Lo que sucedió
en Brasilia fue un intento golpista democrático promovido por lo más rancio de
la sociedad brasilera. Golpista, porque buscó trastocar mediante la violencia
aquello que sancionó el mecanismo electoral. Democrático, porque de cualquier
manera se mueven dentro de los surcos institucionales exigiendo nuevas
elecciones y apelando a la supuesta validez constitucional de sus reclamos. Es
que estas hipótesis retrógradas y peligrosas –bolsonaristas, trumpistas, etc.– nacen,
crecen y se fortalecen en el seno de las democracias decadentes cada vez más
represoras, corruptas y totalitarias. Son ellas las principales responsables de
la disgregación social y la degradación moral, del racismo y la misoginia creciente
en amplios sectores sociales. Esta tendencia está en marcha en todas las
sociedades estatales del mundo (basta recordar la toma del Capitolio en EEUU
hace tan solo dos años atrás), y en Brasil está dando lugar a la creación de
agrupamientos barbáricos como las milicias paramilitares en Río de Janeiro, o a
manifestaciones retrógradas “episódicas” como el bloqueo de rutas de los
camioneros bolsonaristas, a pocas horas de la victoria de Lula, al grito de
“Dios, Patria y familia”.
El intento de
golpe democrático nos habla de la enorme fragilidad y decadencia de las
instituciones brasileras, y nos dice también del riesgo concreto que corren las
mujeres y los niños, los pueblos originarios, inmigrantes y afrodescendientes
que sufren la violencia cotidianamente en sus barrios y sus lugares de vida,
acosados por estas bandas criminales. Pero las expectativas de las personas más
sensibles y comprometidas no pueden depositarse en el nuevo gobierno de Lula y
el PT. En primer lugar, porque son responsables de haber fomentado, durante sus
años de gobierno, el caldo de cultivo para que los desvalores se asienten, por
ejemplo, justificando las represiones de los gobiernos “amigos” como Venezuela
y Nicaragua. Pero también porque actualmente entre sus filas alberga a personajes
que hasta hace muy poco han sido fieles simpatizantes de Bolsonaro, como es el
caso del ministro de defensa José Múcio Monteiro. Por
ello es que esta izquierda, lamentablemente, nunca podrá representar una opción
creíble para defender la vida –y algunas libertades democráticas fundamentales–
frente al peligro creciente y agente de estas bandas retrógradas.
09/01/2023