Brasil: en defensa de la vida, contra el golpe democrático bolsonarista

En el día de ayer, una horda de bolsonaristas ocupó tres edificios gubernamentales en la ciudad de Brasilia pidiendo la intervención de las fuerzas armadas y el no reconocimiento de las últimas elecciones presidenciales. Con la complicidad del gobernador de la ciudad (ex partidario de Bolsonaro) y de su policía que dejó la “zona liberada”, más de cuatro mil personas ingresaron al Parlamento y otros palacios destruyendo todo a su paso. Las cúpulas dominantes y la plana mayor de las fuerzas militares no apoyaron la iniciativa, seguramente porque consideran que en esta fase no es útil un camino golpista para afirmar su dominio opresivo. Luego de unas horas, la manifestación fue desarticulada por la intervención de la policía federal.

Lo que sucedió en Brasilia fue un intento golpista democrático promovido por lo más rancio de la sociedad brasilera. Golpista, porque buscó trastocar mediante la violencia aquello que sancionó el mecanismo electoral. Democrático, porque de cualquier manera se mueven dentro de los surcos institucionales exigiendo nuevas elecciones y apelando a la supuesta validez constitucional de sus reclamos. Es que estas hipótesis retrógradas y peligrosas –bolsonaristas, trumpistas, etc.– nacen, crecen y se fortalecen en el seno de las democracias decadentes cada vez más represoras, corruptas y totalitarias. Son ellas las principales responsables de la disgregación social y la degradación moral, del racismo y la misoginia creciente en amplios sectores sociales. Esta tendencia está en marcha en todas las sociedades estatales del mundo (basta recordar la toma del Capitolio en EEUU hace tan solo dos años atrás), y en Brasil está dando lugar a la creación de agrupamientos barbáricos como las milicias paramilitares en Río de Janeiro, o a manifestaciones retrógradas “episódicas” como el bloqueo de rutas de los camioneros bolsonaristas, a pocas horas de la victoria de Lula, al grito de “Dios, Patria y familia”.

El intento de golpe democrático nos habla de la enorme fragilidad y decadencia de las instituciones brasileras, y nos dice también del riesgo concreto que corren las mujeres y los niños, los pueblos originarios, inmigrantes y afrodescendientes que sufren la violencia cotidianamente en sus barrios y sus lugares de vida, acosados por estas bandas criminales. Pero las expectativas de las personas más sensibles y comprometidas no pueden depositarse en el nuevo gobierno de Lula y el PT. En primer lugar, porque son responsables de haber fomentado, durante sus años de gobierno, el caldo de cultivo para que los desvalores se asienten, por ejemplo, justificando las represiones de los gobiernos “amigos” como Venezuela y Nicaragua. Pero también porque actualmente entre sus filas alberga a personajes que hasta hace muy poco han sido fieles simpatizantes de Bolsonaro, como es el caso del ministro de defensa José Múcio Monteiro. Por ello es que esta izquierda, lamentablemente, nunca podrá representar una opción creíble para defender la vida –y algunas libertades democráticas fundamentales– frente al peligro creciente y agente de estas bandas retrógradas. 

09/01/2023


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