Elecciones en Brasil: Lula ganó, pero Bolsonaro no perdió

Por Ignacio Ríos

En el ballotage del domingo en Brasil, Lula, el líder del Partido de los Trabajadores (PT), le ganó al neofascistoide Jair Bolsonaro. Es un gran alivio pero, al mismo tiempo, fue por muy escaso margen (50,9% contra 49,1%) ante un Bolsonaro que hizo una elección sorprendente. Después de cuatro años de gobierno –en donde hubo odas a la dictadura militar, promoción de la mano dura policial, misoginia y homofobia aberrantes, racismo, destrucción del Amazonas, simpatías por Putin, boicot a las medidas de prevención contra el coronavirus y otras tantas fechorías–, más de 58 millones de personas lo votaron, lo cual es indicativo de la creciente degradación moral y cultural en la sociedad. Además, el bolsonarismo será el primer partido en la Cámara de Diputados y en el Senado y se quedó con distritos clave, como la gobernación del estado de San Pablo, nada menos.

Después de casi 48 horas de silencio, este “Trump tropical” ni siquiera admitió la derrota, solo implícitamente, mientras que muchos de sus partidarios cortaban numerosas rutas del país en contra de la victoria de Lula en una imitación local del disparate de Capitol Hill. Por suerte Bolsonaro dejará la presidencia, pero la situación social es muy seria y preocupante, incluso peor que cuando este personaje asumió hace cuatro años, y no se pueden descartar ulteriores hechos de violencia y provocaciones.

Del lado de Lula, el viejo caudillo de la izquierda brasileña debió desarrollar, para ganar, un discurso y una alianza de centro-izquierda (más de “centro” que de “izquierda”, vale decir) para tranquilizar a las élites y ganar consenso entre la clase media. Además, el alicaído PT estuvo desde 2002 a 2016 en el poder y decepcionó a mucha gente con su prepotencia y corrupción, razones concretas por las que también votó por Bolsonaro una parte de los sectores populares. 

Es claro que, en este sentido, los márgenes de la política democrática son muy reducidos como para mitigar la situación de las decenas de millones de personas que padecen hambre y miseria. Ni hablemos de las exigencias más de fondo de la gente común que se opone a Bolsonaro y que hoy respira aliviada por su derrota.