bueno de esta gente mezquina e inmoral, envenenada de orgullo y obsesionada por
sostenerse o retornar al poder negativo y excluyente del Estado?
Pero
hay más. Se le filtra por todos los poros a la expresidenta, supuesta ganadora
en el río revuelto de las renuncias, la instrumentalidad y los prejuicios de
multimillonaria irritada con sus súbditos cuando se refiere, como en el último
acto de la CTA, a las personas que nada tienen y luchan por su dignidad
cortando una avenida o un puente –tal cual hiciera otrora señalando a los
trabajadores del subte y a los docentes–. Cuando a esta confesa “gran burguesa”
esas personas ya no resultan de utilidad a sus intereses mezquinos, intenta
despacharlas de la historia (“los piqueteros son hijos de las políticas
neoliberales de los años 90”), del presente (“el peronismo no son planes, es
laburo”) y del futuro (“el Estado nacional debe recuperar el control y la
aplicación de las políticas sociales”). Cuando, como ahora, les toca
“gobernar”, ajustar y hambrear a las mayorías populares, los peronistas
abandonan el relato igualitario y hacen ostentación de su gen reaccionario y
ordenancista, de culto a la disciplina del trabajo –y por eso mismo de
desprecio a los trabajadores y desocupados que no se someten–, a las patronales
y al Estado. Por eso no es extraño que, en esos mismos días, la policía del ministro
carapintada Berni y de Kicillof reprimiera brutalmente a los docentes y
estudiantes del Instituto 103 de Villa Fiorito, que se movilizaban por el
derecho a cursar en condiciones dignas. ¿Representa o no un peligro este
panorama para quien desea mejorar su vida, sus relaciones y sus ámbitos
colectivos?
El
odio y una dinámica de escisión permanente caracterizan el escenario político
democrático nacional a tono con los vientos de guerra que los poderosos de la
tierra nos imponen en diferentes latitudes. Pero, reconozcámoslo, las patéticas
y cotidianas trifulcas entre ellas,
las mafias coaligadas del gobierno y de la oposición de derecha, ejercen un cierto
impacto también en los sentimientos, las relaciones y la conciencia de nosotras, las millones de personas
humildes. Mujeres y hombres a priori de bien que, en ausencia de referencias
culturales alternativas, tienden a metabolizar y reproducir las lógicas de
enemistad y desconfianza de sus propios verdugos, terminan por disgregarse y
sentirse extrañas entre sí, dando como resultado resignación, descompromiso y
refugio en la soledad de las pantallas.
Hablábamos
de disyuntivas y preguntas que, según creemos las y los humanistas socialistas,
nos conciernen a las personas de bien posicionadas éticamente con las y los
últimos, y que dirigimos también a quienes
simpatizan con la izquierda trotskista. ¿Podemos
pensarnos y reaccionar como protagonistas independientes de la decadencia de
los poderosos y de quienes eligen parecerse a ellos? ¿Queremos sustraernos a su
violencia, siempre patriarcal, y a sus sofocantes prácticas y concepciones
sobre la vida colectiva? ¿Nos sentimos capaces de ensayar nuevos valores
positivos y demostrar(nos) que se puede ser más íntegros si buscamos juntas y
juntos el bien común construyendo ámbitos de libertad y de pacificación, de
conocimiento y de solidaridad directa, de amistad y reciprocidad?
Te invitamos a compartir y dialogar juntos sobre estos interrogantes.
Publicado en Comuna Socialista 72